La gente no quiere esclavizarse por haber tenido mala suerte y no poder pagar sus deudas. La gente quiere que se tengan en cuenta sus intereses a la hora de tomar decisiones políticas. La gente está en contra de que la desigualdad sea tan grande que una persona pueda llegar a comprar la voluntad de otras, y que haya personas que se vean, por necesidad, obligadas a venderse. La gente que vive sin derechos de ciudadanía bajo un gobierno lucha por ser reconocida. La gente a la que me refiero es el pueblo de Roma y sus aliados, en la época republicana. En las protestas progresistas, que nos hacen avanzar hacia una sociedad en la que todos tengan el mismo derecho a vivir una vida digna y a un mínimo de recursos que así lo garanticen, independientemente de su condición, hay ideas que siempre están presentes. Son ideas eternas (que diría Badiou): desigualdad económica tolerable, más participación política y más reconocimiento como sujetos de pleno derecho ciudadano.
El ciclo de protestas que comienza tras la crisis económica, con el detonante de un joven tunecino que se inmola harto de la injusticia y la desesperación, tiene mucho de ideas eternas. ¿Pero las protestas en España, EE UU, Grecia, Bulgaria, Turquía, Rusia o Ucrania, Siria, son protestas aisladas o son parte de un mismo proceso de desarrollo de esas ideas eternas? Todas estas protestas tienen su propia lógica, y si algo las une, es, en todo caso, cierto efecto de contagio, y a veces un mínimo de intercambio de activistas. Pero no hay tras ellas una organización como la II o la III Internacional que las coordine, nacional e internacionalmente. En cada lugar, la ciudadanía ha salido a protestar por lo mismo: más inclusión económica, decisiones políticas más en consonancia con lo que quiere la mayoría y menos corrupción, pero cada protesta lo hace en un “ecosistema distinto”. Las tensiones políticas en las que se expresan no son las mismas. De la misma forma que una especie animal se desarrolla según el ecosistema, a las ideas eternas les sucede lo mismo.
Una clave para entender lo que está pasando es la geopolítica. No tanto en sentido estrictamente geográfico, sino como “contagio” y áreas de influencia política. Es imposible la historia contrafáctica (que hubiese pasado sí…), pero antes del 15 M hubo otras protestas en España. La relevancia mediática que se le dio al 15 M fue mayor tras la “primavera árabe”, una relevancia que retroalimentó el movimiento. Por otro lado, una diferencia muy importante entre las protestas es la violencia. En España ha estado muy controlada, sobre todo al principio, para evitar cualquier asimilación de las protestas al mundo etarra. La situación difiere considerablemente de la guerra civil en Siria, o de Ucrania.
Pero las demandas populares en todos los lugares son similares: que quienes tomen las decisiones políticas tengan más en cuenta lo que piensa la mayoría de la población, o quienes viven en un territorio de esa población desean que las instituciones reconozcan su identidad diferencial (caso ucraniano o catalán). También tienen en cuenta mayor inclusión económica, frente a una élite político-económica “extractiva” y corrupta.
Lo que difiere considerablemente entre todas ellas es la relevancia y ambigüedad geoestratégica de los países en los que se expresan las ideas populares eternas. Por conflictiva que sea la situación en Grecia, o lo llegue a ser en España o Portugal, ninguna potencia extranjera está apostando por nuestra salida de la OTAN o de la UE. ¿Se imaginan a los rusos financiando y dotando de recursos humanos las protestas del 15 M para que nos saliésemos del euro y de la OTAN?, ¿o potenciando el independentismo catalán? A todo esto cabe añadir la irresponsabilidad occidental de legitimar un golpe de Estado a unos meses de unas elecciones, después de que las anteriores fueran avaladas por organismos internacionales, como sucedió en Ucrania. O peor aún, hacer creer a quienes protestan que recibirán apoyo militar, por lo que acaban abandonando la lucha no violenta a favor de las armas, para luego desentenderse, como en el caso sirio. Caso que no es extraño que sea el más violento pues es donde se dirimen más fracturas geoestratégicas. Es (era) el único país digno de ser enemigo militar de Israel en la zona, pro-ruso y pro-iraní, con tensiones entre laicos y religiosos, y entre demócratas y no demócratas. Vamos, en el eje del mal, con un gobierno represivo, una sociedad fracturada y muchas potencias internacionales con intereses enfrentados sobre un mismo territorio.
Con ello quiero señalar que todas estas protestas tienen en común que surgen de demandas populares democratizadoras e igualadoras, pero que son distorsionadas por factores que van más allá de la voluntad popular de las que surgen. Cuando menos injerencias externas haya y más inclusivos sean los procesos de participación política, más estables serán los regímenes políticos y más se adecuaran a las preferencias generales de la ciudadanía.
España tiene la suerte de estar en un contexto de gran estabilidad geopolítica, pero no está tan claro si su sistema democrático es tan inclusivo como debiera. Eso se debe a la gran confusión de muchos liberales entre democracia y “votocracia”. La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, como dijo Lincoln, mientras que votar una vez cada cuatro años es uno de los medios posibles para garantizar el autogobierno del pueblo, pero no el único. Desde el comienzo de la crisis asistimos a decisiones gubernamentales que van en contra de los intereses de la mayoría. Si no queremos que esta tensión entre autogobierno popular frustrado y gobiernos impopulares tecnocráticos termine barriendo las democracias, como sucedió en los años 30, los cauces de participación política deben estar abiertos a más formas de control popular que el voto cada cuatro años.
Para que los gobiernos no deriven en tecnocracias rígidas e impopulares, que acaben siendo inestables y asaltadas por populismos peligrosos, deben ser más porosos a las demandas populares. No hay que tener miedo a realizar algún referéndum de vez en cuando, a las iniciativas legislativas populares tomadas en serio o incluso a la revocación de cargos electos bajo ciertas condiciones (como el procedimiento que intentó la oposición venezolana contra Chávez). Y lo más fundamental, la confusión entre democracia y “votocracia” ha hecho que mientras las cosas iban bien mucha gente se desentendiera de la política, y cuando han querido participar no sabían muy bien cómo hacerlo, pero están aprendiendo. Podemos o un PSOE regenerado pueden ser la prueba de que nuestra democracia sigue sana, abierta a las ideas eternas.