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“La clase trabajadora debe volver a darse cuenta de que lo es”

Salvador Bolancer es uno de los pioneros que llevaron adelante la empresa recuperada Mol Matric, con más de 30 años de experiencia y una de las primeras, si no la primera, en España. También es impulsor de otras cooperativas, del movimiento cooperativo en sí, y de organizaciones de economía social y solidaria como Coop57. Hoy jubilado, sigue colaborando y dando charlas sobre su experiencia. Le motiva saber que lo que cuenta puede impulsar movilizaciones por un futuro mejor en quienes más lo necesitan.

En Mol Matric recuperaron la empresa en un momento muy complicado, 1981. ¿Qué puede recomendar a la gente hoy, que pierde el empleo con las quiebras?

La gente que se encuentra en la misma circunstancia en la que estábamos nosotros reacciona de otra manera. Yo les diría que sean capaces de no arrugarse a la primera de cambio; de no echarse para atrás. Cuando les dicen: “Aquí se ha acabado la empresa”, mucha gente responde: “Prefiero que me den el paro y los cuatro duros de indemnización que me toquen, y ya me espabilaré luego. Prefiero olvidarme de todos los problemas”. Yo les digo que empiecen a pensar que hoy en día, después de que se les acabe ese paro, no se sabe cuánto van a tardar en conseguir alguna otra cosa. Además, cuando consigan algo, será por menos de la mitad de lo que estaban cobrando anteriormente. Ante esa perspectiva, hay motivos válidos para decir: “Vamos a ser valientes: vamos a implicarnos”.

¿Qué significa exactamente “implicarse”?

Significa entre otras cosas, por ejemplo, involucrarse en la gestión y dirección de su propia empresa, cooperativizada. Ojo, en nuestro caso no era que la compañía no tuviera trabajo o no hubiera mercado. Había mercado y así se demostró. Por eso pudimos sacarlo adelante. Ahora también existen estos casos, pero no se reacciona.

Pero aunque lo hagan, hoy van a juicio, se presentan los trabajadores para quedarse con la empresa, y muchos pierden. No ganan a pesar de que tengan argumentos válidos en el concurso.

Eso también pasaba en nuestra época. Se ganaba en los tribunales porque los trabajadores apretaban. Si los trabajadores iban arrugados, el juez les daba carpetazo. Si los trabajadores iban en lucha, al final terminaban ganando.

Pero hoy muchos trabajadores se van a la primera negativa.

Eso también pasaba antes. En nuestro caso, que era una empresa de 50 trabajadores, 15 o 20 se dieron a la desbandada a la primera. El empresario había montado otra cosa y se fueron con él. Nos quedamos 30. Luego había gente con la que era imposible pactar nada. No es fácil. Eso suele ocurrir en todas partes.

¿Qué hicieron ustedes?

Nuestra lucha comenzó cuando vimos que empezaba a haber movimiento en la empresa, que sacaban las máquinas y las herramientas. No era simplemente una quiebra. Nos habían dejado de pagar, nos debían meses. Entonces, lo primero que hicimos fue proteger la empresa. ¿Qué quiere decir eso? No dejamos que nadie se llevara ninguna máquina de valor. Que a nadie se le ocurriera llevarse nada, ni siquiera entre los mismos trabajadores, que siempre hay el típico listillo que se lleva cosas. Lo que nos dimos cuenta es de que podían desaparecer materiales que luego nos costaría muchísimo recuperar.

¿Cómo protegían la empresa?

Siempre, día y noche, alguno de nosotros hacía guardia hasta ver qué ocurría. Intentábamos no dejar pasar nada más que a la gente que tenía que trabajar.

¿Cómo no llegó la policía y los sacó, si la empresa no era suya?

Era un momento delicado. La policía no podía venir así como así. Era 1981, en plena Transición. Estaba Adolfo Suárez en el Gobierno. Los políticos no se atrevían a decir: “Tira a quemarropa”. No era posible.

Pero ahora la policía intervendría.

