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Quién gana y quién pierde con la caída de la libra
Una de las primeras consecuencias del referéndum del Brexit ha sido el desplome de la libra esterlina, que se ha depreciado un 20% frente al euro desde principios de año. La cotización de la divisa británica marcaba también esta semana su cota más baja frente al dólar desde 1985, con Margaret Thatcher de primera ministra.
Los efectos inmediatos de una depreciación de tal calibre son los mismos que los de una devaluación monetaria: un aumento de los ingresos por exportaciones –consecuencia de la mayor competitividad de los productos ‘made in Britain’– y un encarecimiento de las importaciones. Lo primero suele insuflar oxígeno a la economía, al menos a corto plazo, mientras que lo segundo trae consigo un serio riesgo de inflación. De seguir la caída a plomo de la libra, subirán los precios de los alimentos, los transportes y la hostelería, entre otras partidas.
La pérdida de valor de la divisa británica es un arma de doble filo que beneficia y perjudica a ciudadanos y empresas de ambos lados del canal de la Mancha. Entre los peor parads, están los consumidores, las pequeñas empresas, los inmigrantes, las multinacionales extranjeras con grandes inversiones en el Reino Unido y los destinos turísticos del sur de Europa, sobre todo la costa mediterránea española.
¿Quiénes ganan? Por lo pronto, la Bolsa de Londres vive un ambiente de euforia. El índice FTSE100 ha alcanzado su máximo histórico este mes y acumula una revalorización del 14% en lo que va de año. Es una muestra de que los mercados y la economía real no siempre caminan de la mano.
Las grandes empresas exportadoras del Reino Unido están de enhorabuena porque una libra débil engorda lo que facturan en euros, dólares o yenes. Y es que las grandes compañías que cotizan en el mercado de valores londinense obtienen casi el 75% de sus ingresos fuera de territorio británico. Entre las más beneficiadas en este terreno figuran, por ejemplo, la marca de ropa Burberry o el banco HSBC, que hacen la mayor parte de sus negocios fuera de las islas. Otros bancos, como Lloyds y Royal Bank of Scotland, con más actividad en el mercado doméstico, han corrido la suerte contraria y han visto caer el precio de sus acciones. Lo mismo le ha ocurrido a Easyjet, que vuela a decenas de destinos europeos y paga derechos de aterrizaje en euros.
Otro efecto positivo de la depreciación de la libra en la economía británica es que ha aumentado el atractivo del país como destino turístico. Para los extranjeros, es ahora más bastante más barato ir de compras o visitar los museos de Londres que hace tan sólo unos meses. No es de extrañar que el país registrara en julio pasado su récord mensual de turistas, con 3,8 millones de entradas.
El encarecimiento las importaciones va a perjudicar principalmente a las pequeñas empresas británicas –menos preparadas que las grandes para absorber una subida de los precios– y a los consumidores con menor poder adquisitivo. Para el británico de a pie será más caro repostar en la gasolinera, viajar en autobús o comprar un teléfono móvil. También tendrá que pagar más por el vino, la fruta o el aceite de oliva. Es ahí donde las compañías españolas pueden salir gravemente perjudicadas. Según cifras del Instituto de Comercio Exterior (ICEX), el Reino Unido es el cuarto destino de las exportaciones españolas, sólo por detrás de Francia, Alemania e Italia.
A los británicos también les va a resultar bastante más caro broncearse al sol en las playas del sur de Europa y otros destinos turísticos. Como escribía esta semana Aditya Chakrabortty, columnista de The Guardian, “la clase media británica va a tener que cambiar las maravillas de la Alhambra por una semana en (la isla galesa de) Aglesey”.
No es una buena noticia para el sector turístico español –el que mejor ha aguantado la crisis–, que tiene a los británicos como principales clientes. Al turista de Birmingham o Glasgow un plato de paella en la costa valenciana o un fin de semana en la costa del Sol les cuesta hoy un 20% más que en enero. El golpe puede ser duro, teniendo en cuenta que en los primeros seis meses del año los británicos se gastaron en España 6.627 millones de euros (un 14,5% más que en el mismo semestre de 2015) y que uno de cada cinco euros que los turistas se dejan aquí procede del Reino Unido. Sufrirán también los británicos con propiedades en España que hayan contratado una hipoteca en euros, así como los pensionistas residentes en nuestro país.
Con la caída de la moneda salen perdiendo los inmigrantes que trabajan en Reino Unido, que verán menguar sus ingresos y sus ahorros cuando los cambien a sus respectivas divisas. Para españoles, portugueses, polacos o griegos, será a partir de ahora más rentable irse a Alemania, por ejemplo, a menos que las empresas británicas suban los salarios para no perder mano de obra. Puede que no tengan otro remedio.
Las que ya están notando los daños del Brexit son las empresas españolas con inversiones en Reino Unido, entre ellas Santander, Ferrovial, Iberdrola y Telefónica, cuyos ingresos menguan automáticamente al repatriarlos a España convertidos en euros. España es el tercer inversor europeo en Reino Unido, sólo superado por Francia y Alemania, con una inversión directa acumulada que ronda los 60.000 millones de euros.
Una de las grandes preocupaciones de los economistas es precisamente que una eventual salida del Reino Unido del mercado único europeo –la más dolorosa consecuencia del Brexit si se hace realidad la versión dura esbozada por la primera ministra, Theresa May, y por el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk– provoque una fuga de capitales hacia países más seguros. Una eventual huida de los inversores –especialmente de la City de Londres– tendría un efecto económico devastador que ninguna depreciación de la moneda podría compensar.
Una de las primeras consecuencias del referéndum del Brexit ha sido el desplome de la libra esterlina, que se ha depreciado un 20% frente al euro desde principios de año. La cotización de la divisa británica marcaba también esta semana su cota más baja frente al dólar desde 1985, con Margaret Thatcher de primera ministra.
Los efectos inmediatos de una depreciación de tal calibre son los mismos que los de una devaluación monetaria: un aumento de los ingresos por exportaciones –consecuencia de la mayor competitividad de los productos ‘made in Britain’– y un encarecimiento de las importaciones. Lo primero suele insuflar oxígeno a la economía, al menos a corto plazo, mientras que lo segundo trae consigo un serio riesgo de inflación. De seguir la caída a plomo de la libra, subirán los precios de los alimentos, los transportes y la hostelería, entre otras partidas.