“No es solo la política. La economía también se tiene que democratizar”, señala Andrés Ortega en Recomponer la democracia. Con ello se refiere al “empoderamiento” económico de los ciudadanos, a la necesidad de que participen más en la economía. Y esto implica situar la economía en el debate público, y aumentar la pedagogía y la cultura económicas de los ciudadanos.
Se da la circunstancia de que esta necesidad coincide con el enorme cuestionamiento que está experimentando la Economía, como cuerpo de conocimiento. Un cuestionamiento social que se ha extendido no sólo a la propia disciplina, sino que ha traspasado el debate teórico para centrar buena parte de las críticas en aquellas personas que, de manera profesional, la practican y desarrollan su marco intelectual, esto es, los propios economistas. En esa línea, Soledad Gallego Díaz señala que la cuestión social no se puede dejar en manos de los economistas.
Razones no faltan para este cuestionamiento. El devenir teórico de la economía ha ido desarrollando en las últimas décadas una matematización creciente al tiempo que se iba independizando de otras disciplinas sociales como la sociología, la ciencia política, o la filosofía moral, desarrollo que alcanza su máxima expresión en el ámbito de la economía financiera, que aparece como una rama más de las matemáticas, diluyendo de esta manera su vocación de genuina ciencia social.
La obsesión de los economistas por desarrollar una disciplina hiperespecializada y matemáticamente exacta, homologable a las ciencias “duras”, y en particular a la física, ha terminado por convertir lo que inicialmente se consideró meramente un lenguaje -el matemático- como el método por excelencia de la misma, aislado de las consideraciones y análisis provenientes de otras ciencias sociales, y, paradójicamente, menos preparada para analizar y explicar la complejidad del hecho económico y su interrelación con el conjunto de las relaciones sociales. La economía política de Smith, Ricardo, Marx, Keynes o incluso Samuelson y Friedman se ha transformado en un análisis económico estrictamente formalista y abstracto, llegando al extremo de eliminar de los currículums académicos disciplinas tales como la Historia Económica. En su influyente artículo “The Making of an Economist Redux”, David Colander analiza cuáles son las condiciones que los doctorandos de varias universidades norteamericanas consideran importantes para obtener su título. Uno de cada dos doctorandos pensaba que el conocimiento de la economía no era importante para obtener un doctorado en ciencias económicas. El dominio de las matemáticas es considerado mucho más importante que el conocimiento del sistema económico.
Así, se ha consolidado una interpretación de la economía que supone que los seres humanos tiene una racionalidad económica prácticamente perfecta, y que se mueven en el marco de mercados eficientes con pocas fricciones e imperfecciones. Una ciencia económica que obvia el carácter de construcción social de muchas de sus categorías, y que se presume “objetiva” y ajena al contexto social, cultural y político en el que desarrolla su análisis. La precisión ganada en el desarrollo de complejos modelos matemáticos lo es a costa de incrementar su nivel de abstracción y de renunciar al realismo de los supuestos de partida.
Los resultados de esta manera simplista de entender y explicar el hecho económico no han sido ajenos a la incapacidad de la corriente principal de la economía para prever y explicar adecuadamente el surgimiento y posterior desarrollo de la presente crisis.
No son pocas las voces que se alzan contra esta tendencia. Buena parte de los economistas se han rebelado contra este reduccionismo, y han aportado su grano de arena para revertir esta situación. Los economistas más conscientes, como Stiglitz, Akerloff o de Grauwe han promovido vías de investigación fundamentadas en nuevos supuestos de partida, como nuevos sistemas de medición del bienestar económico, o una visión más realista de las limitaciones de la racionalidad de los agentes económicos. La World Economics Association nació en 2011 aprovechando el impulso generado a principio de la anterior década por el Manifiesto de la economía post-autista, abogando por una ciencia económica que no huya de su carácter de ciencia social, abierta a los avances y descubrimientos de la Historia, la Sociología, la Psicología o la ciencia política. De la misma manera, el financiero y filántropo George Soros lanzó en 2011 el Institute for New Economic Thinking, INET, con el mismo objetivo. Estas iniciativas son sólo unos ejemplos de un movimiento más amplio que aboga por una ciencia económica plural y epistemológicamente abierta al enriquecimiento mutuo con otras ciencias sociales.
Si la economía (junto con las otras ciencias sociales) debe ganar presencia en el debate público, tal como apostábamos en nuestra Nota anterior, sólo puede hacerlo transformando la manera en que explica y se explica. Una buena manera de contribuir a la solución de los problemas de este mundo en crisis es apostar por una reorientación de los aspectos epistemológicos y metodológicos de una ciencia económica, a fecha de hoy, demasiado centrada en un paradigma insuficiente, reduccionista y francamente inadecuado para explicar la complejidad del hecho económico como hecho social.
Nota de los editores de Agenda Pública en colaboración con José Moisés MartíneditoresJosé Moisés Martín