Crisis humanitaria en el Mediterráneo: voluntad política y más Europa como solución
Los acontecimientos de las últimas semanas en la frontera sur de la UE, en el Mediterráneo, deberían haber servido para hacernos reflexionar sobre las causas que llevan a un gran número de personas a tomar, quizás, la decisión más importante de su vida, y a veces la última.
Una primera aproximación a la cuestión nos lleva a hacer pivotar nuestro análisis en torno a tres ejes principales. El primero de ellos, el contexto. Se trata de una crisis de refugiados sólo comparable a la crisis vivida en Europa durante la II Guerra Mundial, y debemos recalcar crisis de “refugiados”. No se trata de un problema de inmigración irregular estricto senso, por lo que el enfoque y la estrategia deben ser sustancialmente distintos.
El segundo, la ausencia de políticas europeas que aborden la cuestión migratoria y de asilo de manera eficaz y no a golpe de naufragio. La política migratoria es mucho más que la política de control de fronteras. El debate no debe centrarse sólo ahí, sino que debe estar enfocado hacia políticas proactivas, y no reactivas que más que solucionar el origen del problema, ponen parches sobre las consecuencias que la inacción ha provocado, como mecanismo de contención de la opinión pública.
Y el tercero, lo que está sucediendo está directamente relacionado con la ausencia de una estrategia común de resolución de conflictos y post-conflictos. Desde las guerras de los Balcanes y el fracaso de las misiones de paz en la zona, no nos habíamos encontrado con una situación similar, de ausencia de operatividad y eficacia de las políticas en regiones de la vecindad europea.
La opinión pública acostumbra a reaccionar delante de las tragedias con grandes dosis de solidaridad, comprensión y esperanza para encontrar soluciones. Parece lo más natural. Ya no lo es tanto que los líderes europeos se muevan también a golpe de tragedia. Porque ellos, a diferencia del resto de la población, disponen de informaciones, atribuciones y competencias para poder lidiar de manera eficaz con las tragedias y, de hecho, hasta prevenirlas.
Parece importante recalcar esto ante lo que está sucediendo estos días en aguas del Mediterráneo. Nos encontramos ante una catástrofe humanitaria de dimensiones notables: no sólo numéricamente (cualquier vida cuenta, cuando su muerte podría haber sido evitada), sino especialmente cualitativa, porque demuestra la incapacidad de los estados europeos de reaccionar ante una crisis que, como mínimo, era previsible.
De hecho, ¿no entraba dentro de las tareas de los distintos análisis estratégicos de seguridad que la disolución de Libia en un estado caótico, la guerra civil siria o los regímenes dictatoriales del cuerno de África traerían como consecuencia movimientos forzados de población civil? Huir del conflicto es una de las reacciones humanas más habituales: pensar que el mar pondrá freno a estos movimientos, no parece muy sensato. Si algo puede hacer FRONTEX sin ser invitado por los estados a actuar, es realizar análisis de riesgo y prospectiva. Es decir, anticipar lo que pueda suceder y avisar a los Estados miembros para que tomen las medidas oportunas. Sorprende, pues, que parezca que las reacciones deban producirse ante una tragedia que copa los medios de comunicación, sin previsión ni anticipación.
Pero además, sorprende la tibia reacción –por ponerle un adjetivo– con la que responden nuestros responsables políticos. La convocatoria de un Consejo adhoc entre ministros de Asuntos Exteriores y de Interior auguraba un debate intenso que pusiera de relieve las grandes contradicciones con las que los diferentes países europeos afrontan el reto de las fronteras exteriores. Pero en lugar de eso, la reunión se saldó con los denominados “10 puntos de Luxemburgo”, que suponen a la vez una decepción y una preocupación. Decepción porque no se avanza en nada de manera concreta, no se aportan soluciones ni genéricas ni específicas y se habla de incrementar fondos sin entrar en detalles. De nuevo, faltan propuestas proactivas y no reactivas. Y no sólo para resolver un problema de seguridad y defensa de fronteras, sino un problema de emergencia humanitaria.
