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Talento de sangre azul

Max Pradera

Tras conocer que finalmente la Infanta sería imputada por cooperación necesaria con Urdangarín, estuve a un tris de echarme a la calle con un gorro frigio y una guadaña, dispuesto a cercenar testas coronadas y derramar ríos de sangre azul; mas luego recordé que aunque son excepciones, incluso entre reyes y nobles hay alguno indultable por méritos artísticos, que a la postre son los únicos que cuentan.

Solo así pude mantener a raya mi virulento odio de clase.

Si algún poder dignificante hay en este mundo, con certeza no es el de conceder toisones de oro o fornicar con amantes mantenidas con el dinero de los contribuyentes, sino el de emocionar al prójimo.

A Enrique VIII de Inglaterra, por ejemplo, se le atribuye (además de cientos de decapitaciones, varios divorcios y un cisma religioso) una de las composiciones más famosas de todo el Renacimiento, Greensleeves. Nunca llegaremos a saber con absoluta certeza si el colérico monarca fue el verdadero autor de semejante joya, pero tenemos constancia de que componer, compuso un buen puñado de canciones, que todavía hoy resuenan en los auditorios de medio mundo.

Otro rey con talento musical fue Federico el Grande de Prusia, mucho más interesado en la música y en la filosofía que en las conquistas y en la grandeza militar. A lo largo de su vida compuso cien sonatas para flauta (instrumento que tocaba con gran destreza) y cuatro sinfonías. No sé si lector ha intentando alguna vez componer una sinfonía, pero resulta aún más peliagudo que sacarse el carné de conducir a la primera o reírse con las gracietas parlamentarias de Cristóbal Montoro. Federico el Grande disfrutó del impagable privilegio de conocer a J. S. Bach cuando este fue a la Corte de Potsdam a visitar a su hijo, allí empleado. El monarca desafió al gran compositor a que desarrollara una composición a seis voces, sobre un motivo que él mismo había ideado, y el resultado fue una de las obras más célebres y sesudas de todo el Barroco tardío: la Ofrenda Musical.

A Ludwig van Beethoven se le tuvo durante mucho tiempo por un compositor de orígenes aristocráticos, cuando en realidad pertenecía a la pequeña burguesía alemana. Pero cuando cruzó el Rin desde su Bonn natal, para comerse el mundo en la Viena del emperador Franz, el van de su apellido, que en lengua flamenca no implica nobleza, fue tomado por los desinformados nobles austriacos como la señal inequívoca de que Beethoven era uno de ellos. Es decir, interpretaron que el van de Flandes se correspondía con el von alemán. Beethoven omitió, durante muchos años, desmentir este gigantesco equívoco, que le abría puertas y le facilitaba la protección de sus mecenas, hasta que en el virulento pleito que entabló por la custodia de su sobrino Karl, se vio abligado a admitir que por sus venas corría menos sangre azul que por la de esos españolitos catetos y acomplejados que se añaden el de al primer o segundo apellido para aparentar un linaje que no tienen.

Greensleeves, composición atribuida al Rey Enrique VIII de Inglaterra.