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Cooperativizar la sociedad

Guillem Llorens, Federació de Cooperatives de Treball de Catalunya

Aunque con voces que se atreven a decir que estamos en un momento de auge, el funcionamiento de la economía capitalista no ha modificado nada para pensar que no volveremos en breve al colapso de las condiciones de bienestar de muchísimas personas. Eso si queremos obviar que este ficticio paso adelante no ha significado que un gran número de ellas hayan conseguido unas condiciones de vida dignas o hayan podido consolidar derechos básicos de cualquier ciudadana al amparo de la tan citada Constitución que nos protege.

Y es que este ciclo, que no ha terminado, no queda restringido a una crisis económica, sino que va más allá, es la crisis de valores del sistema que nos han ido imponiendo desde hace ya cerca de un par de siglos. Es la crisis de los que creemos que unos pocos no pueden dirigirnos hacia sus intereses, a menudo poco lícitos; que la relación con el trabajo no es sana; que el consumo desmedido no es sostenible para el planeta ni es justo con las personas que vivimos en él o que no queremos seguir con la presión con la que nos invitan a financiar un sinfín de necesidades inexistentes. O las necesidades reales, pero no a su manera y con nuestro esfuerzo. Quizás a eso no quieran algunas considerarlo adoctrinamiento, pero mueve a millones de personas y no parece llevarnos a buen fin.

El cooperativismo es una de las respuestas a la implantación del capitalismo a mediados del siglo XIX por parte de las trabajadoras, autoorganizándose para cubrir sus necesidades. Pero con el telón de fondo actual, cabe con más fuerza y voz potente (o grandes titulares) difundir a la sociedad que el cooperativismo no es una utopía ni es pasado, es una realidad de presente y de futuro que cuenta con una larga experiencia y una gran variedad de casos de éxito.

Es la fórmula en la que puede emprenderse una nueva actividad, pero es la que mueve a empresas de miles de trabajadoras, sin ser una exageración. Tenemos que saber que hay cooperativas de tres trabajadoras y también de 4.000. Tenemos que saber que es el paraguas de iniciativas de consumo y de usuarios de nuestro pueblo o barrio, pero también de otras multitudinarias con voluntad de disponer de productos y servicios de calidad, de proximidad, que tienen en cuenta a quienes los producen y al planeta. Tenemos que saber que es motor para generar alternativas a la vivienda frente a los modelos especuladores y permitir que dejen de jugar con nuestros derechos. Tenemos que saber que es la raíz y permanencia de nuestra realidad rural, que también existe y es imprescindible para no desfallecer en el equilibrio global. Tenemos que saber que es un modelo de enseñanza en la que maestras y familias apuestan por que nuestro futuro no esté escrito desde el día en el que pisamos la escuela por primera vez.

Con la voluntad de cooperativizar la sociedad no pretendemos más que difundir de manera clara que somos parte de la economía social y solidaria, un sistema necesario, real, de éxito, que pone a las personas en el centro y no al capital. No es ya otra economía ni una alternativa económica. Existe y es la economía del futuro, por la que las Administraciones deben apostar y en función de la cual la ciudadanía debe regirse.

Y nuestra aportación será simplemente no escatimar esfuerzos del mundo cooperativo en la difusión del modelo, en la creación de nuevas iniciativas en este ámbito y su consolidación, en la exigencia de ámbitos legales que nos rijan, promuevan y protejan, en procurar por los principios cooperativos en todo el territorio y en cualquier sector, bajo una mirada ecológica y feminista.

Adhesión voluntaria. Control democrático. Participación económica de los miembros. Autonomía e independencia. Educación, capacitación e información. Cooperación. Interés por la comunidad. Centenares de iniciativas fruto del asociacionismo se rigen bajo estos principios o la mayor parte de ellos. Los principios del cooperativismo. Millones de personas se sienten reflejadas en esta manera de hacer. Quizá solo hace falta romper estigmas capitalistas y entender que, llamémoslo ruptura o transformación, es urgente rectificar.

[Este artículo ha sido publicado en el número 61 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

Aunque con voces que se atreven a decir que estamos en un momento de auge, el funcionamiento de la economía capitalista no ha modificado nada para pensar que no volveremos en breve al colapso de las condiciones de bienestar de muchísimas personas. Eso si queremos obviar que este ficticio paso adelante no ha significado que un gran número de ellas hayan conseguido unas condiciones de vida dignas o hayan podido consolidar derechos básicos de cualquier ciudadana al amparo de la tan citada Constitución que nos protege.

Y es que este ciclo, que no ha terminado, no queda restringido a una crisis económica, sino que va más allá, es la crisis de valores del sistema que nos han ido imponiendo desde hace ya cerca de un par de siglos. Es la crisis de los que creemos que unos pocos no pueden dirigirnos hacia sus intereses, a menudo poco lícitos; que la relación con el trabajo no es sana; que el consumo desmedido no es sostenible para el planeta ni es justo con las personas que vivimos en él o que no queremos seguir con la presión con la que nos invitan a financiar un sinfín de necesidades inexistentes. O las necesidades reales, pero no a su manera y con nuestro esfuerzo. Quizás a eso no quieran algunas considerarlo adoctrinamiento, pero mueve a millones de personas y no parece llevarnos a buen fin.