Creo que si a los trabajadores no les pagan, los dejan en la calle, se hacen fuertes y se quedan en la empresa, algo tendrán que ganar. La resistencia a veces es muy sorprendente. Pero para eso necesitas tener un núcleo de gente que esté dispuesta a una serie de cosas, a manifestarse, a dormir en las instalaciones, a hacer de eso su vida. No es decir: “Me voy a una manifestación, vuelvo por la tarde, y mañana Dios dirá”. Deben quedarse y seguir, por la noche y durante el día, con todo el mundo implicado, la familia, los niños, y todos lo que tengan alrededor; si tienen, también los amigos. Especialmente tiene que estar implicada la familia directa. Así ocurrió con nosotros.

¿Llevaban a la familia a la fábrica?

Las familias ayudaban mucho. Por ejemplo, hicimos algo que ahora le llaman “escrache”, que era ir a buscar al responsable de la desgracia. Ahora se ha puesto de moda por los desahucios, pero entonces lo hacíamos nosotros. Organizamos una marcha a Cadaqués porque nos enteramos de que el dueño tenía una casa allí, que usaba en el verano. Alquilamos un autocar y nos fuimos con todas las familias, vestidos de azul, con niños y carritos. Todas las familias. Nos presentamos frente a su casa unas 70 personas, y quien primero nos recibió fue la Guardia Civil. Pero sus miembros se quedaron desbordados. “Miren”, les dijimos, “nosotros no queremos hacerle ningún mal a nadie, pero hay un señor ahí que lleva ya dos meses sin pagarnos y no sabemos nada de él. No nos dice nada y venimos a ver si podemos entrevistarle aquí”. Como no estaba, porque sabía que iríamos, le dejamos escrito en la puerta a lo que habíamos ido, y por qué lo estábamos buscando, y nos fuimos pegando pasquines. Después fuimos a su casa de Martorell, a otro taller que tenía. Intentamos hacer una lucha muy constante. Día sí y día también. Mientras, había un grupo que se quedaba en la fábrica. La fábrica nunca se quedó sola. Teníamos un retén por la noche y durante el día.

¿Por qué en casos similares la gente no hace lo mismo hoy?

En nuestro caso, era una época política muy distinta de la de ahora. Durante la crisis de los años ochenta existía una lucha obrera muy constante, muy fuerte. Los trabajadores eran muy conscientes de que eran trabajadores y no otra cosa. La democracia burguesa se ha preocupado mucho de hacer que los trabajadores se individualicen muchísimo, y cada uno piense que ya no es trabajador, sino otra cosa. Decían que los trabajadores éramos clase media. Hasta hace no mucho, el trabajador que de alguna manera ganaba un salario mínimamente bueno en una empresa saneada, y con eso quiero decir que percibía alrededor de dos mil euros limpios, ya pensaba que no estaba en la clase trabajadora, sino en la clase media. Eso se terminó en el momento en que ha llegó la hecatombe. Muchísima gente que se embarcó en una serie de circunstancias en su vida, ahora está en una pobreza absoluta, sujeta a desahucios.

La lucha de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca parece, en la actualidad, la más cercana a la de ustedes…

Curiosamente, hasta hace poco, a las reuniones de desahuciados solo iban los inmigrantes. Los españoles desahuciados no querían dejarse ver, se ocultaban. Querían que no se supiera que ellos eran pobres también. Últimamente ha cambiado el chip y la gente comienza a decir sin vergüenza cuál es su situación. Formaba parte de esa característica de no reconocer la clase social en la que se encuentran.

Aun así, los trabajadores no parecen movilizarse como ustedes… Hoy, un obrero a quien explotan puede que vaya a votar a un partido liberal que rebajará sus derechos, o a uno de ultraderecha que culpabilizará a inmigrantes…

Cuando la bonanza económica y la burbuja inmobiliaria han convencido a la gente para que se endeudara de tal manera que no pudiera ni rechistar. Ahí nos hemos desorganizado. Antes, mientras la clase trabajadora estaba muy organizada, la clase burguesa casi no lo estaba. La CEOE, por ejemplo, no existía. Se la inventaron entonces. Los patrones estaban bastante más desorganizados que los trabajadores. Ahora ocurre lo contrario. Los trabajadores están desorganizados, y los patrones están muy organizados. Saben cuáles son sus objetivos y los han conseguido. Querían el neoliberalismo europeo y estadounidense, y lo han logrado. Aun así, creo que hay signos de que todo puede cambiar.

