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Las heridas de la guerra en el rostro de la pequeña Shahad

Amaia Celorrio

Pero el pasado septiembre, la guerra y sus consecuencias llegaron a su familia. El hermano de Shahad de tan solo 10 años, Jasim, y su hermanita Aya, que aún no tenía dos años de edad, fueron asesinados, junto a otros cinco miembros de la familia. Los equipos de rescate lograron sacar a Shahad de los escombros, con su rostro magullado y sus rizos arrancados.

La familia la llevó a una clínica local, donde un médico sobrecargado de trabajo le puso algunos puntos y los envió apresuradamente de vuelta a casa. No tenían tiempo, dice Yehia, ni siquiera para limpiar bien la herida. Toda la familia huyó a la frontera. En el camino, se detuvieron en decenas de puntos de control, donde temieron ser detenidos y encarcelados. Diecisiete horas más tarde, después de la medianoche, llegaron a Líbano con nada más que una maleta.

Shahad es una de los más de 1,6 millones de sirios, cerca de la mitad de ellos niños, que han sido forzados a abandonar sus hogares y huir a los países vecinos por la guerra civil que comenzó hace ya dos años.

La ayuda ya está beneficiando a los colectivos más vulnerables, incluyendo al cerca de 75% de la población refugiada que, al igual que la familia de Shahad, no viven en campamentos, sino que en zonas urbanas.

Con la infraestructura y las comunidades de acogida sobrecargadas en los países vecinos, el futuro de familias como la de Shahad es claramente incierto. Cientos de miles de personas han logrado sobrevivir con sus ahorros hasta ahora, pero sus recursos se están agotando. Si la ONU y sus socios no consiguen más ayuda, estos sobrevivientes podrían ser, cada vez más, víctimas de la explotación, el hambre y las enfermedades.

En el vecino Líbano, Shahad y su familia han logrado escapar de la guerra. Pero sus vidas están muy lejos de ser normales. Viven en el derruido edificio de lo que una vez fue una universidad en la ciudad sureña de Sidón. Comparten el edificio con otros más de 650 refugiados.

La familia se registró con ACNUR el año pasado y ya ha recibido suministros básicos como colchones, mantas, utensilios de cocina y artículos de higiene. Las agencias de ayuda han proporcionado electricidad al edificio, instalado un servicio de agua potable y letrinas externas. Los refugiados están recibiendo también cupones de alimentos.

Pero la familia se enfrenta a grandes y difíciles desafíos. Shahad y su hermana mayor Raghad, de seis años, sufren pesadillas. Si la guerra continua y los pocos recursos con los que cuenta la familia se agotan, Yehia dice que no sabe cómo su familia logrará sobrevivir. Se preocupa por los efectos que la guerra puede tener en el futuro de sus hijas. “Ellas han visto la guerra” dice con tristeza. “Han visto… de todo”. Yehia, como muchos padres, está haciendo todo lo posible para mantener a los miembros de su familia con vida, pero no se ve capaz de hacerlo solo, sin ayuda.

Pero el pasado septiembre, la guerra y sus consecuencias llegaron a su familia. El hermano de Shahad de tan solo 10 años, Jasim, y su hermanita Aya, que aún no tenía dos años de edad, fueron asesinados, junto a otros cinco miembros de la familia. Los equipos de rescate lograron sacar a Shahad de los escombros, con su rostro magullado y sus rizos arrancados.

La familia la llevó a una clínica local, donde un médico sobrecargado de trabajo le puso algunos puntos y los envió apresuradamente de vuelta a casa. No tenían tiempo, dice Yehia, ni siquiera para limpiar bien la herida. Toda la familia huyó a la frontera. En el camino, se detuvieron en decenas de puntos de control, donde temieron ser detenidos y encarcelados. Diecisiete horas más tarde, después de la medianoche, llegaron a Líbano con nada más que una maleta.