Desde el año 2005, Juan Mal-herido hace públicas sus opiniones sobre libros, lencería y trastornos de identidad. En este espacio, se centrará en los trastornos de identidad. Creado por Alberto Olmos.
Sudamérica sin gordas
No sabrá uno ya qué hacer para llamar la atención, en efecto.
Pues acabo de terminar de leer, como quien dice, la última novela de Yuri Herrera, titulada La transmigración de los cuerpos. Es el libro suyo que más me ha gustado, aunque no suponga un cambio sustancial respecto a los dos anteriores. Diré rápidamente que el estilo de Yuri Herrera puede llegar a provocar éxtasis en un lector; que a buen seguro el novelista mexicano es uno de los pocos autores en español que ahora mismo da sentido a leer novedades; también que, con todo, el final de La transmigración de los cuerpos le deja a uno vagamente insatisfecho, como si lo mejor de leer a Yuri Herrera fuera estar leyéndolo y no haberlo leído -las tramas acaban por revelarse meros puntos de apoyo para su discurso vitalísimo-; que recomiendo con ardor la novelita...; porque este post va a ir de otra cosa.
La transmigración de los cuerpos tiene 136 páginas; Señales que precederan al fin del mundo, 120; y Trabajos del reino, 126. La obra completa de Yuri Herrera suma 372 páginas.
Esperen.
Alejandro Zambra. Su primera novela, Bonsái: 96 páginas. La vida privada de los árboles: 128; Formas de volver a casa: 160.
Esperen.
El lugar del cuerpo, de Rodrigo Hasbún tiene 128 páginas.
Valeria Luiselli, Los ingrávidos: 144 páginas.
Me dejaron el otro día Autos usados, del mexicano Daniel Espartaco Sánchez. 157 páginas.
Esperen.
Autos usados llega a 157 páginas después de dividir en cuatro partes el relato; esto supone dedicar una hoja entera (dos páginas) a cada epígrafe; y más: la primera parte tiene 8 capítulos; 12 la segunda, 6 la tercera; la última tiene 4. Cada capítulo empieza en pagina impar, desperdiciando ya un tercio de página; si el capítulo anterior acaba también en página impar, la página par entre ellas queda en blanco. En resumen, de las 157 páginas de Autos usados, a lo mejor 50 están en blanco.
¿Que querré decir yo con tanto número?
Bueno, una tontería. Ésta: que los autores latinoamericanos de hoy día parecen muy lejos de ir a escribir nunca la Gran Novela Latinoamericana.
Cree uno que, aparte de por sus cuentos, la literatura de los países de habla hispana de América del Sur se hizo fuerte en el siglo XX a base de novelones. Desde aquello que llamamos boom hasta 2666 de Roberto Bolaño (mil y pico páginas), se ha mantenido una tradición o una práctica continuada de la novela gorda, y sólo ahora esa exhibicion de músculo y exuberancia parece haber llegado a su fin. No en vano, los maestros reconocidos de buena parte de los nuevos autores latinoamericanos son César Aira y Mario Bellatín, asimismo a dieta de papel en la mayor parte de sus libros.
A lo mejor estar becado o estudiando o trabajando en Estados Unidos, como sucede con la mayor parte de los autores aquí citados, los deja exhaustos; no sé.
A mí esto (esta tontería) me preocupa un poco. La delgadez es siempre sospechosa, y en literatura facilita la expedición del pasaporte de novelista a cualquier sujeto que consiga rellenar 40 páginas en Word, vueltas luego 157 en el proceso editorial.
Estamos todos de acuerdo en que cantidad no equivale a calidad; es decir, en que porque un libro sea breve no quiere decir que sea bueno.
Tampoco el silencio debería dar tanto prestigio: porque alguien no publique otras 40 páginas en Word hasta pasados 10 años desde que publicó las anteriores no debería suponerse que se nos viene encima el nuevo Juan Rulfo.
Lo más parecido a Juan Rulfo que hay ahora por allí es el propio Yuri Herrera, un poco Juan Rulfo puesto de MDMA.
Lo que quiero decir es que quizá apetece una novela latinoamericana de 500 páginas, ese esfuerzo, ese reto, esa osadía; que quizá es tan difícil llevar a la gente a los libros que, si por pura casualidad conseguimos que más personas abran uno, lo mejor sería que se pasaran dentro de él un largo rato (a la gente le gusta que le secuestren la cabeza durante mucho tiempo: miren si no los best-sellers, todos gordísimos).
Quiero decir que, poco a poco, y de cien en cien, hemos llegado a un punto en el que una nueva novela sudamericana imprescindible de 123 páginas va a dar un poco de risa; y de pena.