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Una calle para los 'desleales'
La confesión con fines expiatorios de Jordi Pujol, quien ha admitido haber ocultado al fisco millones de euros en el extranjero durante 34 años, ha conmocionado Cataluña y el conjunto de España.
Es perfectamente comprensible y ahora todo el mundo da vueltas alrededor de cómo la confesión afectará al “proceso”; como si el “proceso” fuera el sol alrededor del cual gravita absolutamente todo.
Pero lo más importante del caso Pujol no tiene nada que ver con el “proceso”. Ni siquiera con Cataluña o España. Lo más importante es que ni siquiera alguien tan poderoso como Pujol, que durante décadas ha convertido Cataluña en su cortijo mientras los sucesivos presidentes de España -del PSOE y del PP- le besaban los pies, ha podido evitar que trascienda su fortuna en el extranjero sin declarar. Y que, al aflorarla, su figura, que apuntaba al Olimpo de la patria, se ha cubierto de ignominia.
Es una advertencia crucial para los poderosos: si tienes dinero fuera, se sabrá tarde o temprano. Y tu imagen quedará hecha añicos por mucho que hasta entonces estuvieras a la altura de Moisés.
La lucha internacional contra los paraísos fiscales y las zonas negras de opacidad financiera -que suman un mínimo de 26 billones de euros, según Tax Justice Network- es probablemente el elemento central del que depende la viabilidad del Estado del bienestar, construido sobre la premisa de que los ricos -y las empresas- pagan impuestos, con los que luego se financian las políticas públicas. Si los que tienen millones de euros no pagan, entonces es evidente que el Estado del bienestar es efectivamente “inviable”.
Desde que estalló la crisis, los Gobiernos y sus organizaciones multilaterales -el G-20, la OCDE, etc- han declarado, proclamado, reiterado y redeclarado la guerra a los paraíses fiscales. Pero es una guerra muy retórica, tan prolija en declaraciones como nula en resultados tangibles. Y cuanto más elevan los gobiernos el volumen de sus advertencias más en evidencia queda su lastimosa impotencia ante la globalización financiera.
Y sin embargo, en los últimos años se ha avanzado muchísimo en la lucha contra los paraísos fiscales porque los poderosos empiezan a tener miedo a quedar retratados. Los Gobiernos no han hecho nada, pero un puñado de desleales está poniendo contra las cuerdas las bases del mayor tinglado internacional que amenaza al Estado del bienestar.
Los motivos que han llevado a Pujol a la “confesión expiatoria” son aún un misterio, pero una de las líneas más razonables señala, como ha apuntado Economia Digital, a ejecutivos desleales de Andbank que rompieron con el banco y se llevaron información. Según esta versión, ello forzó la huida a la desesperada del botín de los Pujol hacia un refugio más seguro en la Banca Privada de Andorra. Cuando el dinero está quieto es difícil de encontrar, pero el movimiento siempre deja rastro.
Gracias al desleal José Luis Peñas, que entregó al juez horas de grabaciones de sus compinches del PP en Madrid en plena faena con los cabecillas de Gürtel, también hemos acabado sabiendo que el tesorero del PP tenía más de 24 millones de euros en Suiza. Y eso que aún no han llegado a España la mayoría de las comisiones rogatorias solicitadas por el juez, que son la pesadilla de tanto respetable popular que ahora se hace el escandalizado con Pujol.
Y por la lista sonsacada por el desleal Hervé Falciani al banco HSBC -auténtico hub hacia los paraísos fiscales y cuyo hombre en España, Claudio Boada, se sienta en el consejo del Grupo Prisa- pudimos saber que la familia Botín guardaba en Suiza sin declarar al menos 900 millones de euros.
Y sólo cuando el desleal Heinrich Kieber entregó a Alemania una lista con cuentas honorables del banco LGT en Liechtenstein descubrimos la caja fuerte con otra “herencia” catalana, esta vez del padre del presidente de la Generalitat, Artur Mas, con el DNI de este incluido.
Y algún día sabremos qué fue de la “herencia” del Rey Juan Carlos en Suiza.
Para los paraísos fiscales, lo peor es que se conozcan los nombres de sus clientes. La política parece que no puede hacer nada, pero los desleales los van retratando uno a uno.
El Estado del bienestar, hoy, parece depender más del valor de un puñado de desleales dispuestos a jugarse la piel que de los impotentes gobiernos con sus grandilocuentes proclamas.
¿Para cuándo la calle de Hervé Falciani o de Heinrich Kieber?
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La confesión con fines expiatorios de Jordi Pujol, quien ha admitido haber ocultado al fisco millones de euros en el extranjero durante 34 años, ha conmocionado Cataluña y el conjunto de España.
Es perfectamente comprensible y ahora todo el mundo da vueltas alrededor de cómo la confesión afectará al “proceso”; como si el “proceso” fuera el sol alrededor del cual gravita absolutamente todo.