El futuro económico de Escocia, visto desde Cataluña

Si se lee en algún titular que la independencia producirá una ganancia o una pérdida de tantos euros per cápita (habitualmente una cifra redonda), hay que desconfiar de todo lo que viene a continuación, como hemos señalado en el libro “Economia d’una Espanya plurinacional”. Presentar un número mágico es exactamente lo contrario de lo que hace Gavin McCrone en su fantástico libro sobre las implicaciones económicas del futuro constitucional de Escocia, “Scottish Independence. Weighing Up the Economics”Scottish Independence. Weighing Up the Economics.

Los ejercicios sobre los aspectos económicos de la independencia que concluyen con un número mágico pecan de dos defectos fundamentales:

-En primer lugar, suelen realizar supuestos heroicos sobre los que no existe ningún consenso científico. Transmiten con ello el mensaje equivocado y poco pedagógico de que la incertidumbre no existe o juega un papel secundario, cuando es un aspecto básico de todos los procesos de secesión, comenzando por el significado mismo de “secesión” en la Europa del siglo XXI.

-En segundo lugar, parten del supuesto subyacente de que la secesión es un fenómeno básicamente distributivo entre territorios donde una población dispondrá de más cantidad de unos recursos que se consideran fijos y que en el presente tiene que compartir con otros. Ello en un contexto social donde lo fundamental se considera estable, cuando la secesión inevitablemente comportará cambios en la cantidad total de recursos disponibles y cambios probablemente fundamentales en el tipo de sociedad que se construye, que tienen que ver con las dificultades actuales del estado-nación como contexto del contrato social y, en el caso europeo, con las vicisitudes del proceso de construcción europea.

Como ejemplo de las dificultades de ponerle cifras a algo tan incierto y de perfiles tan borrosos como la “independencia” hoy, McCrone muestra las diferentes estimaciones sobre el valor del petróleo del Mar del Norte para la economía escocesa (un aspecto clave del argumento de los independentistas escoceses), según las distintas proyecciones realizadas, ya sea por parte de la agencia pública británica Office of Budget Responsibility (OBR) o por parte del gobierno escocés. En la Tabla 1 puede verse que las diferencias son sustanciales y crecientes en el tiempo, hasta más que duplicar el gobierno escocés la previsión de la OBR para un total de seis años.

Tabla 1. Proyecciones sobre ingresos fiscales para Escocia derivados del petróleo del Mar del Norte (miles de millones de libras)

El libro de McCrone constituye un tratado muy amplio de los diferentes aspectos del debate económico que en buena parte protagoniza la campaña del referéndum sobre la independencia de Escocia del 18 de septiembre. Hay capítulos sobre el Estado del bienestar y cuestiones fiscales, política monetaria, regulación financiera, y energía, entre otros. En todos ellos, lejos de darse un número mágico, se plantean los distintos escenarios posibles a partir de una descripción sucinta pero clara de la situación actual.

Para McCrone, la independencia equivaldría sobre todo a tener más margen de maniobra (más “palancas económicas”) para endeudarse y gastar en proyectos de intervención pública decididos exclusivamente por el gobierno escocés. Ello a pesar de que el mismo autor reconoce que en el seno de la Unión Europea y en el contexto de una economía globalizada estas “palancas” están de todos modos restringidas. McCrone no menciona la posibilidad de que la independencia de Escocia dé lugar a un “efecto frontera” en el comercio internacional.

Muchas de las discontinuidades entre las fronteras nacionales en el pasado han desaparecido hoy en Europa, y el poder de un gobierno nacional está limitado por los flujos de personas y capitales, y por la normativa de la Unión Europea. Por otro lado, McCrone afirma que muchas de las políticas que los nacionalistas escoceses afirman que serían posibles en virtud de la independencia, o son ya posibles hoy y no se están aplicando, o serían posibles bajo una mayor descentralización.

Un aspecto del libro con un tratamiento a mi juicio magistral es el dedicado a los problemas de una unión monetaria con el Reino Unido (páginas 53-60), que es la opción respecto a la moneda pretendida por el gobierno escocés en su “libro blanco” sobre la independencia. McCrone subraya las dificultades de, por un lado, mantener una unión monetaria con un Banco de Inglaterra que retendría las facultades de prestamista de último recurso pero, por otro lado, al mismo tiempo pretender fragmentar la soberanía fiscal. Esta contradicción también fue señalada por el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney; y por el líder de la campaña por el No en el referéndum, el laborista Alistair Darling, en sus dos debates televisivos con el líder nacionalista Alex Salmond; y por el economista norteamericano Paul Krugman, que ha tenido una participación estelar en el debate económico en las últimas semanas, tanto por escrito como por televisión.

Si el gobierno escocés pretende tener un grado significativo de soberanía fiscal (lo que la mayoría de expertos aceptaría que se parece más a una definición plausible de “independencia”), difícilmente puede someterse a la imposibilidad de acceder cuando Escocia lo necesite a los instrumentos de un prestamista de último recurso. Y en la economía de hoy, con fuerte recurso a la deuda y con mercados altamente especulativos, lo necesitará con una probabilidad elevada.

