Este blog corresponde a Alternativas Económicas, una publicación mensual que te explica la información económica desde un punto de vista social.
“La Red es terriblemente misógina, un espacio para el abuso de la mujer”
Si esta entrevista puede durar menos tiempo, mejor, suplica Judy Wajcman. Es un día muy ajetreado para esta investigadora, que ocupa la cátedra de Sociología Anthony Giddens en la London School of Economics (LSE), que ha estudiado largamente el impacto social de la tecnología —especialmente con perspectiva de género— y que sigue con pasión los trabajos sobre el uso del tiempo. Wajcman recibe a Alternativas Económicas comiendo un bocadillo en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), entre periodista y periodista, horas antes de ofrecer una conferencia sobre el tiempo en la era digital. Parece una persona tremendamente observadora y perspicaz. Leyendo su libro Pressed for Time viene a la cabeza esa coletilla tan familiar en las redacciones de periódico, cuando a uno le mandan un encargo “para ayer”.
Eso ocurría ya antes de la era digital. ¡Imagínese ahora un cierre continuo!
Me parece un ejemplo estupendo de que no se puede culpar a la tecnología de la aceleración del tiempo. Me hace reír porque hoy mismo he recibido un correo electrónico en el que se me pide literalmente que revise un libro para una editorial que trata sobre cómo los robots robarán los puestos de trabajo a todo el mundo. Curiosamente, la semana anterior recibí el mismo mensaje, pero de otra editorial. Pedía que revisara otro libro que era de otro autor, pero que trataba sobre el mismo tema: si las máquinas destruirán el empleo de las personas. ¡Se ve que últimamente todo el mundo está escribiendo el mismo libro! ¿Sabe? Hoy es posible encontrar portadas de Time Magazine de los años sesenta en las que ya se advertía de que la tecnología destruiría el empleo.
Pero es cierto que muchos empleos sí han sido sustituidos por máquinas.
Bueno, yo me refiero a la sensación que cada poco tiempo se intenta generar, en el sentido de que estamos ante un precipicio, al borde de una nueva era. En cada ocasión se dice: “Ya sabemos que en el pasado, mientras se destruían empleos, se creaban a la vez nuevos empleos, pero esta vez es diferente, esta vez va en serio. Todo va a cambiar”.
Parece muy escéptica...
Pues sí, soy muy escéptica sobre las máquinas que se supone que van a hacer el trabajo de las personas, tal vez porque he vivido la revolución de la microelectrónica. Hace unos cuantos años, en los ochenta, empezaron a fabricar chips en Escocia. Abrieron varias fábricas de procesadores. Era la nueva revolución. Iba a ser el fin de las máquinas de escribir. Todo lo iban a hacer los ordenadores. Pronto no se iba ya a imprimir papel, y nos encaminábamos hacia una sociedad del ocio en la que íbamos a tener mucho tiempo... Vamos, ¿cómo se puede no ser escéptico sobre todo esto?
Se supone que el problema es de ritmo: la velocidad a la que se crearán empleos nuevos gracias a la tecnología no bastará para cubrir los empleos que se destruyan.
Se puede replicar un montón de cosas a esa afirmación. La primera y más importante es la de que estamos en una etapa embrionaria, en la que formular predicciones sobre los efectos que tendrá la tecnología no tienen mucho sentido. En realidad, no sabemos los efectos que tendrá la tecnología. Es muy pronto. En segundo lugar, cuando la gente piensa en pérdida de puestos de trabajo, piensa en los que corresponden a la clase media. Los periodistas, por ejemplo. Y cuando se dice que General Motors generó en el pasado un montón de puestos de trabajo mientras que Facebook sólo crea hoy un pequeño puñado de empleos, se pasa por alto que Facebook subcontrata muchas tareas. Globalmente, se están creando muchísimos empleos nuevos. En Manila hay personas que se dedican a detectar y limpiar señales de pornografía o de racismo a través de Facebook. En África, un montón de gente escribe reseñas de libros para Amazon. La relación contractual probablemente ha sido subcontratada quizá veinte veces. No estoy diciendo que se genere exactamente el mismo número de empleos que el de los que se destruyen. Pero en todo caso es empleo nuevo que no se contabiliza porque esta es una discusión muy eurocéntrica. La discusión nos distrae, nos entretiene y nos aleja del problema real.
