Hace pocos días, Amnistía Internacional presentó junto a otras organizaciones una demanda ante una corte federal de Estados Unidos contra la vigilancia masiva de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) revelada por el denunciante Edward Snowden en 2013.
No presentamos solos esta demanda. Nos acompañan otras muchas organizaciones como Wikimedia Foundation, The National Association of Criminal Defense Lawyers, Human Rights Watch, PEN American Center, Global Fund for Women, The Nation Magazine, The Rutherford Institute, y The Washington Office on Latin America.
De una u otra manera, las prácticas de vigilancia masiva orquestadas por el Gobierno de Estados Unidos a través de la NSA, en colaboración con sus socios de la “alianza de los Cinco Ojos” (Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda) está poniendo en riesgo la capacidad de Amnistía Internacional para proteger a las personas de las violaciones de derechos humanos, de los Gobiernos que hostigan, torturan, secuestran y matan extrajudicialmente a personas por protestar pacíficamente, por su disidencia o por su activismo.
Por eso hemos presentado la demanda, porque en un mundo bajo la amenaza de la vigilancia masiva, nuestro trabajo para proteger los derechos humanos se hace mucho más difícil. Te explico en 8 breves puntos cómo funciona Amnistía Internacional y por qué la vigilancia masiva en las redes de comunicación perjudica nuestra capacidad de proteger los derechos humanos:
1. Amnistía Internacional es testigo diario de la brutalidad, la violencia y de todo tipo de atrocidades. Enviamos investigadores a zonas de conflicto. Estamos sobre el terreno en lugares de todo el planeta para reunir pruebas de abusos contra los derechos humanos. La base de nuestro trabajo es pedir a la gente que nos relate los horrores que ha visto, ya sean testigos o supervivientes de graves abusos.
2. Estas personas -nuestras fuentes- asumen con frecuencia un enorme riesgo personal simplemente por hablar con nosotros. Y nuestro mayor temor es que puedan sufrir represalias por parte de los servicios de inteligencia, de las fuerzas de seguridad o de otros agentes en su país si descubren que han hablado con nosotros de cuestiones “incómodas” para ellos. Es por esta razón por la que tomamos las precauciones necesarias para garantizar la confidencialidad de nuestras comunicaciones y sus identidades. Y nos lo tomamos muy en serio.
3. Sin embargo, en un mundo vigilado masivamente por el Gobierno de Estados Unidos y sus aliados, nuestras precauciones pueden no proporcionar suficiente protección a nuestras fuentes. Cuando a Edward Snowden se le preguntó si Estados Unidos espiaba “comunicaciones altamente sensibles y confidenciales” de las organizaciones de derechos humanos, entre ellas Amnistía Internacional, respondió: “La respuesta es, sin lugar a dudas, sí. Absolutamente”. Y el Gobierno de Estados Unidos nunca ha negado oficialmente la afirmación de Snowden.
4. Lo peor es que ya no hace falta que la maquinaria de vigilancia esté realmente vigilando a nuestras fuentes. El mero miedo a ser vigilado puede hacer estragos, y hacer que nuestras fuentes se retraigan y teman comunicarse con nosotros por las posibles consecuencias. Y no es ya sólo lo que el Gobierno de Estados pueda hacer con la información. Es bien sabido que este Gobierno comparte material de inteligencia con Gobiernos aliados. En otras palabras, por hablar con nosotros, nuestras fuentes pueden colocarse en el radar de los mismos Gobiernos a los que denuncian, en muchas ocasiones precisamente por reprimir o matar a los disidentes, o torturarles con impunidad.
5. Si nuestras fuentes no confían en que podemos garantizar la confidencialidad de las conversaciones y protegerlos de la vigilancia masiva (y de este modo protegerlos de represalias por parte de sus Gobiernos) pueden optar por no hablar con nosotros, y esto sería comprensible.
6. Y si nuestras fuentes no hablan con nosotros, no podemos hacer nuestro trabajo de documentar sus casos, de ser su voz, de denunciar en todo el mundo los abusos que están sufriendo, y de presionar a los poderosos para que las cosas cambien.
7. Los riesgos no acaban aquí. Aunque nuestras fuentes hablen con nosotros, nuestros correos electrónicos, llamadas por Skype o chats por Whatsapp o cualquier otra plataforma están probablemente bajo vigilancia. Cuando, por ejemplo, un investigador de Amnistía Internacional envía un correo electrónico en relación a una entrevista que ha mantenido con testigos de un ataque de drones estadounidenses en alguna zona en conflicto, el Gobierno de Estados Unidos podrían interceptar esta comunicación y acceder al contenido del correo electrónico. Y esto podría resultar peligroso porque el Gobierno de Estados Unidos está haciendo grandes esfuerzos por ocultar las terribles consecuencias de estos ataques en la población civil y los crímenes de guerra que pueden estar llevándose a cabo con total impunidad.
8. Algunas personas podrían decir: “¿Y qué? A mi no me afecta”. Basta imaginar la ventaja competitiva que tendría cualquier Gobierno con pocos escrúpulos si conociera con meses de antelación cualquier iniciativa de periodismo de investigación, o cualquier posible escándalo que le comprometa, para comprender las consecuencias letales que la vigilancia masiva puede tener para la justicia y la libertad en el mundo en que vivimos.
Basta cerrar los ojos y pensar en el “Internet de las Cosas”. Las redes de comunicación vigiladas por los Gobiernos lo han invadido todo: nuestra nevera, nuestra ropa, nuestro coche, la alarma de nuestra casa...
Por eso hemos presentado la demanda. Por eso también hemos iniciado hoy #DejenDeSeguirme, una campaña que pide a los Gobiernos de la alianza de los Cinco Ojos que prohíban la vigilancia masiva. Porque estamos a tiempo de revertir esta situación. Y porque sabemos que millones de personas en todo el mundo nos apoyan en esta nueva lucha.