Una muerte propia

Azahara Alonso/DK

“¿De modo que aquí vienen las gentes para seguir viviendo? Más bien hubiera pensado que aquí se muere”. Pues eso. Hordas de alemanes con calcetines blancos y cuellos chamuscados siguen llegando al sur y el levante de nuestro territorio. Y digo nuestro por acotarlo de alguna manera. Ahora, eso sí, empiezo a no tener muy claro si vienen por el sol, las tapas, la calidad de vida o lo que queda de ella.

Bueno, también pueden venir atraídos por la cultura. De qué tipo de cultura hablemos, eso ya es otra cosa. Resulta que hace unos días llegó al Congreso la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) para que la fiesta de los toros sea declarada Bien de Interés Cultural en toda España. A su favor pudimos oír argumentos desplegados con argucia por varios partidos políticos, tan mohínos en otras ocasiones en las que se trata de hablar de educación, mecenazgo y cuestiones afines. Pero en fin, a lo que íbamos, que se ha asegurado que “la fiesta de los toros es teatro y poesía”, que forma parte del imaginario colectivo porque está inserta como tradición incluso en el refranero. Han llegado a añadir que cada español tiene derecho y libertad para decidir ir o no ir a los toros según su voluntad. Esto es incontestable, aunque tengo la zumbona sospecha de que no les parece, a esos mismos, un argumento extrapolable a otros ámbitos.

Se ve que todo tiene su público, y a los que nos gusta más la poesía que los toros solo nos quedaría revisar con Rilke aquello de la muerte propia, la que deriva de la propia vida y no viene impuesta desde fuera. La que se merece.