Desde el año 2005, Juan Mal-herido hace públicas sus opiniones sobre libros, lencería y trastornos de identidad. En este espacio, se centrará en los trastornos de identidad. Creado por Alberto Olmos.
Ropa muy sucia
No será muy frecuente dejar un libro a la mitad por otro motivo que no sea considerarlo malo; Di su nombre no es malo, pero a la mitad, en efecto, lo he dejado.
Se narra aquí la relación del escritor Francisco Goldman con la joven Aura, estudiante mexicana que apuntaba maneras literarias y cuya muerte se produjo cuando contaba ella treinta años y él cincuenta y tres. Una ola fue la culpable del accidente fatal, mientras estaban de vacaciones.
El octanaje de la intimidad aquí desvelada es tan elevado que a uno se le gripan los motores del pudor. Hay, quizá, demasiadas miserias, demasiadas confesiones poco caballerosas; demasiada cercanía con el propio dolor y una cierta falta de conciencia de que quien lee no conoce a Aura más que como personaje, y que como personaje el retrato está saliendo -considero- poco empático.
También hay, como con Joan Didion, un menudeo de los detalles sofisticados, de marcas de ropa y precios de las cosas, de becas y grandes preocupaciones planetarias, todo lo cual a mí no acaba de serme grato leer.
Un dato tan anodino (página 57) como el de decir que uno está dando una charla y mira la botella de agua... Poland Spring me confunde, por utilizar un verbo de agresividad menor. Edredones de 600 euros. Visitas al spa y la masajista cuando está una o uno estresado; cenas con Salman Rushdie. Tres becas al mismo tiempo. Recomendaciones de usar Bótox. Zapatos Marc Jacobs. Nueva York. Y, entreverado, qué pena que el mundo sea como es y allí se mueran de hambre, o los bombardeen.
Escrito en inglés, la traducción da cuenta de una estupenda prosa, y esa es la cualidad más estimable de este volumen, que propone cada tanto páginas preñadas de literatura, de emociones y de pequeñas epifanías.
Pero, leído -como suele ser habitual un libro- con parones, paradas, días entre medias, y acumulado un poso X de la lectura completada, a la hora de darle el último arreón, verdaderamente, no me apetecía; no me apetecía desde la sensación de estrago, desde la prevención más razonable para con el estómago de uno, que tampoco tiene que recibir semejantes dosis de letra orgánica.
No será muy frecuente dejar un libro a la mitad por otro motivo que no sea considerarlo malo; Di su nombre no es malo, pero a la mitad, en efecto, lo he dejado.