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Cuando las personas dejan de importar

En la vida siempre hay alguien que debe hacer el trabajo sucio. Y, tarde o temprano, acabará pagando por ello directa o indirectamente. Cada día se registran millares de despidos en empresas de todo tipo alrededor del mundo, pero algunos de ellos no han dejado el rastro habitual. Esos que son fruto de un plan orquestado minuciosamente con el objetivo de echar a sus trabajadores de la forma más económica posible.

El thriller francés Corporate (Nicholas Silhol, 2017) nos sitúa en una de esas empresas que destinan cantidad de esfuerzos y recursos para conseguir precisamente eso: hacer la vida imposible a los trabajadores considerados prescindibles para que se vayan por su propio pie, sin hacer escándalo ni suponer gasto alguno para la empresa. Sobre el papel puede parecer una idea perversa que no va más allá de una mala praxis empresarial, pero la vida real demuestra que, en cuanto a humanos se refiere, todo coge un cariz diferente que puede llevar al límite cualquier situación aparentemente simple. Es lo que le ocurre a Emilie Tesson-Hansen (Céline Sallette), gestora de Recursos Humanos de una multinacional con una extensa plantilla de trabajadores. Su superior, Stéphane Froncart (Lambert Wilson), la ha contratado por su falta de escrúpulos para llevar a cabo la limpieza de trabajadores que requiere la empresa con la más absoluta normalidad. ¿Pero es posible sin mancharse las manos? ¿A qué coste?

Silhol defiende que Corporate está basada en hechos reales e inspirada en la ola de suicidios laborales que conmocionó Francia hace una década. Su filme pone encima de la mesa las consecuencias de semejante despropósito empresarial a través de un caso concreto: uno de los trabajadores, que ha sido presionado con métodos más que reprobables durante más de un año para que dimitiera, decide suicidarse saltando desde la ventana de su oficina. En este punto empezará el baile de idas y venidas de inspecciones laborales, reuniones de los jefes de la empresa y los cuchicheos entre los trabajadores. Cada uno querrá salvar su puesto, pero ¿de quién es la responsabilidad final?  En situaciones como esta hay un dicho que reza lo siguiente: “entre todos lo mataron y él solito se murió”. ¿Pero es esto lo que se espera de las empresas en países desarrollados que venden una imagen de responsabilidad social y valores éticos? ¿Dónde empiezan y acaban sus ideales? 

No es algo baladí que la protagonista de esta historia sea una mujer. Una que no cumple los estándares de la familia, sino que apenas pasa tiempo en su casa y casi no ve a su marido e hijo, a los que mantiene alejados de ese entorno laboral enajenante y huérfano de humanidad. Emile cumple el sino de esas vidas donde la persona es lo de menos y la profesión te absorbe hasta el último segundo. A través de su mirada descubrimos lo deshumanizante que puede resultar ocupar un cargo (y tal carga) en una empresa con tan pocos miramientos como la que nos presenta Corporate a la hora de gestionar el personal. Si bien en un primer momento Emile puede alinearse con los (no) valores de la compañía, pronto comprenderá que en este viaje de la culpa y la responsabilidad está sola y que todo en lo que ha creído hasta ahora puede venirse abajo. Aun así, ¿se atreverá a dar el paso e ir en contra de su mentor y la propia empresa?

La moralidad y el desprestigio laboral se enfrentarán a tal dilema, llevando tras de sí un plato que históricamente siempre se ha servido en frío: la venganza.

[Este artículo ha sido publicado en el número 59 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

En la vida siempre hay alguien que debe hacer el trabajo sucio. Y, tarde o temprano, acabará pagando por ello directa o indirectamente. Cada día se registran millares de despidos en empresas de todo tipo alrededor del mundo, pero algunos de ellos no han dejado el rastro habitual. Esos que son fruto de un plan orquestado minuciosamente con el objetivo de echar a sus trabajadores de la forma más económica posible.

El thriller francés Corporate (Nicholas Silhol, 2017) nos sitúa en una de esas empresas que destinan cantidad de esfuerzos y recursos para conseguir precisamente eso: hacer la vida imposible a los trabajadores considerados prescindibles para que se vayan por su propio pie, sin hacer escándalo ni suponer gasto alguno para la empresa. Sobre el papel puede parecer una idea perversa que no va más allá de una mala praxis empresarial, pero la vida real demuestra que, en cuanto a humanos se refiere, todo coge un cariz diferente que puede llevar al límite cualquier situación aparentemente simple. Es lo que le ocurre a Emilie Tesson-Hansen (Céline Sallette), gestora de Recursos Humanos de una multinacional con una extensa plantilla de trabajadores. Su superior, Stéphane Froncart (Lambert Wilson), la ha contratado por su falta de escrúpulos para llevar a cabo la limpieza de trabajadores que requiere la empresa con la más absoluta normalidad. ¿Pero es posible sin mancharse las manos? ¿A qué coste?