¿Y el problema real es…?
El problema real no es el miedo a que los robots nos quiten el trabajo, sino cómo son los empleos que se generan. Tenemos conductores que llevan su coche para Uber, personas que se ofrecen a través de la aplicación TaskRabbit para hacerles recados a otros. Son trabajos sin ningún tipo de seguro ni protección social, que consisten en realizar una actividad que raramente paga impuestos y que está muy mal pagada. Es sobre este nuevo empleo, especialmente en el sector servicios, sobre lo que deberíamos estar debatiendo. Si nos interesan estos gigantes empresariales que se presentan como “disruptivos”, hagamos que paguen impuestos. Deberíamos regular el tipo de nuevos tipos de empleo que se están creando.
¿Acaso todos los empleos que se crean son de este tipo?
Un colega mío de Oxford que lleva toda la vida investigando, como yo, me dijo: “Te diré dónde están los nuevos empleos. Estuve en París, en las Galerías Lafayette. Hay guardias de seguridad en todas partes”. Piense en el negocio de la seguridad que se ha generado a raíz, ya no de los atentados de París, sino desde los del 11 de Septiembre: es brutal. No es el prototipo de sector nuevo que me gustaría y que imagino que creará la tecnología. ¿Quién iba a poder pronosticar que iba a florecer un negocio así, con tecnologías y con personas? También pienso que el mejor uso que se puede dar a los robots es un uso con personas. Es fantástico lo que puede lograr hacer un cirujano con determinada tecnología en el campo de la microcirugía. No se trata de que la máquina haga el trabajo del médico. En el futuro van a crearse nuevos empleos que hoy ni siquiera podemos imaginar.
¿Quién evita que pongamos el foco de atención en el nuevo empleo precario que se crea?
¡Silicon Valley, si puedo llamarlo así, ha sido tan exitoso a la hora de capturar el debate sobre el futuro! Es de lo que intento hablar en mi trabajo. Puede que suene tonto, pero creo que es muy ilustrativo lo que voy a decirle: recuerdo una época en la que una compañía de servicios telefónicos tenía que pagar cuando quería anunciar un nuevo teléfono. Igual que Coca-Cola, ponía anuncios en la prensa, la televisión y en todas partes, en la tele. Se podría decir que el presupuesto en publicidad de Coca-Cola es superior al destinado a la producción. Pero hoy los nuevos productos son noticia. Cuando Apple lanza un nuevo producto, es noticia de primera página en los periódicos. La gente forma colas para comprarlo. Los gigantes han sabido convertir los productos en noticia.
La profesión periodística no pasa por su mejor momento.
¿Qué ha ocurrido con el periodismo? Le expresé mi inquietud al respecto a un periodista progresista que escribe a menudo una columna crítica buenísima en The Guardian. Estos periodistas que son invitados por una compañía a ver un coche sin conductor y al regresar publican dos páginas sobre lo fantásticos que son los coches sin conductor en el periódico del domingo. Estuvieron en el coche, estuvieron en California. Y él me respondió que los periodistas están totalmente fascinados y seducidos por el poder, el dinero y la innovación de estas compañías.
Ni siquiera hace falta que nos paguen.
¡Pues no! Es interesante que, en la medida en la que en Europa avanza el debate sobre el hecho de que estas compañías gigantes apenas pagan impuestos, invitan a más y más periodistas para que hagan propaganda sobre ellos. Y lo que están haciendo es propaganda. Todos estos periodistas en Europa, pienso ahora en el Reino Unido, a los que se les pagan viajes a California… Tienen un lobby muy poderoso en Washington sobre la cuestión de la privacidad. Gastan una fortuna en hacer lobby en Washington. Y en Europa también están llevando a cabo campañas al respecto. Estas empresas han acumulado un enorme poder.
Pero son empresas afables, amables, simpáticas para la gente.
Hubo una comisión parlamentaria en Westminster en la que le preguntaron a un directivo de Google [Matt Brittin] cuánto dinero ganaba, y el tipo dijo que no respondería. ¡Figúrese! Estar en una instancia oficial como el Parlamento de Westminster y limitarse a decir que “no estaba muy seguro con exactitud”. Les damos toda nuestra información de forma gratuita.
Tal vez no podamos culpar a la tecnología de lo que nos pasa, pero sin duda le culpamos de la sensación de estar bajo presión, de tener cada vez menos tiempo.
