A tenor de los datos de opinión pública, los Gobiernos de Rodríguez Zapatero no hicieron las cosas del todo mal en el terreno de la igualdad de género. Preguntados (y preguntadas) en noviembre de 2011, escasamente el 20% de los encuestados opinaban que las cosas se habían hecho mal, o muy mal, en este campo; ante cualquier otro tipo de decisiones, este porcentaje castigador superaba con facilidad el 50%. De manera más general, todos los datos de encuesta confirman que el PSOE es visto como el partido político que mejor defiende la igualdad entre hombres y mujeres. Siendo así las cosas, uno cabría esperar de las mujeres españolas cierta ‘gratitud’ para con el PSOE; ¿o no?
La preocupación por el impacto electoral de las políticas de igualdad animaba el estudio que Irene Martín (UAM, Madrid) y yo escribimos para South European Society and Politics en 2010.[1] Defendíamos allí que, sí, las mujeres son, y ya me preparo para la tormenta, unas ingratas: las mujeres españolas se resisten a cambiar de opción electoral por mucho que un determinado partido político haya cuidado de sus intereses. Ni lo hicieron en 2008, ni mucho menos lo han hecho en 2011.
Las condiciones para que las mujeres pudieran perfilarse como un grupo de apoyo firme a las políticas del gobierno socialista eran desde luego mucho mejores en 2008 (elecciones consideradas en aquel artículo). Tanto la ley integral contra la violencia de género como la ley de igualdad acababan de ver la luz; y la crisis económica aún vestía trajes de ‘desaceleración transitoria’ de la economía. Aún en ese contexto, las políticas de igualdad ofrecieron escasísimos frutos (electorales). Estas políticas ciertamente fortalecían la decisión de las mujeres votantes socialistas ya convencidas; las medidas en favor de la igualdad, sin embargo, no atraían hacia el PSOE a las mujeres votantes de IU -con la excepción del sector más joven de este electorado- ni mucho menos a las mujeres votantes del PP.
Nadie se sorprenderá, por lo tanto, al leer que el efecto de la valoración de las políticas de igualdad para las más recientes elecciones generales de 2011 parece ser aún menor. En realidad, el género no tuvo ninguna relevancia en esos comicios, con hombres y mujeres que se comportaron prácticamente de idéntica manera. ¿De dónde proviene, entonces, esta ‘ingratitud’? Si a Obama le salvaron las mujeres, ¿Por qué a Rubalcaba no? La literatura especializada hablaría de dos tipos de explicaciones, una basada en la oferta y otra en la demanda. En virtud de la primera, el quid de la cuestión estribaría tanto en los problemas de implementación de las políticas existentes, como en el ‘equivocado’ perfil de las mujeres que están adquiriendo puestos de responsabilidad política. Es decir, las mujeres no se alinean con el PSOE porque, por un lado, ni las medidas adoptadas realmente cambian su experiencia diaria ni, por el otro, porque ellas no encuentran reflejo en las mujeres que acceden al poder en España. Empleando palabras de una destacada líder socialista, se estarían pagando las consecuencias de apostar por ‘liderazgos femeninos’ en vez de por ‘líderes feministas’.
Los problemas de demanda se centran en las mujeres españolas, y, en particular, en cómo se ven así mismas como sujetos políticos diferentes, o no, a los hombres. Pienso que existen muchas razones para pensar que la explicación a la ingratitud de las mujeres españolas se encuentra aquí, y no en la oferta (por muy imperfecta que esta sea). La siguiente tabla muestra de manera sencilla qué es lo que está realmente detrás del apoyo, o el rechazo, a las políticas de igualdad. La tabla, que informa sobre la ideología media para hombres y mujeres según su valoración de las políticas socialistas para la igualdad, sugiere que es la ideología, y no el género, lo que determina la satisfacción o la insatisfacción con las políticas. Las personas más conservadoras, sean hombres o mujeres, son mucho más proclives a pensar que las políticas por la igualdad han sido muy malas; por el contrario, el PSOE encontrará a los votantes más satisfechos con la lucha por la igualdad entre las personas más escoradas a la izquierda. Sean estos hombres o mujeres. Tiene hasta su gracia que las mujeres contrarias a las políticas de igualdad puedan ser aún más conservadoras que los hombres.
Siendo así las cosas, es complicado esperar una especia de trueque de ‘votos por políticas’ cuando las mujeres españolas ven con intranquilidad su representación pública en tanto que ‘diferentes de los hombres’. Que las mujeres españolas desprecien la etiqueta de ‘feminista’ (según las encuestas, menos del 3 % se definirían políticamente así) es indicativo de una cultura política que no ha permitido a las mujeres definir una percepción colectiva y propia de sus intereses en cuanto mujeres; esta cultura, además, ha penalizado la formación de conciencias políticas individuales que reivindiquen las particulares y peculiares necesidades de las mujeres. Es particularmente lamentable en este sentido, tal y como se vio en un post reciente de Marta Fraile en este mismo blog, comprobar que las mujeres españolas consuman menos información política que los hombres, que estén menos interesadas por la política o que encuentren más dificultades en definir su ideología. La información y el debate son el nutriente fundamental para cualquier proceso de identificación colectiva, proceso que, en mi opinión, debería llevar a las mujeres españolas a reconocerse como poseedoras de (algunas) necesidades específicas, que invitan a la formulación de políticas también especificas.
Promover la igualdad entre hombres y mujeres es un objetivo loable y necesario. No obstante, la igualdad no vende electoralmente en España; los ciudadanos, da igual su género, valoran la igualdad de género como algo importante, pero no urgente, y menos aún en contextos de dificultades económicas. Y las mujeres se enfrentan a una constelación de estímulos y mensajes que les lleva a no insistir en su peculiaridad en tanto que diferentes al hombre. En realidad, el propio Zapatero, el líder feminista por excelencia, debió de pensar algo parecido, al poner la cabeza de la Ministra Aido en la picota en cuanto su famosa ‘desaceleración’ se convirtió en un desastre general de dimensiones aún por conocer.
[1] Esta cuestión la he tratado también en colaboración con Alvaro Martínez en el siguiente estudio para la Fundación Alternativas: Un análisis del efecto de la Ley de igualdad en la representación electoral, parlamentaria y en el comportamiento electoral de las mujeres en las elecciones generales de 2008.