Desde el año 2005, Juan Mal-herido hace públicas sus opiniones sobre libros, lencería y trastornos de identidad. En este espacio, se centrará en los trastornos de identidad. Creado por Alberto Olmos.
La fiesta ha terminado
Creo que fue hace un par de años cuando tres autores -alguno de ellos sin obra, pero ¿qué más daba?- decidieron fundar su particular movimiento literario. A fin de cuentas, todo movimiento literario no es apenas otra cosa que la misma decisión de fundarlo, ese gesto, sumado a cuatro frases contundentes y a un logo y, claro, también a un nombre, a ser posible pegadizo. Estos se llamaron Nuevo Drama.
Nuevo Drama proponía algo muy simple: la vuelta al ídem, el regreso de las tramas y la revalorización estética del personaje. Aunque no les hicieron mucho caso, salvo para hundirlos o zaherirlos, su tesis se contraponía vigorosamente a la del movimiento tronante anterior, conocido como Generación Nocilla. Daba cierta validez al Nuevo Drama que incluyeran en él a Javier Calvo, escritor sin el cual ningún movimiento joven de nueva narrativa tiene en verdad sentido. Cuando Javier Calvo declara en su blog que NO TIENE NADA QUE VER con tal o cual movimiento, entonces... we are talking -que dirían en Boston-.
Pues bien: los de Nuevo Drama han acabado teniendo razón. Veamos algunas Señales que Precedieron a Semejante Triunfo Inopinado.
Primera señal. El año 2013 se inició con la publicación de Intemperie, de Jesús Carrasco, una novela donde lo más pop que aparecía era un botijo. El autor, de cuarenta y un años de edad, sitúa su relato en el agro, y además en una época muy anterior a la invención, no ya de whatsapp, sino de los mismísimos sobres autofranqueados. Miguel Delibes era su dios tutelar, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, por sus páginas más inusuales, su artillería; y los personajes “arquetipo”, el punto de apoyo de toda la obra. He visto una faja donde dice 7ª edición; he visto un twit que dice que un periodista que creo que se llama Francino considera Intemperie “la mejor novela de 2013” (para Francino el año literario termina en abril); he visto a Senabre feliz. Algo estaba pasando, amigos.
Segunda señal. También vimos a Senabre encabronado: “Si el autor continúa empeñado (...) en yuxtaponer escenas sueltas o citas caprichosas, (...) ignorando que lo que sucede en cualquiera de esos pasajes tiene que estar necesaria e inequívocamente relacionado con las demás situaciones, y que no puede haber diálogos -a menudo tediosos- o actuaciones de carácter gratuito, sin engarce con el resto, malgastará sus buenas ideas...” Porque la fragmentariedad -también conocida como: no sé hacer novelas y por eso hago esto- ya no cuela.
Tercera señal. El movimiento Nocilla encontró en la revista Quimera un boletín oficial para sus manifiestos, sus novedades editoriales y sus caprichos de toda laya. Vicente Luis Mora escribió un número entero él solo y eso era un hoax; Agustín Fernández Mallo vio su novela fundacional, Nocilla Dream, elegida mejor novela del año y cuarta del milenio, y eso era democracia. Hasta dejaban escribir allí a Miguel Espigado. Pues bien: este mismo mes se presentaba el nuevo equipo de redacción de la revista, y en su salutación a los lectores -que intitulan “editorial” a pesar de venir firmada por el director: primero de Periodismo- decían cosas como blablablá “sin exclusiones reduccionistas”; luego, en el índice de contenidos del nuevo número, resulta imposible encontrar un solo nombre coincidente con alguno de la decena larga de nombres usuales que firmaron en esas páginas en los últimos años. La nueva etapa de Quimera arranca con un monográfico sobre el cuento.
Cuarta señal. Manuel Vilas.
Me ha llamado mucho la atención la nueva novela de Manuel Vilas, seguramente el autor más significativo en tantos aspectos de la susodicha Generacion Nocilla. Ya en su día, cuando hacía declaraciones al hilo de sus novelas España, Aire Nuestro o Los inmortales, pensaba uno en cómo iba a jusfificar Vilas en un futuro inmediato un más que previsible abandono de sus formas experimentales, sus referencias egostistas, sus fotografías y su discurso visceral contra la novela de toda la vida. Pues ha sido bien fácil: lo ha hecho sin más. Ha visto la luz. “Manuel Vilas ha muerto”, Manuel Vilas dixit.
