Según los datos estadísticos del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) se resuelven antes las demandas de empleo de los hombres que las de las mujeres, relegando a éstas a periodos más largos de desempleo. No se trata de un hecho aislado, es una tendencia que se manifiesta más intensamente en estos últimos tres años y que explica que desde septiembre de 2013, el paro masculino se haya reducido más del doble que el femenino: un 8,4% frente a un 3,5%.
La gráfica muestra que, mientras disminuye el porcentaje de las demandas de empleo masculino pendientes de resolver (del 48,5% al 46,6% entre 2012 y 2014 respectivamente), aumentan las demandas femeninas de empleo pendientes (del 51,5% al 53,4% para el mismo periodo), incluso las de mayor preparación y niveles de estudios, y aún más a mayor antigüedad del registro de la demanda de empleo. A partir de los 6 meses, las demandas de empleo de las mujeres se demoran en mayor medida que las de los hombres; según los datos del pasado mes de septiembre, 865.855 mujeres llevaban más de dos años esperando a resolver su situación de demandantes de empleo, respecto a los 644.853 hombres.
Llueve sobre mojado, porque la tendencia que muestra el SEPE lo que hace es agravar la penalización ya existente sobre el empleo de las mujeres. A la discriminación estadística que afecta a todas las mujeres, por las desiguales responsabilidades derivadas de la maternidad y los cuidados, a la negativa del gobierno español a avanzar en corresponsabilidad, hay que añadir también la gestión sesgada de los recursos de (des)empleo.
Y sin embargo, en el actual contexto de expansión de la precariedad laboral, de menores servicios públicos de atención a las necesidades básicas de las personas y de la drástica reducción de prestaciones económicas que padecemos, las mujeres se resisten a abandonar completamente el mercado laboral. Son ellas quienes están asumiendo de manera más activa el mantenimiento de la subsistencia familiar, provocando un cambio progresivo en las estructuras familiares: el modelo tradicional de 'ganapán masculino' -hombre como único sustentador económico en familias biparentales heterosexuales- pierde peso significativamente mientras hay una mayor incidencia del papel de las mujeres como proveedoras económicas, solas y también en familias de doble ingreso, aunque en condiciones de mayor esclavitud laboral. ¿No es tiempo ya de cambiar esta hoja de ruta discriminatoria?