¿Antes no había nada que perder?

Nada. Estaba todo perdido. Eso lo está comenzando a sentir ahora la gente joven. Hasta hace unos años, un chico de 25 años podía pensar que pronto se compraría un coche. Ahora muy pocos pueden pensarlo. No encuentran trabajo. No encuentran futuro. Viven con la pensión de los abuelos.

¿Pero hay conciencia entre ellos?

Si todavía creyéramos que somos trabajadores, juntos tendríamos prácticamente todo en nuestras manos. Si se quiere producir algo, lo tienen que hacer los trabajadores; no lo pueden hacer los capitalistas porque, entre otras cosas, son pocos y algunos no saben nada del trabajo en sí. Por tanto, somos los trabajadores quienes tenemos que tirar adelante cualquier iniciativa de trabajo y para crear nuevas expectativas económicas. Esta es una idea antigua, pero es aquí a donde tenemos que volver. Sí que hay signos de esperanza. Hace poco estuve en las Marchas de la Dignidad, en Madrid. Sin que estuvieran los sindicatos mayoritarios, que sin ellos antes era muy difícil movilizar a la gente, hubo una gran marcha. Se ha conseguido todo eso sin ellos.

Ha habido el 15 M, ha habido marchas y, sin embargo, ha sido un año nefasto para los trabajadores. Ha habido ERE, despidos indiscriminados más sencillos y con menores indemnizaciones… Las marchas terminan y toda la fuerza de la ley permite que continúen los ERE.

Aquí está el quid de la cuestión. Tenemos que intentar que este tipo de movimientos no sean como los hongos y se acaben. Que sea una cosa continuada. Esto es lo que se están planteando muchas organizaciones todavía pequeñas, pero que más adelante pienso que pueden ser muchísimo más potentes.

¿Qué papel desempeñan los sindicatos?

Se han ido desclasando, burocratizándose muchísimo. En los años setenta no podíamos ni pensar que un sindicalista fuese corrupto. Ahora tenemos sindicalistas implicados en fraudes. Hay sindicalistas que se han convertido en funcionarios, y eso no puede ser. Tiene que ser gente trabajadora. Ante estas circunstancias, hay una desmotivación generalizada. Seguro que las organizaciones sindicales no tienen toda la culpa, sino la misma sociedad que hemos creado entre todos.

A veces no se continúa, o no se empieza, con empresas cooperativas porque los mismos trabajadores no se ponen de acuerdo. ¿Cómo se hace para cambiarlo?

En Mol Matric había un buen grupo de gente concienciada y además un grupo que creíamos posible que nosotros, como trabajadores, en cooperativa, podríamos continuar con la empresa. Pero había otros grupos, organizados políticamente, que no creían que el cooperativismo fuera una salida para nada. Incluso más, creían que era una especie de parche, y de autoexplotación que ayudaba al capitalismo. Toda esta gente se fue apartando, y quedamos los que creíamos que sí podíamos.

¿De verdad las cooperativas no corren el riesgo de autoexplotarse?

Inicialmente es posible que lo hagan, pero eso luego debe cambiar. En nuestro caso, al principio nos pusimos unos salarios de subsistencia, algo que duró unos cinco años. Eso le sucede a cualquiera que quiera tirar adelante un proyecto. Nosotros nos pusimos en consonancia con el sector, y tuvimos que trabajar muchísimo la solidaridad interna. Eso quiere decir que si había que repartir 1.000 euros, se daban 100 a cada uno, sin categorías. Luego hubo que regularizarlo. Un peón no puede ganar lo mismo que un director, porque nadie querría ser director. Hay que tenerlo muy regularizado, y deben entenderlo todos. Eso, sin que se dispare mucho. Una diferencia de 1 a 3 o 1 a 5 en un nivel muy alto.

También deben tener conocimientos empresariales. ¿Eso cómo se consigue?

Tienen que buscar buenos asesores. En nuestro caso nos ayudó mucho David Santacana, del Colectivo Ronda. Era un economista que cambió las multinacionales por la economía social. Nos planteó, por ejemplo, que no teníamos que embarcarnos con un cliente en más del 30%. ¿Por qué? Porque si en un momento determinado ese cliente se va o no te paga, te hunde. Si te deja de pagar el 30% te hace tambalear, pero no te hunde.

