La situación actual del PSC no es nueva ni su análisis es sencillo, a pesar de los intentos de despacharlo en un par de titulares. Es el resultado de varias crisis en una. En parte, es un episodio más de una pugna histórica dentro del socialismo catalán y, en parte, es un capítulo periférico de fenómenos más amplios, de un alcance que supera las limitadas fronteras del debate sobre el derecho a decidir, la consulta sobre la independencia. La situación actual del PSC puede explicarse por siete fenómenos de muy diversa naturaleza, pero que inciden todos sobre el partido de los socialistas catalanes, reforzándose unos a otros, sin que sea posible averiguar las fronteras entre ellos.
En primer lugar está la crisis del modelo de democracia, conocida también como la crisis de los partidos, pero que va bastante más allá de éstos. Es la crisis del Estado democrático como defensor efectivo del interés público frente a los intereses particulares, que tiene su expresión más visible en el desmantelamiento del Estado social, pero que va más allá de eso y pone en cuestión la misma esencia de las instituciones democráticas como representantes del bien común. Es la captura de los reguladores en los mercados por parte de los poderes privados, la corrupción de las instituciones públicas, la sumisión del interés general ante el poder “real” y de rebote el repliegue de los partidos hacia adentro, la desconexión entre representantes y representados (el ya famoso “no nos representan”). Evidentemente, este no es un fenómeno exclusivamente catalán, ni tan siquiera español. Afecta a todos los regímenes democráticos y podemos encontrar sus trazas en todas partes.
La segunda crisis, ligada con la primera, es la del proyecto socialdemócrata. Tenemos una prueba reciente de ello en Francia, con el giro del presidente Hollande y el nuevo primer ministro Manuel Valls, o en Alemania, con la gran coalición en la que el SPD ha aportado la adopción del salario mínimo (triste ganancia). En todos lados la socialdemocracia se ha visto barrida porque la crisis económica la ha encontrado sin proyecto, y siete años después, sigue sin definir una salida distinta de la que imponen las tesis neoliberales del libre mercado y el déficit cero (el público, se entiende). Sin un proyecto propio de respuesta a la situación, los partidos socialistas han perdido buena parte del atractivo electoral. No son alternativa. Y las elecciones en democracia se basan en las alternativas, en el contraste de proyectos diferentes. A los socialistas parece que sólo les han quedado dos opciones: o centrarse en temas “de valores” (el aborto, que parece el único “banderín de enganche” para la izquierda en España) o convertirse en una mala copia de los conservadores (con un toque de “capitalismo compasivo”).
La tercera de las crisis que afecta al PSC es propia de España y es la crisis del modelo de la transición. Estamos viviendo un momento de crisis de sistema en España, que afecta prácticamente a todos los elementos del modelo (del rey a los sindicatos, pasando por el tema territorial). Es una crisis previsible y que no tiene freno, ya que se basa en la “fatiga de materiales” del sistema después de cuarenta años de uso. El gran pacto de la transición (el mitificado “Consenso”, otra vez de moda tras la muerte de Suárez) permitió el establecimiento de un sistema democrático homologable a los sistemas vecinos de más al Norte (una verdadera novedad en la historia peninsular), pero la situación histórica que lo hizo nacer ha sido superada afortunadamente por la sociedad española, de manera que algunas (bastantes) cláusulas del pacto original no encajan con el momento actual, chirrían y requerirían de una puesta a punto a conciencia.
La cuarta crisis enlaza con la tercera pero ésta sí es propia de Cataluña. De la misma manera que el grupo humano en España no es el mismo que dio a luz al actual sistema político, en Cataluña también se ha producido un importantísimo relevo, con todas las consecuencias que eso tiene. Tradicionalmente se decía (y aún se dice, para desesperación de los demógrafos) que la catalana era una sociedad partida en dos mitades, los “viejos” y los “nuevos” catalanes, los nacidos aquí y los llegados del resto de España, las simpatías electorales de los cuales se repartían CiU y el PSC. Esto ya no es así. Hoy en día la radiografía de la sociedad catalana nos da un resultado mucho más complejo. Ya no podemos hablar de dos mitades, sino que hay que incorporar a las nuevas generaciones, mayoritariamente nacidas en Cataluña y escolarizadas en catalán. Las categorías propias de los años ochenta son estereotipos que poco tienen que ver con la realidad actual de un país más híbrido y complejo.
La quinta crisis es la crisis de adaptación de los partidos que históricamente han dominado la escena política catalana y ahora ven evaporarse su superioridad. Es decir el PSC, pero también CiU. De la misma manera que ha cambiado el electorado (o precisamente por eso), también ha cambiado la forma como éste se expresa. De manera que el predominio tradicional de socialistas y convergentes durante los primeros veinticinco años de autonomía se ha transformado en una situación de mayor equilibrio, con la incorporación de nuevas fuerzas con una capacidad creciente de influencia (por ejemplo, ERC). Hasta mediados de los noventa, el 70% de los votantes catalanes optaba o por el PSC o por CiU en cualquier elección, ya fuera general, autonómica o municipal. En el último ciclo electoral sólo eranun 50%. Este descenso en el apoyo a los “grandes” los obliga a reubicarse en un nuevo escenario. CiU tiene la suerte de poder hacerlo desde el gobierno, pero el PSC debe hacerlo sin sus apoyos institucionales tradicionales (el ayuntamiento de Barcelona, la diputación o el gobierno central). Confinados a la intemperie, los socialistas deben adaptarse a una nueva posición subsidiaria, emparejados con ERC y con el peligro (según la mayoría de las encuestas) de acabar siendo uno más del pelotón de las fuerzas medianas.
La sexta crisis es la de la relación entre Cataluña y España, que impacta sobre todo el arco político catalán y español, pero que tiene una especial repercusión sobre el PSC, no tanto porque su posición sea ambigua, sino porque los acontecimientos de los últimos años han puesto de manifiesto la dificultad (por no decir directamente la imposibilidad) de hacer efectiva esta posición. Uno de los ejes definitorios del proyecto de los socialistas catalanes ha sido históricamente el fortalecimiento del autogobierno de Cataluña. El PSC fue uno de los actores principales en la recuperación de este autogobierno y fue el impulsor de la profundización de este, con la reforma estatutaria iniciada por el gobierno Maragall en 2003. La sentencia del Tribunal Constitucional en el verano de 2010, que anulaba preceptos del nuevo estatuto, dejó al PSC huérfano de uno de los elementos fundamentales de su programa político
Finalmente, la séptima crisis es la propia (esta sí) de los socialistas catalanes, aunque ni siquiera es original. Es una crisis faccional típica de cualquier partido, de colisión entre mayoría y minorías, y que tiene derivadas estratégicas, de cultura política, de liderazgos, de tradición, incluso personales. Esta crisis toma etiquetas varias (“el alma catalanista”, “el aparato”), pero es un tipo de pugna que es posible encontrar en cualquier organización política. Quizás la originalidad del caso PSC está en la misma composición del partido, hermanado con uno más grande, el PSOE, que le hace a la vez de hermano y de madrastra, en función de si los intereses de unos y otros (gobernar en España, gobernar en Cataluña) se acoplan o colisionan.
Todo esto es la crisis del PSC. Pero podría no ser exclusiva del PSC. En aquello que es común, otros partidos mainstream de la política española y catalana manifiestan síntomas equiparables. Estos no deberían olvidar lo que señala el dicho, ‘cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar’.