Como han dicho los representantes de los tres partidos políticos con posibilidades de gobernar en el Reino Unido, el Banco de Inglaterra y el Parlamento al cual ha respondido hasta ahora, el de Westminster, sólo aceptarán ser los prestamistas de último recurso de los bancos escoceses si pueden mantener elementos de control sobre la economía escocesa.

El mensaje clave de los nacionalistas escoceses, de que con la independencia terminarán las políticas de austeridad, es contradictorio con querer mantener una unión monetaria con el Reino Unido. Irlanda mantuvo la paridad con la libra esterlina durante décadas tras la independencia pero al coste de unos enormes sacrificios fiscales, que están en contradicción con las promesas que hacen los nacionalistas escoceses. Eslovaquia y la República Checa, por utilizar otro ejemplo mencionado por McCrone, mantuvieron una misma moneda anunciando que crearían en el futuro una para cada país, pero inmediatamente se produjo una fuga de capitales de Eslovaquia hacia Praga y tuvieron que crearse de inmediato dos monedas. Es lógico que Escocia quiera mantener la misma moneda que el Reino Unido, dados los vínculos financieros y comerciales entre las dos partes de la isla, pero debe aceptar que una misma moneda implica una limitación considerable de la soberanía fiscal, lo que está en contradicción con la idea de independencia.

El de McCrone es un libro excelente y muy equilibrado por una de las personas que mejor conoce la economía escocesa. Afirma que una Escocia independiente sería un Estado perfectamente “viable”, y en ningún momento utiliza argumentos alarmistas. Pero su conclusión es clara: las incertidumbres y contradicciones del proyecto de la “independencia” de Escocia son tales que la alternativa de un mejor esquema de descentralización en el contexto de un reequilibrado (¿federal?) Reino Unido que se mantenga en la Unión Europea es mucho más atractiva. Es la misma conclusión a la que ha llegado el semanario de orientación liberal The Economist en su último editorial antes del referéndum, así como Will Hutton, uno de los principales exponentes de la intelectualidad progresista británica.

Las contradicciones entre la independencia y la unión monetaria también han emergido en el debate catalán, como ha puesto de manifiesto Xavier Vidal-Folch, aunque por supuesto en este caso la moneda única sería el euro en lugar de la libra esterlina. No es la única semejanza entre ambos debates. Ambos son territorios relativamente prósperos (si no fuera por la enorme riqueza concentrada en Londres, Escocia estaría claramente por encima de la media de renta británica) con un poderoso gobierno autonómico que dispone de amplias competencias. Tanto el gobierno escocés como el catalán han utilizado los recursos del autogobierno emanado de la legalidad común para pretender fragmentar el Estado de procedencia.

Por supuesto, también hay diferencias importantes entre ambos debates, en cuanto a la posibilidad legal de celebrar un referéndum de independencia, la importancia de las cuestiones lingüísticas, las cuestiones de financiación territorial o las cuestiones de calidad institucional.

En Cataluña, de momento a dos meses supuestamente de la “consulta” no hay libro blanco sobre la independencia como lo hay en Escocia (un documento de 600 páginas donde se detalla con más o menos rigor qué se entiende por independencia), y cuando lo haya, si es que lo hay, veremos si todos los partidos que apoyan la independencia están de acuerdo con él. En cambio, el libro blanco escocés básicamente fue redactado por un gobierno monocolor. La campaña proindependentista de Escocia está mucho más cohesionada en este sentido que la catalana.

Parte del discurso del gobierno escocés se basa en construir un país de centroizquierda con un potente Estado del bienestar gracias a los recursos del petróleo del mar del Norte, ante la supuesta deriva neoliberal de Inglaterra. Por ejemplo, Salmond habla de evitar la privatización del sistema nacional de salud, el NHS, aunque no sin contradicciones destacadas por un editorial en The Guardian. En Cataluña, Artur Mas, sin embargo preside un gobierno de centroderecha que está privatizando en buena parte la sanidad pública. Y a diferencia de lo ocurrido en Escocia desde que gobierna el Partido Nacionalista Escocés, los partidos mayoritarios hasta ahora en Cataluña han apoyado las políticas económicas de los gobiernos españoles, tanto cuando ha gobernado el PSOE como cuando ha gobernado el PP.

Por lo demás, en España no hay un movimiento serio para sacarnos de la Unión Europea, como sí lo hay en el Reino Unido, habiendo forzado el partido independentista UKIP al Partido Conservador a convocar para 2017 un referéndum sobre la salida del Reino Unido de la UE. En este contexto, los mayoritariamente europeístas escoceses pueden ver la independencia del Reino Unido como una vía para permanecer vinculados al proyecto europeo. Finalmente, y para terminar con el capítulo de diferencias, el tamaño económico y demográfico de Escocia respecto al Reino Unido es menor que el de Cataluña respecto a España (no así el tamaño relativo del territorio), lo que quizás explique parcialmente, la relativa relajación y sentido del humor con que la mayoría de británicos se ha tomado el referéndum del 18 de septiembre. La tabla 2 resume algunas de las principales diferencias.

Tabla 2. Algunas diferencias entre Escocia y Cataluña