Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete pasos cortos. Esa es la distancia que te permiten recorrer ocho metros cuadrados, compartidos con un catre, un lavabo, un retrete y una mínima balda para guardar algo de comida. Eso sí, tienes uno, dos, tres, cuatro, diez, quince, hasta 20 años para recorrerlos durante 22 horas y media al día.
No hay nada más que hacer en una celda sin ventanas, con escasa luz natural y desde la que ni siquiera puedes ver al funcionario que te traerá la comida de pésima calidad. No está permitido leer, estudiar, trabajar, participar en programas de rehabilitación o tener contactos con el exterior, siempre habrá una valla o un cristal que te separe del médico, del abogado, de tus familiares. Sólo hay una concesión, durante una hora y media al día se puede hacer ejercicio, siempre solo, en una pista de cemento desierta rodeada de muros de 6 metros de alto. Aquí tampoco se puede ver el cielo, una malla de plástico lo impide.
Se estima que al menos 25.000 prisioneros están en celdas de aislamiento en 40 estados de Estados Unidos. Sólo en California, donde Amnistía Internacional por primera vez ha podido visitar módulos de aislamiento, más de 3.000 presos sufren estas terribles condiciones de reclusión, entre ellos 58 mujeres. Según reconoce el Departamento de Prisiones y Rehabilitación de California, en 2011, más de 500 presos habían pasado diez o más de diez años en régimen de aislamiento, más de 200 reclusos habían permanecido por encima de 15 años y 78 habían superado los 20 años.
¿Cuál fue el terrible delito?
El régimen de aislamiento está destinado únicamente a casos extremos, siempre como último recurso, por un espacio de tiempo breve y sólo cuando el comportamiento de estos presos constituya una amenaza grave y continua para la seguridad de los demás reclusos.
Sin embargo, los investigadores de Amnistía Internacional han encontrado que muchos de los reclusos que acaban en los módulos de aislamientos están ahí porque padecían enfermedades mentales o trastornos de conducta, por incurrir en problemas de disciplina, o porque han sido “etiquetados” como miembros de bandas. Y los criterios para recibir esta etiqueta pueden ser tan sólidos como llevar un tatuaje, leer un determinado libro, o hablar con otro recuso al que se considera de una banda.
Privar de luz natural, de ejercicio físico adecuado y contacto humano a los internos recluidos en módulos de aislamiento es un castigo innecesario e injustificable en cualquier caso. La luz natural y el ejercicio físico son necesidades básicas fundamentales para la salud mental y física. Problemas de visión, asma crónica, dolencias generadas por la falta de movimiento o de la mala alimentación, ansiedad, problemas de sueño, pérdidas de memoria, dificultades de integración, depresión e incluso suicidio forman parte de la cartera básica de los presos que han pasado años de su vida aislados en una celda diminuta.
La reinserción inexistente
A esto hay que unir la ausencia de programas para aquellos reclusos que salen a la calle tras haber pasado años en celdas de aislamiento, lo que cualquiera puede imaginar dificulta su reintegración satisfactoria en la sociedad. Un estudio realizado entre 1997 y 2007 en las cárceles de Pelican Bay y Corcoran SHU, ambas visitadas por Amnistía Internacional, recoge que a 900 personas se les concedió libertad condicional, muchas de ellas pasaron directamente de la celda de aislamiento a la calle.
Un ex recluso, tras siete años de aislamiento, explica “siempre quieres estar solo... la soledad te sigue. Me dan ansiedad las multitudes y no me gusta estar rodeado de otras personas. Algunas veces sólo quiero correr y encerrarme....”. No es de extrañar que el 62 por ciento de estas personas violaran la condicional a los pocos meses de obtenerla y volvieran a la cárcel.
Y aunque las autoridades estadounidenses han anunciado reformas, éstas siguen siendo insuficientes. Deben tomar medidas eficaces e inmediatas que limiten el uso del aislamiento y mejoren las condiciones de este tipo de internos, y así de una vez por todas, podrá decirse que Estados Unidos empieza a respetar las normas internacionales para el tratamiento humano de la población reclusa.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete pasos cortos. Esa es la distancia que te permiten recorrer ocho metros cuadrados, compartidos con un catre, un lavabo, un retrete y una mínima balda para guardar algo de comida. Eso sí, tienes uno, dos, tres, cuatro, diez, quince, hasta 20 años para recorrerlos durante 22 horas y media al día.
No hay nada más que hacer en una celda sin ventanas, con escasa luz natural y desde la que ni siquiera puedes ver al funcionario que te traerá la comida de pésima calidad. No está permitido leer, estudiar, trabajar, participar en programas de rehabilitación o tener contactos con el exterior, siempre habrá una valla o un cristal que te separe del médico, del abogado, de tus familiares. Sólo hay una concesión, durante una hora y media al día se puede hacer ejercicio, siempre solo, en una pista de cemento desierta rodeada de muros de 6 metros de alto. Aquí tampoco se puede ver el cielo, una malla de plástico lo impide.