Cuando España comenzó a verse inmersa en esta gran recesión, varios artículos en prensa destacaron como un elemento extremadamente positivo que la brecha de género en las tasas de paro se había reducido y que, por tanto, estaban disminuyendo las desigualdades de género.
Es cierto que la elevada segregación por género del mercado laboral español propició en una primera fase de la crisis una masiva destrucción de puestos de trabajo ocupados por hombres al afectar principalmente a sectores muy masculinizados, como la construcción o la automoción, hasta casi igualar la tasa de paro masculina con la femenina.
Sin embargo, como se observa en la Gráfica 1, en una segunda etapa, que va desde mediados de 2009 a mediados de 2011, la propagación de la crisis a toda la economía y el crecimiento más moderado del desempleo se caracterizó por incrementos similares en las tasas de paro para hombres y mujeres. Y en una tercera fase, a partir del tercer trimestre de 2011, cuando comienzan a notarse los efectos de las políticas de austeridad y el aumento del desempleo vuelve a acelerarse, el desempleo femenino crece a tasas superiores en algunos trimestres. De hecho, la brecha de género en la tasa de paro ha vuelto a incrementarse desde su mínimo de 0,14 en el 2º trimestre de 2012 al 1,48 en el último trimestre de 2013, situándose la tasa de paro masculina en el 25,58% y la femenina en el 27,06%.
De forma que, tras cinco años de recesión, ni podemos decir que las desigualdades de género hayan disminuido ni, desde luego, y lo que es más relevante, que las mujeres hayan mejorado su situación. Las crisis económicas, incluyendo la actual, afectan de manera muy distinta a mujeres y hombres porque continuamos ocupando una posición diferente, desigual y desequilibrada en el mercado laboral, en el acceso a los recursos económicos, en el reparto de tiempos y trabajos y en el acceso a los espacios de poder y toma de decisiones. Cuando se efectúa un análisis de género de los impactos de las crisis y de las políticas económicas sobre el mercado laboral y los trabajos de mujeres y hombres, se evidencian importantes diferencias, entre las que destacan las tres siguientes.
Primero, las mujeres suelen salir más tarde de la crisis por la mayor tolerancia social al paro de las mujeres, porque las escasas políticas económicas de estímulo “ciegas al género” suelen centrarse en sectores masculinizados y las políticas de austeridad afectan más negativamente a sectores feminizados como los servicios sociales, de educación o sanidad. En el 2º trimestre de 2013, en el cual el desempleo ha descendido por primera vez en España desde que se inició la crisis, el número de parados ha disminuido en 161.900 para los hombres y en solo 63.300 en las mujeres. Uno de los impactos más negativos en el empleo de las mujeres ha sido causado por el enorme descenso en el empleo público –del 12% desde 2011, superando incluso la caída del empleo en el sector privado desde principios de 2012–, pues tres de cada cuatro empleos públicos destruidos estaban ocupados por mujeres.
Segundo, la empleabilidad de las mujeres tras una crisis suele reducirse al incrementarse las necesidades de bienes y servicios que las familias no pueden adquirir en el mercado por el deterioro de sus rentas o porque no son provistos por el Estado a causa de los recortes presupuestarios. Esta intensificación del trabajo de cuidados no remunerado recae sobre las mujeres debido al todavía desigual reparto de las cargas familiares entre hombres y mujeres, disminuyendo sus posibilidades de salir de la situación de desempleo y no engrosar las listas de parados de larga duración. El número de asalariados hombres ha aumentado en 89.600 en el segundo trimestre de 2013 mientras que el de las mujeres solo lo ha hecho en 22.200, al igual que ha sucedido en otros países que habían salido previamente de la recesión, y en los cuales se está recuperando más rápidamente el empleo masculino que el femenino.
Tercero, las mujeres suelen salir de las crisis con contratos más precarios e inestables. Aunque las reformas y recortes que se están realizando en el marco de esta recesión significan un cambio radical en el modelo social y en el mercado laboral, con mayor precariedad tanto para mujeres como hombres, la sobrerrepresentación femenina en contratos de muy corta duración y a tiempo parcial mal remunerados y, en general, en ocupaciones con bajos salarios y condiciones precarias, las sitúan en una posición inicial de mayor desventaja. Por ejemplo, si bien los contratos a tiempo parcial están aumentando con la crisis muy rápidamente para los hombres, el 72 por ciento de los ocupados a tiempo parcial siguen siendo mujeres. De forma que en este nuevo modelo de flexi-inseguridad para todos, las mujeres pueden quedar atrapadas en estas crecientes categorías de subempleados y ocupados pobres o en riesgo de pobreza.
Estas tres pautas no solo muestran que mujeres y hombres están sufriendo de manera muy diferente los efectos de esta recesión, sino que nos recuerdan que el avance hacia la igualdad de género no es un fenómeno imparable exento de posibles regresiones. Si queremos evitar un retroceso enorme en la desigualdad de género y en las condiciones de vida y trabajo de las mujeres, es fundamental tener en cuenta que las crisis económicas y, sobre todo, las políticas que se ponen en marcha para combatirlas tienen efectos desiguales sobre mujeres y hombres. La incorporación de las mujeres españolas al mercado laboral experimentada desde hace décadas puede verse seriamente paralizada, retroceder o realizarse bajo unas condiciones laborales y vitales insostenibles, pues es muy fácil que en un ciclo contractivo tan largo se reformulen las reglas de juego y normas sociales de género hacia una nueva división del trabajo aún más segregada y desigual que nos retrotraiga a épocas que creíamos ya superadas en el camino hacia la igualdad.