El clamor crece. “Mira atrás”. Miles se han unido a la columna y marchan hacia Tahrir, cantando “libertad”. Se sienten uno y eso les hace fuertes. Y surge el grito: “el pueblo quiere la caída del régimen”. Desde distintos puntos de El Cairo, los manifestantes confluyen en Tahrir. Nunca habían reunido a tanta gente y aún serán más días después. “Somos pacíficos”, gritan.
El jefe de la inteligencia militar, el general Abdel Fattah al-Sisi está desconcertado. Acordaos de él, pues dará que hablar. Las manifestaciones son inesperadas. Quienes acuden a Tahrir no están fichados. Es gente corriente que no se metía en nada. El gobierno tarda en reaccionar. “Amado pueblo, dice un poema popular, me gustas cuando te humillas, pero si te levantas, te aplastaré”. Francotiradores disparan a los manifestantes.
“No dejaremos Tahrir”. Los manifestantes se han atrincherado en la plaza. “Unidos como los dedos de una mano”, corean. Y ocurre el milagro. Cientos de miles vencen el miedo y acuden a la plaza. Tras dieciocho días en Tahrir y más de ochocientos muertos, cae el presidente Hosni Mubarak pero el régimen sigue en pie. Ahmed Maher y Mohamed Adel saben que aún queda camino, pero hoy toca celebrar. No imaginan que les condenarán a tres años de cárcel por desorden público y manifestación no autorizada cuando la primavera egipcia dé paso al invierno. Tendrán el dudoso honor de ser los primeros condenados por desobedecer la represiva legislación sobre manifestaciones.
Cuesta creerlo y ya es 25 de enero de 2012. Tahrir es una verbena. La junta militar que gobierna Egipto ha decretado que el 25 de enero es el Día de la Revolución. El bloguero Ahmed Douma contempla la fiesta escéptico. Hace tiempo que le ha visto las orejas al lobo. “El ejército no cederá el poder a un gobierno civil”, escribe. Llevan meses reprimiendo las manifestaciones brutalmente. En diciembre estuvo en una concentración por la democracia que degeneró en batalla entre jóvenes y fuerzas del orden. Cuando la represión acorrale a los líderes de la primavera egipcia, por aquella manifestación le condenarán a 25 años de cárcel y Ahmed se reirá al oír el veredicto. En la junta militar hay un general desconocido. Se llama Abdel Fattah al-Sisi y tiene grandes sueños.
El 25 de enero de 2013, los manifestantes ya no están unidos como una sola mano. No hay una plaza Tahrir, sino dos. “Civil, un gobierno civil”, gritan unos. “Islámico, islámico”, les responden. De noche, Tahrir es un infierno para las mujeres. Seis meses antes los Hermanos Musulmanes ganaron las elecciones. Mohamed Morsi prometió ser el presidente de todos los egipcios y lo incumplió. El ejército se ha aliado con los Hermanos Musulmanes en un matrimonio de conveniencia. El descontento crece. Hoy mismo el activista Alaa Abd El Fattah alienta a continuar “la revolución del pan, la libertad y la justicia social”. No imagina que a finales de año le detendrán por manifestarse sin autorización y le condenarán a cinco años de cárcel. En el gobierno islamista, el general al-Sisi es ministro de defensa y jefe del ejército pero quiere más.
El 25 de enero de 2014, el mariscal Abdel Fattah al-Sisi es un héroe para la mitad del país y un asesino para la otra media. Todos saben que el ministro de defensa mueve los hilos del país. En julio lideró un “cambio de gobierno” que se cobró mil cuatrocientas vidas. El movimiento del 6 de abril desconvoca la manifestación. Ya han muerto demasiados jóvenes. Tahrir es del mariscal al-Sisi. Algunos no lo ven así y marchan hasta el sindicato de periodistas coreando eslóganes de libertad. Mueren cuarenta y nueve personas en el centro del Cairo. Patriotas golpean a los manifestantes que gritan: “abajo el gobierno militar”. La policía detiene a Mahmoud Hussein al regresar de la manifestación. Lleva una bufanda con el lema “revolución del 25 de enero” y una camiseta que proclama “por un país sin tortura”. Le administran descargas eléctricas y le encarcelan. En la plaza Tahrir, la multitud baila y besa los retratos del mariscal al-Sisi.
El 24 de enero de 2015, no quedan casi líderes de la primavera egipcia en libertad. Un puñado de manifestantes se dirige a Tahrir para depositar unas flores. No llegan a la plaza. Disparos de la policía matan a la militante socialista Shaimaa al-Sabbagh. Abdel Fattah al-Sisi, presidente de Egipto, decide que no será 25 de enero en la plaza Tahrir.
Han pasado cinco años de las revueltas contra Mubarak y quienes estuvieron en Tahrir en 2011 son hoy traidores. Ahmed Maher, Mohamed Adel, Ahmed Douma, Alaa Abd El Fattah y Mahmoud Hussein siguen en prisión. Amnistía Internacional no les olvida. Miles de jóvenes han sido encarcelados por ansiar un Egipto democrático. El 6 de abril es ahora una organización ilegal y se persigue a sus miembros. Detienen a periodistas, opositores y manifestantes. El presidente al-Sisi querría borrar el 25 de enero del calendario. “¿A qué vienen esos llamamientos para una nueva revolución? ¿Por qué queréis destruir Egipto? Estoy aquí por voluntad y elección vuestra”, ha declarado. Muchos sueñan que el 25 de enero vuelva la primavera a la plaza Tahrir.
El clamor crece. “Mira atrás”. Miles se han unido a la columna y marchan hacia Tahrir, cantando “libertad”. Se sienten uno y eso les hace fuertes. Y surge el grito: “el pueblo quiere la caída del régimen”. Desde distintos puntos de El Cairo, los manifestantes confluyen en Tahrir. Nunca habían reunido a tanta gente y aún serán más días después. “Somos pacíficos”, gritan.
El jefe de la inteligencia militar, el general Abdel Fattah al-Sisi está desconcertado. Acordaos de él, pues dará que hablar. Las manifestaciones son inesperadas. Quienes acuden a Tahrir no están fichados. Es gente corriente que no se metía en nada. El gobierno tarda en reaccionar. “Amado pueblo, dice un poema popular, me gustas cuando te humillas, pero si te levantas, te aplastaré”. Francotiradores disparan a los manifestantes.