Santacana se reunía con nosotros una vez por semana en el consejo rector.

Existen actualmente personas que asesoran para que las iniciativas puedan salir adelante. Solo hay que querer hacerlo, y esforzarse para seguir adelante.

Democracia

“Hay que saber pactar para continuar”

Muchas veces las cooperativas se rompen porque las personas no se ponen de acuerdo. ¿Cómo se hace?

En una cooperativa, sin pactos no vas a ninguna parte. Si la gente que lidera, que hace de motor, se cree el proyecto y convence al resto, entonces se puede salir adelante. Si todo el mundo quiere dirigir la orquesta, se rompe. Cada uno tiene que ser eficiente en el sitio en que sirve. El gerente debe tener conocimientos para ser cooperativista y capacidad para dirigir.

El riesgo es que el líder no considere otras opiniones, y el resto se desmotive…

Es normal. En un principio, eso nos pasó a nosotros. El resto no veía el proyecto claro, y empezaron a ver a los líderes como si fueran los dueños. Y claro, si es así el enfrentamiento está servido y se pierde el interés. Entre nosotros hubo gente que planteó que había que hacer grupos sindicales. Esa no es la salida en el cooperativismo. Si no estás de acuerdo con los líderes, debes presentarte al consejo rector y dirigir la cooperativa desde ahí. En los consejos rectores está la gente elegida por todos los trabajadores. O se cambia de chip desde el principio o no funciona.

¿Qué decisiones puede tomar el consejo rector?

Nuestro consejo rector se reunía semanalmente y tomaba las decisiones cotidianas. Si había cualquier asunto mínimamente difícil, una reducción en el salario, aceptar según qué trabajo, todo eso se llevaba a la asamblea general, con el voto de todos los trabajadores. Se hacían inicialmente muchísimas y eran larguísimas. Luego, las asambleas se hacen cada tres meses, y más si hay alguna eventualidad.

Normalmente, se intenta por todos los medios que las asambleas sean lo más democráticas posible. Siempre hay quienes son más influyentes y tienen más peso que otros. Pero las cooperativas funcionan así: un socio, un voto.

Solidaridad

Claves de 30 años de cooperativismo

¿Cuál es la clave del éxito de Mol Matric, después de 30 años como empresa recuperada?

Lo que nos ha funcionado es que haya una parte de la gente muy técnica, que supiera del trabajo y de los números, pero también una parte social, solidaria en lo interno y en lo externo de la cooperativa. La parte social es tan importante como el trabajo en sí. Debe haber gente que piense en las personas, desde la posibilidad de realizar una salida al campo con todas las compañeras y las familias, hasta la posibilidad de hacer una recolecta y mandársela a los más pobres de la tierra, como nosotros, que tenemos proyectos de solidaridad con el Sáhara y con Nicaragua. También tenemos una masía que compartimos, y una parte de las tierras se las prestamos a una gente para ver si pueden sacar adelante un proyecto agroecológico propio.

También supongo que influyen unas buenas cuentas…

Por supuesto, hay que comer. Hay que mantener el estómago y el espíritu. Cuando se forma una cooperativa, hay que pensar en ganar tres veces los salarios: una parte es el salario, el equivalente va para Hacienda, y el otro igual sirve para reponer maquinaria, material, y parte social. Si la gente gana dos mil, la empresa tiene que generar seis mil.

[Este artículo pertenece a la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

Salvador Bolancer es uno de los pioneros que llevaron adelante la empresa recuperada Mol Matric, con más de 30 años de experiencia y una de las primeras, si no la primera, en España. También es impulsor de otras cooperativas, del movimiento cooperativo en sí, y de organizaciones de economía social y solidaria como Coop57. Hoy jubilado, sigue colaborando y dando charlas sobre su experiencia. Le motiva saber que lo que cuenta puede impulsar movilizaciones por un futuro mejor en quienes más lo necesitan.

En Mol Matric recuperaron la empresa en un momento muy complicado, 1981. ¿Qué puede recomendar a la gente hoy, que pierde el empleo con las quiebras?