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La historia de C. P. y sus 30.000 euros

Quiero compartir con vosotros la historia de C. P. Da un poco de rabia escribir sobre alguien que desea esconder su nombre, aunque no su rostro, porque suele tratarse de personas que temen verse perjudicadas después de contar su verdad, o que simplemente se sienten avergonzadas por algo que hicieron. C.P. niega la mayor. Asegura que no se ve ni “una tonta” ni “culpable”. A lo mejor se habría ahorrado el ruego de que no trascendiera su nombre si en la calle no hubiera escuchado algunos gritos difíciles de digerir, como “¡nazis!” o “¡codiciosos!”… Esos gritos la asustaron.

C. P. fue increpada durante su participación en una de tantas protestas de afectados por las participaciones preferentes, ese producto complejo que convirtió a centenares de miles de ahorradores en inversores de riesgo, en la mayor parte de los casos sin saberlo, según están demostrando los jueces y los resultados de los arbitrajes. Sólo la presión de los afectados y los juzgados han logrado que en muchos de los casos los ahorradores hayan recuperado un dinero, o una parte del dinero, y que muchas entidades financieras hayan acabado actuando inquietas por el consecuente daño de imagen y reputación.

Las preferentes parece que ya no están informativamente de moda. En la prensa nunca lo estuvieron, salvo para contar cómo pretendían forrarse todos esos codiciosos, porque ya se sabe que nunca dan duros a cuatro pesetas. Las autoridades han pasado de puntillas sobre el asunto, y defendieron en la UE que fueran accionistas y preferentistas quienes pagaran por cualquier rescate bancario, antes que los contribuyentes, lo cual tiene toda la lógica del mundo siempre que a los ahorradores no les hayan embaucado.

El problema de las preferentes es el modo en que se comercializó este complejo producto. El pecado, haber salido a la caza del pequeño ahorrador cuando los grandes inversores que se conocen el percal ya habían salido huyendo de él, haber incentivado a las oficinas y a sus empleados a venderlo sin desvelar su naturaleza y sus riesgos. Porque la banca –las cajas y los bancos- necesitaban gasolina –dinero- para su expansión de los años locos.

Sin duda, en este país es necesario incrementar la cultura financiera del ciudadano. En su ausencia, buscar asesoramiento resulta esencial. Cierto. Y debemos aprender a leer la letra pequeña y a preguntar lo que no se comprenda. Pero por mucho que se empeñe el sector financiero, no es de eso de lo que estamos hablando en este espacio. Aquí aludimos a la cantidad de ciudadanos que confiaron ciegamente ese asesoramiento a la sucursal bancaria a la que llevaban media vida, o toda, vinculados, y que, a cambio, resultaron estafados.

C.P. no ha sabido nada más de los 30.000 euros que, mes a mes, durante años, había ido acumulando con su esposo “pensando en un dinerillo para la vejez”, y que le guardaban en la entidad bancaria con la que siempre tuvo trato: Caixa Laietana, engullida por Bankia. La mujer afirma que fue “presionada” a firmar una “inversión segura de la que podría disponer en cuanto necesitara el dinero”, y que lo hizo después de que le insistieran “mañana y tarde por teléfono” mientras su marido vivía sus últimos días en un hospital de Barcelona. Ella adujo que el dinero estaba a nombre de los dos, y la respuesta que obtuvo fue un “no pasa nada, usted firme”. En el episodio de las preferentes encontramos todo tipo de firmas: de perfiles de riesgo que no coinciden, firmas falsificadas... Hay firmas auténticas sin lectura previa de documentos.

Por esta razón, C. P. aceptó sin dudar ser la protagonista del vídeo con el que Alternativas Económicas lanzó su campaña de crowfunding en Verkami para editar el libro de Andreu Missé, director de la publicación, sobre el mayor fraude masivo orquestado en España, tras más de 13 meses de investigación.

A C. P. le taparon los ojos para que no viera. Su deseo pasa por que se conozca lo ocurrido.

[Este artículo pertenece a la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

Quiero compartir con vosotros la historia de C. P. Da un poco de rabia escribir sobre alguien que desea esconder su nombre, aunque no su rostro, porque suele tratarse de personas que temen verse perjudicadas después de contar su verdad, o que simplemente se sienten avergonzadas por algo que hicieron. C.P. niega la mayor. Asegura que no se ve ni “una tonta” ni “culpable”. A lo mejor se habría ahorrado el ruego de que no trascendiera su nombre si en la calle no hubiera escuchado algunos gritos difíciles de digerir, como “¡nazis!” o “¡codiciosos!”… Esos gritos la asustaron.

C. P. fue increpada durante su participación en una de tantas protestas de afectados por las participaciones preferentes, ese producto complejo que convirtió a centenares de miles de ahorradores en inversores de riesgo, en la mayor parte de los casos sin saberlo, según están demostrando los jueces y los resultados de los arbitrajes. Sólo la presión de los afectados y los juzgados han logrado que en muchos de los casos los ahorradores hayan recuperado un dinero, o una parte del dinero, y que muchas entidades financieras hayan acabado actuando inquietas por el consecuente daño de imagen y reputación.