Ángela Armero es guionista de cine y televisión. Además imparte clases en la escuela creativa Hotel Kafka, colabora en diversos medios, ha escrito y dirigido dos cortos (“La Aventura de Rosa” y “Entrevista”) y ha publicado una novela juvenil (Alexandra y las Siete Pruebas.) Es una adicta a las series y dice que no quiere quitarse.
Friends y el mito de la eterna juventud
El 6 de Mayo de 2004 se emitió el último capítulo de “Friends”, la mítica sitcom creada por Martha Kauffman y David Crane, oportunamente titulado “The Last One”. (Espoiler del desenlace de la serie.) Después de diez temporadas, la madurez había llegado por fin de la única manera posible: los amigos, cuya unión (o más bien reunión) había sido el detonante de la serie, se separaban. Cada uno tomaba diferentes rumbos: Ross y Rachel se daban cuenta in extremis, después de mil idas y venidas, de lo mucho que se amaban y decidían estar juntos. Chandler y Mónica se mudaban a los suburbios con sus gemelos. En la última escena, los amigos dejaban sus seis llaves en el piso vacío. (Hasta aquí el espoiler.)
Y así acababa una serie perfecta, que forma parte del patrimonio emocional de muchísimas personas, un recuerdo colectivo compuesto de chistes, escenas emocionantes y tramas originales y bien estructuradas. Por supuesto, los espectadores más jóvenes no habrán podido disfrutarla, y el tiempo ha pasado por ella, pero creo que como buen clásico sobrevive lo que le echen.
Considerada la sitcom por antonomasia (en un olimpo reservado a clásicos como “Seinfeld” o “Frasier”), “Friends” ha sabido reunir emoción, inteligencia y humor. Ha creado un grupo eterno de personajes inolvidables, cuyo nombre muchos recordamos sin mayor esfuerzo, y nos ha regalado muchísimos minutos de ficción de alta calidad; era raro ver un capítulo malo de Friends.
Pero había algo más, aparte de talento técnico y artístico, en esta serie: vendía una idea de la juventud ideal. Ser joven, guapo, vivir en la ciudad más estimulante del mundo, y pasar el tiempo en una especie de limbo con tus amigos, con preocupaciones que nunca llegan a ser muy graves (más allá de los oportunos vaivenes sentimentales), en un microcosmos en el que nunca entran la pobreza, la enfermedad o la muerte. Tanto si la ves con veinte años como si eres mayor, añoras no solo la juventud, sino esa clase de juventud: no hay padres, no hay compromisos, solo problemas menores que acaban por resolverse, en un mundo en el que abunda el buen corazón, las risas y donde siempre puedes contar con tus amigos y por supuesto, donde el aburrimiento no existe.
Este grupo de amigos bastante desvinculados de su familia y que hacen lo que quieren podrían tener su antecesor en la serie Pippi Calzaslargas. Esta chica es huérfana de madre, su padre es un pirata congoleño, vive con sus mascotas (su caballo “Pequeño tío” y un mono “Señor Nilsson”) y tiene dos amigos, Tommy y Anika. Y hace lo que le da la gana: pone los pies en la almohada, fríe crepes en el suelo, se pone fina a raviolis. En cuanto a la evolución de “Friends”, por tono lo más cercano es “Cómo conocí a vuestra madre”, que ya lleva ocho temporadas, pero a mí la que me parece digna heredera y un 2.0 maravilloso es “The Big Bang Theory”. Los personajes son menos cercanos, porque son jóvenes científicos, pero también comparten el feliz limbo de la veintena con sus amigos y con la chica de enfrente (que es el “Joey” de esta serie, aunque va evolucionando.)
Es lo mismo, pero con nerds, más feos y más asociales, y sin embargo, no sólo me hace reír a carcajadas, sino que me hace querer estar ahí. La fantasía de la amistad duradera y la juventud eterna. Quién no querría compartir piso con ellos, o mejor aún, con Phoebe, Rachel, Ross, Monica, Joey y Chandler.
El 6 de Mayo de 2004 se emitió el último capítulo de “Friends”, la mítica sitcom creada por Martha Kauffman y David Crane, oportunamente titulado “The Last One”. (Espoiler del desenlace de la serie.) Después de diez temporadas, la madurez había llegado por fin de la única manera posible: los amigos, cuya unión (o más bien reunión) había sido el detonante de la serie, se separaban. Cada uno tomaba diferentes rumbos: Ross y Rachel se daban cuenta in extremis, después de mil idas y venidas, de lo mucho que se amaban y decidían estar juntos. Chandler y Mónica se mudaban a los suburbios con sus gemelos. En la última escena, los amigos dejaban sus seis llaves en el piso vacío. (Hasta aquí el espoiler.)