El valor cultural de poder hacer muchas cosas a la vez es un aspecto crucial. La impresión que nos dan los artilugios tecnológicos es la de que nos abren un mundo de saber, una expectativa de que podríamos hacer un millón de cosas al mismo tiempo. Cada vez queremos estar en más sitios y redes, y nos pasamos el tiempo mirando, comprobando si alguien nos ha dicho algo, y seguimos investigando sobre en qué otros lugares habría que estar. Pero en realidad, ¿qué dice todo eso sobre nosotros como personas? No mucho.
En su trabajo cita estudios que dicen que tenemos más tiempo de ocio que antes. Yo pensaba que teníamos menos.
Soy una gran seguidora de una disciplina de la sociología que versa precisamente sobre los usos del tiempo. Los sociólogos siguen literalmente al día lo que la gente hace en cada momento, con resultados precisos. Lo han hecho en cincuenta años, y en cincuenta años los patrones de uso no han cambiado. El tiempo que se invierte en comer, en vestirse, en dormir… Sigue habiendo veinticuatro horas, pero el nivel de ocio de media es más del que había hace 50 años. No es verdad que sea menor el tiempo que tenemos.
Identificamos ahorro de tiempo con dinero.
Siempre fue así. Con dinero puedes comprar tiempo, taxis, limpiadores, cocineros...
La desigualdad, sostiene usted, no sólo tiene que ver con la riqueza o los ingresos, sino con el tiempo...
Sí, sí, y de lo que no se habla es de que las mujeres hacen todavía dos terceras partes del trabajo. Los hombres hacen mucho más que en los años cincuenta, pero no asumen ni la mitad del trabajo, y eso es mucho tiempo. El panorama no ha cambiado en los últimos cincuenta años en ninguna parte del mundo.
Entonces, deberíamos sentirnos bien por andar siempre tan liados, por reputación.
Sí, salvo que uno mire las encuestas. Lo que dicen es que en realidad quienes están más ocupadas son las madres que trabajan. Nadie quiere hablar de ello. Las madres que trabajan están mucho más ocupadas que esos tipos de Silicon Valley.
¿Afecta la tecnología de modo distinto al uso del tiempo por parte del hombre y de la mujer?
Una de las mayores industrias de nuestra era es la de los juegos, y los juegos gustan de forma predominante a los hombres. Tienden a estar muy militarizados: hay tiros, hay muertos… Y nadie quiere hablar de ello, y es imposible tener datos fiables, pero es increíble la cantidad de pornografía que hay en la Red, el uso de la pornografía, especialmente por parte de los hombres. Si mira Wikipedia, encontrará más hombres, porque quienes ponen la información son hombres blancos occidentales, y eso lo reflejan en los resultados. El espacio de Internet muestra un importante sesgo de género.
Menuda sorpresa.
Si recuerda los orígenes de Facebook, verá que todo empezó porque [su fundador] Marc Zuckelberg y sus amigos querían hacer un rating de chicas según su atractivo. Y parece esa clasificación de las chicas según su atractivo ha dejado huella en la Red. Muchas mujeres que tuitean y tienen blogs reciben insultos y amenazas. La Red es terriblemente misógina. Es un espacio para el abuso de la mujer.
A veces nos consolamos con buscar la calidad del tiempo, más que la cantidad. Con la familia, por ejemplo.calidad del tiempo
Necesitamos espacio para tener conversaciones con los hijos. Cuando morimos, ninguno de nosotros piensa: “Ojalá hubiera pasado más tiempo en la oficina”. Es algo que intento recordar a menudo. Pero a la vez denigramos al parado porque tiene mucho tiempo y se supone que no hace nada. En nuestra cultura, el prestigio es para los muy ocupados.
Las grandes empresas cada vez integran más prácticas como el mindfulness o incluso el yoga para concentrarse y estar presentes. ¿Qué refleja esa tendencia?mindfulness
Los Googles y los Facebooks hacen todo lo que pueden para que la gente trabaje y viva completamente en y para el trabajo. Por eso proporcionan gimnasios, buenos restaurantes, guarderías, espacios de descanso... no porque sean amables, sino para que sus empleados trabajen el máximo de horas posibles. Construyen un mundo corporativo y allí en medio ponen una clase de yoga o de meditación. En ese contexto, no es correcto. Las multinacionales siempre han intentado que las personas trabajaran más y más. En las escuelas de negocios se intenta que las corporaciones funcionen como si fueran una familia. Las empresas japonesas ya lo intentaban.
