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Invertir en ciencia y tecnología es invertir en futuro

En un momento como el actual, tras varios años de crisis económico-financiera, que se ha traducido en recortes sociales hace una década inimaginables, se impone llevar a cabo una reflexión global, de clara inspiración socialdemócrata, que defienda el poder de la política y la democracia para transformar el mundo, así como un modelo social más justo y equitativo y un desarrollo económico más eficiente y sostenible.

A través de 12 mensajes que expresan valores esenciales de convivencia y progreso, ideas básicas, todas ellas, hoy cuestionadas por la derecha ideológica, pretendemos recuperar o poner al día un pensamiento socialdemócrata que o bien anda despistado o bien ha perdido el lugar central que un día ostentó.

Aunque estas 12 líneas rojas no pretenden agotar el campo del pensamiento y la acción que deberían orientar a la socialdemocracia del siglo XXI, sí ejemplifican los retos y propósitos básicos que deberían conformar su estrategia de futuro, aportando nuevas soluciones ante los desafíos económicos y sociales, y a la vez recuperando su esencia inequívocamente progresista.

Líneas Rojas Líneas Rojas

Mucho se habla de la pronta salida de la crisis, pero hasta ahora los españoles no sabemos cuál es el modelo económico que va a remplazar a la economía del ladrillo y a la especulación financiera.

La crisis económica y su incansable retorica del recorte hablan de ciencia e innovación como salidas de la crisis a la vez que le propinan brutales golpes. En buena parte porque la ideología de derechas sigue constreñida al paradigma fallido del crecimiento económico y la reducción del papel del estado, sin aceptar que para que la ciencia avance es indispensable el concurso de factores públicos y privados, y de que calidad de vida es mucho más que consumo sin límite.

El gasto en ciencia y educación ha caído a niveles de 2005. El CSIC, abanderado de la ciencia en España amenaza con no poder enfrentar sus pagos y la salida de personal investigador es una hemorragia de talento humano.

El Gobierno pretende que la inversión pública en I+D+I se congele al menos hasta 2020. Si la meta era destinar un 3% del PIB a actividades de desarrollo científico y tecnológico esta se rebaja al 2% y aun así no hay garantías de que se alcance este porcentaje puesto que para alcanzarlo se espera que aumente la participación privada.

Es evidente que la empresa tiene que invertir en I+D+I, pero esto no ocurre, de hecho, decrece. España no cuenta con un sistema empresarial de alta tecnología. Predominan las empresas pequeñas que mantienen un estrecho vínculo con el sistema público de investigación y que sin ayudas está condenado al fracaso.

El problema reside en la base del obsoleto modelo económico liberal y su percepción de lo público. El dinero que se invierte en educación, ciencia y tecnología e innovación no es gasto, es inversión porque produce rendimientos para toda la sociedad, y de hecho, como se ha demostrado, los resultados aparecen en un periodo menor a lo esperado.

Recientemente investigadores españoles publicaron un análisis (Dark Clouds over Spanish Science) refutando la falacia de que la inversión en I+D+I en España no es productiva. El texto publicado en la revista Science y del que se hace eco un post en eldiario.es, señala que el gasto total en I+D+I como porcentaje del PIB se triplicó entre 1998 y 2008. Durante ese periodo la producción científica, la calidad y la innovación de los mismos (medidas en cantidad de publicaciones, citaciones y patentes respectivamente) crecieron en una tasa idéntica, se duplicaron. Más aun, si la calidad científica, es decir el impacto de los desarrollos entre el entorno científico suele ser el que más tarda en presentar resultados, en el caso español casi se triplicó entre 2003 y 2012. España produce ciencia de calidad y con un adecuado impulso podría equipararse a EEUU o Alemania.

Otro de los problemas de la errada concepción que orienta la propuesta gubernamental de recortes es la de creer que es posible priorizar la ciencia aplicada, dirigida al mercado por encima de la ciencia básica. En primer lugar, porque como es evidente todo desarrollo aplicado surge de la investigación básica. En segundo lugar porque al no existir un tejido productivo suficientemente innovador y con suficientes recursos es más probable que decline la participación en la ciencia de la empresa española a que esta se mantenga solo por iniciativa privada. En tercer lugar, porque no todo lo que es necesario científicamente es productivo en términos de mercado y no por ello es un despilfarro. En este orden están, por ejemplo, la investigación en enfermedades raras, el desarrollo de los bienes públicos globales o la investigación en ciencias sociales, que aportan mejoras a la misma administración pública y a la calidad de vida de la sociedad pero no tienen un mercado en sí mismas.

No puede dejarse al mercado de forma exclusiva la determinación de lo que es relevante o necesario. No por ello quiere decir que se asuman perdidas o se gaste a fondo perdido. Es necesario que exista un control claro en el cumplimiento de los objetivos de investigación, que se haga seguimiento a los fondos y que se busque mejorar el gasto.

Además de los argumentos económicos, y éticos, invertir en I+D+I es una buena apuesta política según una encuesta reciente de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, el 80% de los españoles apoya incrementar o mantener la inversión pública en I+D+I.

En definitiva, el gran problema de la ciencia española no es su calidad, es la falta de recursos. La ciencia española es rentable, pero además genera réditos sociales porque mejora la vida de la gente, crea empleo y especialmente es la mejor herramienta que tenemos para romper el viejo paradigma del crecimiento y el consumo y cambiarlo por uno en el que los objetivos sean calidad de vida y sostenibilidad. Para cambiar especulación por producción. Por muy grandes que sean las preocupaciones del día a día, es necesario actuar de forma estratégica a futuro. La inversión en ciencia es inversión estratégica indispensable para que España salga del furgón de cola (el puesto 18) de la Europa de la innovación.