A menos que el traductor español tenga un día extraño, la película, en correspondencia con su título original, debería llamarse 3096 días. Se estrenará a finales de febrero y ha levantado una expectación considerable. Va sobre los más de ocho años que una niña vienesa, Natascha Kampusch, estuvo a merced del psicópata que la mantuvo secuestrada en el sótano de una casa de las afueras de Viena. El hombre se quitó la vida no bien se enteró de que la prisionera había logrado evadirse.
La historia dio la vuelta al mundo. El 2 de marzo de 1998, una niña de diez años se dirige al colegio. Un hombre le sale al camino y la mete a la fuerza en una furgoneta de reparto. La desaparición de menores no es un hecho insólito ni en Austria ni en otros países vecinos que disfrutan de un alto nivel de bienestar social. De algunos de dichos menores no vuelve a saberse nunca más. Tal parece ser la suerte infortunada de la pequeña Natascha. A falta de pruebas y nuevos indicios, la policía termina por archivar el caso. Una terapeuta aconseja a la madre de la niña que coloque en el cementerio, a modo de bálsamo psicológico, una lápida con el nombre de su hija.
En la película, rodada en inglés y dirigida por Sherry Hormann, con dos actrices de distinta edad en el papel de Natascha Kampusch, se reproduce con exactitud el cuarto subterráneo donde estuvo encerrada la niña. Nada que ver con una mazmorra lúgubre. Se trata de un recinto de 5 metros cuadrados, con ventilación, lavabo, inodoro y muebles varios. Eso sí, cerrado con una puerta de acero y cemento de 150 kilos de peso y disimulado con otra de madera, de tal modo que, según los expertos, el cuarto habría pasado inadvertido en caso de registro policial.
De lo ocurrido allí dentro en el proceso de ocho años largos (episodios de extrema sumisión, privación de alimentos, posesión absoluta de un ser humano) sabemos por un libro de la propia Natascha Kampusch, traducido a numerosos idiomas, así como por las declaraciones de la víctima a la policía y sus incontables intervenciones públicas. En su relato autobiográfico se muestra esquiva en revelaciones de índole sexual, explícitas, por el contrario, en la película.
Lo cierto es que desde los primeros días tras su liberación, Natascha Kampusch (25 años en la actualidad) suscitó una serie de reticencias que con el tiempo se han convertido en abierta animadversión, incluso en odio. Odio aparejado a insultos e imputaciones. Odio que llega al extremo de cuestionar su condición de víctima.
Al parecer no se entiende que, para haber estado una temporada tan prolongada en el infierno, no muestre síntomas de pesadumbre o desequilibrio. Es capaz de exponer con serena objetividad pormenores de su historia e interpretarlos sin ponerse a llorar. Y, horror, ha ganado dinero exponiendo en público su testimonio, lo que a ojos de algunos cancela, por compensación, la desgracia padecida, convirtiéndola a ella automáticamente en persona afortunada. Natascha Kampusch se guarda, para colmo, de criminalizar a su raptor, de quien recibía regalos y con quien estuvo una vez de vacaciones en la nieve. Hasta compró la casa donde aquel la mantuvo prisionera.
Tampoco a las autoridades austriacas les hace gracia la actualidad incesante de un asunto que vierte una densa sombra de desprestigio sobre el país. En vista de que el raptor había excavado el habitáculo secreto sin permiso, Natascha Kampusch fue requerida por el municipio, en calidad de propietaria, para que lo eliminase. No hubo posibilidad de apelación. El hueco fue finalmente rellenado con tierra. En el supuesto de que la chica quisiera verlo de nuevo, no tendría más remedio que acudir a los Estudios Bavaria de filmación, donde se conserva reproducido con total fidelidad.