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Una economía al servicio de las personas y compatible con el medio ambiente

Neus Casajuana

Presidenta de Revo Prosperidad Sostenible —

En este año 2019 las noticias sobre el nuevo modelo de presupuesto del bienestar de Nueva Zelanda han dado la vuelta al mundo. El Gobierno de Jacinta Arden anunciaba la aprobación de un presupuesto nacional en el que la meta prioritaria no es la mejora del PIB, sino la mejora del bienestar de la sociedad neozelandesa. Para ello prioriza cinco objetivos: una economía sostenible y de bajas emisiones, impulsar la innovación, elevar los ingresos y habilidades de los pueblos aborígenes, reducir la pobreza infantil y apoyar el bienestar mental.

Mucha tinta ha corrido describiendo los fallos del PIB como medida del bienestar de un país. La contabilidad del PIB, que expresa la cantidad de bienes y servicios puestos en el mercado, no es más que una medida del ingreso nacional y no distingue entre las actividades que suponen una mejora de las que son un perjuicio para la población o el medio ambiente (guerras, desastres naturales...). No contabiliza las actividades que no están en mercado, es decir, que no tienen precio, y que, sin embargo, son fundamentales para la subsistencia de las personas y de la sociedad: hablamos del trabajo sin salario, de la economía de los cuidados y doméstica... Tampoco proporciona ninguna información sobre la distribución de los ingresos.

El PIB no descuenta en su contabilidad los perjuicios de actividades que degradan el medio ambiente o contaminación, perjudicando la salud de las personas y la supervivencia de las especies. No tiene en cuenta el empobrecimiento que conlleva la pérdida de la diversidad, la depreciación de las reservas naturales agotables, ni las consecuencias negativas de un modelo económico que, en su obsesión por el crecimiento ilimitado, está causando al planeta y a la especie humana. De todas ellas, sin duda, la crisis climática es la más acuciante por el alto riesgo que supone para la supervivencia de nuestra civilización.

El PIB se instauró en la época de la posguerra mundial en una sociedad que consideraba que la riqueza se generaba básicamente a través del mercado y en la que el concepto de límite planetario era considerado la elucubración de algunos excéntricos.

Una dinámica que ya no es útil

Desde de la década de 1980, coincidiendo con el abrazo de las políticas neoliberales, los aumentos del PIB no se han traducido en mejoras económicas para los ciudadanos de los países occidentales, porque los ingresos reales, descontada la inflación, no han aumentado para el 90% de su población. Sus clases medias están adelgazando y con la desregulación del sistema financiero y la globalización de los mercados, hemos sufrido la peor crisis económica desde 1929, a partir de la cual ha aumentado todavía más la brecha entre el 10% ganador y el 90% perdedor. La limitación de las tasas impositivas en occidente tampoco ayuda a garantizar a los ciudadanos del futuro los servicios que el Estado del bienestar les garantizaba en el pasado (pensiones, educación, sanidad, seguridad...).

En España, además, la desregulación laboral, junto con la robotización, la persistencia del paro, la competencia globalizada y la deslocalización, están socavando la base de la seguridad individual que anteriormente suponía tener un puesto de trabajo. Ahora, tener un empleo ya no garantiza ni la subsistencia personal ni la estabilidad temporal ni las pensiones futuras.

El resultado de todos estos cambios es que, a pesar de que el PIB mejore en los países occidentales, las tasas de riesgo de pobreza y de desigualdad no solo no disminuyen, sino que en muchos países, entre ellos España, aumentan.

Tampoco el incremento del PIB es garantía de mejoras en las condiciones de vida en muchas otras regiones del mundo donde gobiernos corruptos, falta de democracia, posesión de las fuentes de riqueza por parte de las oligarquías y guerras, constituyen una losa para el desarrollo y la mejora del bienestar de esas sociedades. Las migraciones masivas son la demostración palpable del fallo del sistema.

