El acelerado desplome de la confianza en la Unión Europea (UE) resulta perturbador. Desde la crisis de 2008 la confianza ciudadana en la UE se ha reducido a un 30%. La crisis ha provocado una reacción euroescéptica cuyos representantes acumularán entre un 20 y un 25% de los votos en las próximas elecciones de mayo. El populismo euroescéptico podría sumar entre 150 y 200 escaños y ganar las elecciones en el Reino Unido, Francia e Italia, así como obtener buenos resultados en Holanda, Dinamarca, Austria y algunos países del este. Unas elecciones donde la abstención ha ido en aumento desde 1979 hasta alcanzar hace 5 años casi un 60%. A la crisis política del europeísmo se suma otra de resultados económicos. Las políticas europeas en lugar de seguir procurando bienestar, tal como lo hicieron durante medio siglo, han favorecido en la última década el desempleo y la precarización y han impuesto una rigurosa dieta económica a base de ajustes presupuestarios, contención del déficit y reducción de deuda. Hoy 27 millones de ciudadanos, la mitad menores de 24 años, viven en paro. Como si todo el Benelux no tuviera trabajo. La crisis y su respuesta ha desencadenado un distanciamiento inédito entre los ciudadanos y la UE que afecta también a las relaciones entre Estados Miembros. El futuro de la UE está amenazado.
Las sucesivas transferencias y delegación de materias estatales a las instituciones europeas han acelerado también una progresiva oligarquización de la política en Europa. Los Estados miembros han ido concentrando en el Consejo Europeo los poderes de dirección intergubernamental de la Unión Europea debilitando a la Comisión y a otras instituciones. Desde Bruselas las burocracias políticas han conseguido eludir los controles parlamentarios y mediáticos que caracterizan a las democracias nacionales. Vivimos ya en la paradoja de una política sin democracia, a escala europea, y de una democracia sin política a nivel estatal. Desde hace años las grandes decisiones políticas y económicas que afectan a la ciudadanía europea se adoptan por instituciones públicas y privadas fuera de las fronteras nacionales; en Bruselas, Washington o Nueva York y pronto también a orillas del Pacífico.
Ante ese panorama, el auge del euroescepticismo representa, a mi juicio, un escapismo político que no tiene en consideración las exiguas dimensiones de los Estados europeos en el contexto del proceso de globalización. Según la prospectiva, en 2035 ningún Estado europeo, ni tan siquiera Alemania, formaría parte de un G-7. En el plazo de la próxima generación la existencia de unidades políticas de las dimensiones de EEUU, China, India, Brasil, Japón, Rusia o Indonesia, exige a los europeos dar pasos, no de vuelta al Estado-nación, sino hacia una unidad federal europea. Un objetivo que los defensores del Estado nacional no quieren alcanzar. Aunque se presentan como europeístas los defensores del Estado-nación en el marco de la UE son más bien fuerzas europeizantes que tratan de mantener al Estado como fundamento de la integración, limitando el avance de la europeización. Sin embargo, la Unión Europea requiere de nuevos recursos institucionales, comunicativos, presupuestarios y financieros propios. En mi opinión, frente a euroescépticos y europeizantes hace falta fortalecer y federalizar la UE. Una transformación que debiera venir acompañada de su democratización y del impulso de una economía social de mercado.
Que el voto sirva sólo para orientar al Consejo Europeo en la elección del presidente de la Comisión resulta insuficiente. Ya es hora de que los ciudadanos europeos podamos elegir un gobierno europeo a través de unas elecciones europeas, o cambiar la orientación de ese gobierno, tal y como sucede en las unidades políticas democráticas. También necesitamos contar con medios de comunicación europeos: televisiones, radios, periódicos y publicaciones que configuren en la UE una opinión pública capaz de informar y servir de control al poder de sus instituciones. Europa debe afrontar con urgencia el desplazamiento del eje mundial hacia Asia y el Pacífico. En consecuencia tiene que reforzar los lazos comerciales y culturales con América y emprender una política de desarrollo en África. Pero para poder fortalecer su posición en el mundo y favorecer el bienestar de sus ciudadanos y vecinos Europa debe cambiar su estructura institucional y su orientación política.
El modelo de globalización neoliberal que representan las candidaturas de Junker y Schultz a la presidencia de la Comisión Europea son la cara y la cruz de una misma y desgastada moneda. Ejemplo de la inanidad de la Europa de los Estados en la crisis de Ucrania y del manejo del mercado europeo en favor de los intereses oligárquicos de las corporaciones multinacionales. Desde hace años se consiente el desmantelamiento industrial admitiendo la comercialización en Europa de productos fabricados en condiciones laborales y medioambientales horrendas. El coste de la hora de trabajo, 15 veces inferior a la europea en China, 60 veces menos en Bangladesh o Vietnam, conduce inevitablemente a la deslocalización y a la precariedad laboral de millones de trabajadores europeos. Semejante modelo economicista de búsqueda de rentabilidad global conduce ineludiblemente a la asiatización europea. El minotauro capitalista ha secuestrado la UE. El futuro pende de un hilo democrático, federal y social que nos conduzca fuera del laberinto hacia otra Europa.