La tentación es quedarse fuera del mundo digital. ¿Nos conviene una dieta digital?
Es muy difícil imponer una dieta digital. Más bien imposible. Además, sería un intento artificial.
¿Es neutral la tecnología? Quiero decir, se puede usar para lo mejor y lo peor...
No creo que la tecnología sea neutral. La tecnología tiene potencialidades para hacer muchas cosas, pero no creo que sea neutral porque quienes la diseñan dejan su huella. El hecho de que mucha de la tecnología que tenemos tenga origen militar y esté diseñada por hombres jóvenes en Silicon Valley tiene un efecto sobre su uso. ¿Acaso vamos a desarrollar un drone para repartir pizzas?
Las aplicaciones tienen atrapados sobre todo a los adolescentes. Están enganchados al móvil, es una adicción.
Sí, pero es una época muy temprana cuando hablamos del impacto del móvil en los jóvenes. Recuerdo el debate que surgió en los cincuenta y los sesenta. Se dijo que la televisión arruinaría la concentración de los niños y que no harían más deporte. Es cierto que puede haber casos extremos, pero nadie pensaría hoy en estos términos, porque sabemos que la televisión puede usarse de maneras distintas. En veinte años no estaríamos teniendo esta conversación.
Tiene esperanzas, entonces.
Con el tiempo, las viejas tecnologías se han integrado en nuestra vida diaria y hacemos cosas útiles con ellas. Algunas tecnologías que se diseñan son adictivas, intentan que nos quedemos atrapados en ellas. Pero muchas no serán utilizadas nunca. Nadie usa unas gafas de Google.
Teléfonos y tabletas borran la frontera entre la vida privada y la profesional.
La posibilidad de regresar al lugar donde había una separación clara no es posible, pero no estoy segura de que muchos jóvenes lo quieran. Parece que la gente valora y disfruta la flexibilidad de hacer cosas desde distintos lugares.
Están surgiendo muchos movimientos slow (lentos): moda, comida, incluso periodismo. ¿Cómo interpretarlo? slow
Es una respuesta racional a una cultura de velocidad y aceleración. Pero no creo que el movimiento slow sea una solución. La gente que quizá se apunta a la comida slow luego lleva un artilugio que mide sus pulsaciones, intenta medirlo todo.
Y no es que todos vayamos deprisa.
Una colega mía estudió el comportamiento de los taxistas en Nueva York. Pasan muchísimo tiempo esperando para facilitar que la gente rica vaya deprisa a los sitios. Algunos van deprisa gracias a que otros se lo hacen posible. Vas al aeropuerto y te encuentras con una cola rápida para ricos. ¿Qué es un movimiento slow en esta situación? Háblele de la aceleración a un parado, o a los refugiados que esperan en Calais. La escasez de tiempo es algo burgués.
El tiempo se compra, como una lavadora.
Una lavadora realiza un trabajo físico, te lo evita. Tenerla te libera tiempo, pero permite lavar ropa más a menudo. Y distinguir entre ropa de color y blanca. Y hacer lavados delicados. Necesitas detergentes distintos para cada cosa. La gente, y sobre todo las mujeres, pasan muchísimo tiempo lavando ropa.
[Este artículo ha sido publicado en el número de abril de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]
Si esta entrevista puede durar menos tiempo, mejor, suplica Judy Wajcman. Es un día muy ajetreado para esta investigadora, que ocupa la cátedra de Sociología Anthony Giddens en la London School of Economics (LSE), que ha estudiado largamente el impacto social de la tecnología —especialmente con perspectiva de género— y que sigue con pasión los trabajos sobre el uso del tiempo. Wajcman recibe a Alternativas Económicas comiendo un bocadillo en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), entre periodista y periodista, horas antes de ofrecer una conferencia sobre el tiempo en la era digital. Parece una persona tremendamente observadora y perspicaz. Leyendo su libro Pressed for Time viene a la cabeza esa coletilla tan familiar en las redacciones de periódico, cuando a uno le mandan un encargo “para ayer”.
Eso ocurría ya antes de la era digital. ¡Imagínese ahora un cierre continuo!