Otro modelo

Estos son los principales argumentos para reclamar una forma de medir el bienestar y el progreso de las sociedades distinta de la del PIB. Pero más importante que un cambio de indicadores es la misma concepción del progreso social y humano la que está en tela juicio, porque ahora mismo el sistema económico no está enfocado al bienestar y a la felicidad humana, la salud de los ecosistemas o la estabilidad climática. Está enfocado a obtener el mayor crecimiento en producción y consumo y a obtener la mejor tajada del mercado mundial sin considerar la finitud de nuestro planeta ni su capacidad de carga ni la garantía de las necesidades básicas de todos los humanos. La economía y el mercado económico deben estar al servicio de las personas y no al revés. La economía no puede significar pan para hoy y hambre para mañana, como ahora significan las políticas de expolio de los recursos agotables, la degradación ambiental y la emergencia climática.

Lo que realmente importa al ser humano es ser feliz, tener una buena vida, poder cubrir las necesidades básicas, vivir en una sociedad cohesionada, en la que los ciudadanos cooperen entre ellos para conseguir mayor grado de bienestar y progreso, para ellos y su descendencia, sin superar los límites fijados por la capacidad de carga del planeta. Estos deben ser también los objetivos del sistema económico y político. A esta economía, recogiendo el concepto originario de Latinoamérica, la llamamos economía del bien vivir o el buen vivir en español, de la vida bona en catalán, wellbeing economy en inglés, etcétera.

Existen muchas experiencias locales en todo el mundo dirigidas a este objetivo, en ciudades, en comunidades o en empresas. Pero cambiar el rumbo de un país es mucho más difícil y complejo en una economía tan globalizada e interdependiente como la actual. Por eso, las iniciativas como la de Nueva Zelanda son tan importantes, porque exploran nuevos caminos. Existen más regiones y países que están buscando también sus propias alternativas: Eslovenia, Gales, Bután, Islandia, Escocia... Y empiezan a coordinarse para compartir conocimientos.

Nuestra asociación, Revo Prosperidad Sostenible, quiere que nuestro país se sume a este grupo pionero del cambio. Trabajamos para encontrar estas alternativas al modelo económico y a su forma de medir el progreso social y la sostenibilidad futura. Somos muchos los ciudadanos organizados en todo el planeta que remamos en esta dirección y que cooperamos para avanzar y hacer que todo avance. No existe camino trazado, pero tampoco hay vuelta atrás.

A pesar de todas las incertidumbres, vamos a dar pasos adelante, aun con la posibilidad de equivocarnos. Pero los hechos y los datos nos alertan y dicen claramente que no podemos seguir como hasta ahora. La emergencia climática apremia y las migraciones masivas de las que somos testigos no son más que un signo de la desesperación mundial. Ni socialmente ni ambientalmente nos podemos permitir no hacer nada si queremos que nuestros hijos y nuestros nietos no tengan que sufrir por nuestros errores y si deseamos que nuestra civilización no desaparezca.

[Este artículo forma parte del dossier Economía para vivir mejor, publicado en el número 72 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

En este año 2019 las noticias sobre el nuevo modelo de presupuesto del bienestar de Nueva Zelanda han dado la vuelta al mundo. El Gobierno de Jacinta Arden anunciaba la aprobación de un presupuesto nacional en el que la meta prioritaria no es la mejora del PIB, sino la mejora del bienestar de la sociedad neozelandesa. Para ello prioriza cinco objetivos: una economía sostenible y de bajas emisiones, impulsar la innovación, elevar los ingresos y habilidades de los pueblos aborígenes, reducir la pobreza infantil y apoyar el bienestar mental.

Mucha tinta ha corrido describiendo los fallos del PIB como medida del bienestar de un país. La contabilidad del PIB, que expresa la cantidad de bienes y servicios puestos en el mercado, no es más que una medida del ingreso nacional y no distingue entre las actividades que suponen una mejora de las que son un perjuicio para la población o el medio ambiente (guerras, desastres naturales...). No contabiliza las actividades que no están en mercado, es decir, que no tienen precio, y que, sin embargo, son fundamentales para la subsistencia de las personas y de la sociedad: hablamos del trabajo sin salario, de la economía de los cuidados y doméstica... Tampoco proporciona ninguna información sobre la distribución de los ingresos.