Y una preocupación porque si alguna de las cosas que se apuntan en este documento no suceden ya en realidad, el proceso de construcción de una Europa común está peor de lo que intuíamos. ¿De verdad EUROPOL, FRONTEX, EASO y EUROJUST no tienen reuniones habituales para compartir información, intercambiar datos y proponer soluciones? ¿No hay coordinación? ¿De verdad la gran solución para luchar contra las mafias de traficantes de personas (por cierto, el segundo negocio ilícito más rentable después del tráfico de armas según UNODC) es destruir los cargueros con los que los traficantes ya han hecho negocio? ¿De verdad no se ha avanzado nada desde el inicio de la Aproximación Global sobre Inmigración que comenzó en 2005 y hay que empezar ahora a hablar con los países colindantes con Libia? En realidad ¿para qué sirve tener una política de asilo común si luego los gobiernos de los Estados Miembros no son capaces de ponerla en marcha adecuadamente?
Y podríamos seguir preguntando también a los participantes en el Consejo Europeo del 23 de abril, que quedará para los anales de la historia como aquel en que la Unión Europea no quiso ser más Europa. Más Europa para avanzar en los principios democráticos de la Unión, y para mostrar un mayor respeto y cumplimiento por los valores de los que los ciudadanos europeos hacemos gala, entre otros la protección de los Derechos Humanos.
Visto este panorama, a primera vista, podríamos concluir que la Unión Europea no puede (por falta de capacidades o de voluntades) gestionar el drama de los flujos en el Mediterráneo. Que no existen las herramientas y políticas necesarias para darle el empujón necesario. Sin embargo, es justamente al contrario. En el marco europeo ya existen herramientas legales como puede ser la Directiva de Protección Temporal aprobada para acoger a los desplazados que procedían de las guerras Balcánicas, y que bien podría utilizarse en esta nueva crisis. O la aplicación de manera equitativa de las cargas en materia de asilo y reasentamiento entre los Estados Miembros, por mencionar sólo algunas de las más evidentes.
Ahora más que nunca hace falta una Unión Europea que se tome en serio la construcción de una política europea de inmigración y asilo, y que avance hacia la misma con coherencia y perspectiva comprensiva. Ignorar la situación de los desplazados, bloquear la movilidad de las personas, o lanzar acciones militares contra las mafias de trata de personas desde luego no solucionarán el problema. Lo sorprendente es que parece que nuestros gobernantes son los únicos que no se han dado cuenta.
Por último, querríamos compartir tres reflexiones finales, y que sin ánimo de exhaustividad sí quieren señalar algunos de los principales retos de aquello que hemos venido llamando la política europea de inmigración:
La existencia de un discurso no compartido sobre la presión en frontera en donde encontramos un norte ajeno al sur. Donde el norte asume el coste de los refugiados y el sur el coste de la tragedia humanitaria. Es indispensable e improrrogable la creación de un discurso homogéneo para el conjunto de la UE.
La necesidad de la puesta en marcha de políticas de inmigración regulares que desincentiven inmigración irregular y hagan disminuir el riesgo en el acceso a Europa. Para ello es necesario la colaboración con los países de origen y tránsito de los migrantes, allí donde sea posible, con la firma de acuerdos que no se limiten a repatriación de sus nacionales, y que fortalezcan el diálogo y la cooperación. Esta y no otra es la mejor vía de desactivar a los contrabandistas y traficantes de personas. El fortalecimiento de los instrumentos de asilo bajo la lógica de la cooperación y la solidaridad entre Estados miembros, planteándose el establecimiento del visado humanitario y un programa de reasentamiento europeos o la apertura del procedimiento de solicitud de asilo en las embajadas sobre el terreno.
Y combinar estos instrumentos con el desarrollo de iniciativas vinculadas a las soluciones regionales o de acciones en situaciones conflicto y postconflicto. Una buena opción, sería quizás la incorporación de los temas de inmigración y asilo a la estrategia de seguridad común de la UE, como un elemento más de seguridad humana.
Y todo ello, dialogando y cooperando con los países vecinos, porque la movilidad de las personas, ya sea forzada, forzosa o voluntaria, nos obliga a replantear el papel de la Unión Europea en el mundo.