El regalo luminoso no incluye -e incluye unos quince- ningún entrecomillado de lo que sus coetáneos nocilleros hayan podido decir de su obra anterior, salvo ese “Manuel Vilas es el escritor más peligroso que hay ahora mismo en España”, de Javier Calvo, sin duda el mejor blurb de la historia de nuestra literatura -o de la historia de nuestras fajas promocionales-. Por si alguien no lo pilla, en la cuarta de cubierta se afirma: “MV abre un nuevo camino, de corte realista, en su narrativa”. Pero, por si todavía queda algún idiota por ahí, el propio MV se está encargando en las entrevistas de confirmarnos el volantazo que le ha dado a su proyecto literario, con la intención expresa de “ampliar mi cuota de lectores, abrir las puertas de mi obra a un público más amplio” y con la vista puesta, qué en la narrativa “propia del siglo XXI”, sino en la del siglo XIX: “Es gracioso: ahora me encantan las novelas del siglo XIX”.
Yo creo que aquí -con perdón- Manuel Vilas se ha equivocado. O sea: decir en revistas que sólo leen lectores autónomos -los 6.000 que debe de haber en España- que uno quiere que lo lean lectores/consumidores -¿unos 100.000 quizá?- trae consigo la lacerante consecuencia de que muchos de esos seis mil lectores dejan de interesarse de inmediato por tu libro -¿leer algo que quiere ser leído por todos?-, al tiempo que ni uno sólo de los cien mil otros que uno busca seducir resulta seducido: ¿frecuenta acaso el lector de Sombras de Grey o del premio Planeta El Cultural o la Microrrevista?
Yo mismo no tenía ganas de leer la novela de Vilas porque va y dice que la ha hecho para que la lea cualquiera.
Pero la he leído, y menos mal. Si bien algo se nota de su intento por “volver al drama”, y por presentarnos una novela más trabada y puntual, lo cierto es que el empuje bíblico y la espontaneidad y las ganas de vivir en prosa propias del autor Manuel Vilas siguen intactas.
Miren que extracto tan delirante:
“Toda la literatura occidental habla del matrimonio; el tema de Macbeth no es la traición o la artera incitación al crimen, el tema es el matrimonio como empresa familiar de adquisición de poder. Hemos leído fatal todos estos libros. Todos hablan del matrimonio. Todos. Porque el matrimonio es el hallazgo político y cultural más grande de la Historia. Sin embargo, creo que Cristo no habló del matrimonio. Qué bien Cristó allí, qué bien.”
Así las cosas, queridos escritores jóvenes, queridos postmodernos, queridos llamo-novela-a-cualquier-catálogo-de-ocurrencias- escritas-con-mi-iphone, anoten este vaticinio: la fiesta ha terminado.
Creo que fue hace un par de años cuando tres autores -alguno de ellos sin obra, pero ¿qué más daba?- decidieron fundar su particular movimiento literario. A fin de cuentas, todo movimiento literario no es apenas otra cosa que la misma decisión de fundarlo, ese gesto, sumado a cuatro frases contundentes y a un logo y, claro, también a un nombre, a ser posible pegadizo. Estos se llamaron Nuevo Drama.
Nuevo Drama proponía algo muy simple: la vuelta al ídem, el regreso de las tramas y la revalorización estética del personaje. Aunque no les hicieron mucho caso, salvo para hundirlos o zaherirlos, su tesis se contraponía vigorosamente a la del movimiento tronante anterior, conocido como Generación Nocilla. Daba cierta validez al Nuevo Drama que incluyeran en él a Javier Calvo, escritor sin el cual ningún movimiento joven de nueva narrativa tiene en verdad sentido. Cuando Javier Calvo declara en su blog que NO TIENE NADA QUE VER con tal o cual movimiento, entonces... we are talking -que dirían en Boston-.