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Nueve años lejos de sus padres en un campo de refugiados

Amaia Celorrio

Abdi nació en el campo de refugiados de Dadaab, al noreste de Kenia. Sus padres, procedentes de Somalia, crecieron, se conocieron y se casaron en el campo. Su hermana mayor, Halima, y sus dos hermanas pequeñas, nacieron también en Dadaab. Pero en 2004, cuando la familia dejó Kenia para reasentarse en Estados Unidos, Abdi se quedó atrás.

Su madre explica que en el momento de la entrevista con las autoridades de inmigración de los Estados Unidos para el reasentamiento de la familia, la abuela paterna del niño se lo llevó con ella a visitar a un pariente que estaba enfermo fuera del campo. Batulo y su marido suplicaron que se incluyera a Abdi en el expediente, aunque estuviera ausente, pero les dijeron que no era posible.

Cuando llegó la fecha de salida para la familia y Abdi no se encontraba en la lista de refugiados autorizados para viajar, un trabajador del campo les dijo que tenían que salir como estaba programado, o bien renunciar a su oportunidad de ir a América. Abdi, dijo el trabajador, podría unirse a ellos más adelante. Entonces empezó una lucha de nueve años para reclamar a su hijo.

Batulo, Salad y sus tres hijas fueron reasentados por Estados Unidos junto con otros 13.000 somalíes bantúes refugiados. Fueron acogidos en Concord, New Hampshire, una ciudad de unos 43.000 habitantes donde, cuando la familia llegó, apenas había residentes somalíes. La llegada de más refugiados a New Hampshire, unido a la recesión económica, hizo que el reasentamiento se volviera un asunto controvertido. La opinión pública estaba polarizada.

A pesar de estos desafíos, la familia se asentó. Los niños comenzaron el colegio, los padres encontraron trabajo, aprendieron inglés e hicieron amigos americanos. Batulo plantó dos prósperos huertos y fue nombrada “trabajadora del año” en el hotel local donde trabaja.

Tan pronto como llegaron, en el año 2004, empezaron a buscar ayuda para lograr que Abdi volviera con ellos. Pero por distintos motivos, se retrasó y hasta hace unos días el reencuentro no ha sido posible. “Soy tan feliz”, dijo Batulo, “aunque también estoy triste porque esto haya tardado tanto”.

Si bien el primer objetivo de ACNUR es el de garantizar los derechos y el bienestar de los refugiados, su fin último es el de ayudarles a encontrar soluciones duraderas que les permitan reconstruir sus vidas en un entorno digno y seguro.

Existen tres soluciones duraderas distintas: la repatriación voluntaria, la integración local y el reasentamiento en un tercer país, como en este caso. En 2012, ACNUR ayudó a más de 71.000 refugiados a reasentarse en 22 países diferentes.

Abdi nació en el campo de refugiados de Dadaab, al noreste de Kenia. Sus padres, procedentes de Somalia, crecieron, se conocieron y se casaron en el campo. Su hermana mayor, Halima, y sus dos hermanas pequeñas, nacieron también en Dadaab. Pero en 2004, cuando la familia dejó Kenia para reasentarse en Estados Unidos, Abdi se quedó atrás.

Su madre explica que en el momento de la entrevista con las autoridades de inmigración de los Estados Unidos para el reasentamiento de la familia, la abuela paterna del niño se lo llevó con ella a visitar a un pariente que estaba enfermo fuera del campo. Batulo y su marido suplicaron que se incluyera a Abdi en el expediente, aunque estuviera ausente, pero les dijeron que no era posible.