“Hemos de tener claro que el efecto llamada existe”. Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior español.
“Nos llevaron a un lugar fuera de la ciudad, en el desierto, ataron a mi marido de pies y manos a un poste y me violaron en grupo delante de él. Eran 11 hombres en total”. En dos frases, una mujer nigeriana resume el horror que se vive en el territorio libio, en especial para aquellos que atraviesan el país con la esperanza de llegar a Europa. Según el ACNUR, cerca de 400 mil personas se habrían desplazado por este país en los últimos meses.
En un informe publicado esta semana, Amnistía Internacional describe el infierno que sufren miles de migrantes y que explica por qué están dispuestos a cualquier cosa con tal de salir de Libia. Penúltima etapa de un viaje que comienza en lugares tan distantes, como Camerún, Somalia, o Siria, pero con el origen común de la desesperación más absoluta. En Libia encuentran un país abandonado por la comunidad internacional donde, tras la intervención militar de la OTAN en 2011, sólo impera la ley del más fuerte, es decir, del más armado.
En medio de estos grupos paramilitares, traficantes de personas, y por si fuera poco, zonas controladas por el Estado Islámico, la vida de aquellos que sueñan con pisar Europa se convierte en un infierno. Una de las prácticas que se documentan en el informe son los secuestros, en los que es habitual sufrir torturas y condiciones inhumanas. “Nos trataban como animales”, cuenta un joven somalí que estuvo recluido por un grupo de contrabandistas hasta que su familia pagó un rescate de 200 dólares, tras una primera petición de 4.000.
La discriminación racial a los subsaharianos se agudiza por motivos religiosos. “Si dices que eres cristiano, vas a tener problemas”, apunta un hombre que sufrió robos y palizas. Según los testimonios recogidos por Amnistía Internacional, en ningún momento esta violencia se detiene, o se modera hacia las mujeres o los niños. Loveth, una chica de 18 años, relata que en el centro de detención les amenazaban con pegarles si no dejaban de rezar. Y de vez en cuando cumplían su palabra...
¿Efecto llamada?
“Solían golpearnos con tubos por detrás de los muslos, incluso a las mujeres embarazas. Por las noches, venían a nuestras habitaciones e intentaban dormir con nosotras. Algunas mujeres fueron violadas. Una mujer quedó embarazada. Por eso decidí ir a Europa”, cuenta una mujer que estuvo retenida en un centro para migrantes.
Pensar que alguien que vive una situación así puede decidir intentar llegar a Europa dependiendo del dispositivo de salvamento que esté en funcionamiento en ese momento sería hasta gracioso si no estuviéramos hablando de vidas humanas. Y si quienes lo dijeran no fueran dirigentes de países europeos. Por si quedaban dudas: desde que terminó la operación Mare Nostrum, supuesta culpable del efecto llamada, el número de personas que intentan llegar a Europa no ha dejado de crecer.
Se calcula que desde el año 2000 han muerto en el Mediterráneo más de 23 mil personas. Sólo en lo que va de 2015 esta trágica suma asciende a 1.700. Ante esta situación, desde Bruselas se ha propuesto dificultar aún más la llegada a Europa (destruir los barcos) con el argumento de “combatir a las mafias”. Unas mafias que están encantadas con que no haya rutas seguras por las que las personas que huyen de los conflictos puedan pedir asilo, ya que esa es una condición indispensable de su negocio.
La Unión Europea debe decidir qué le preocupa más: que sigan muriendo miles de personas, o que lleguen a sus costas. De esa elección dependerán las medidas que se decidan. Porque si algo está claro es que Libia se ha convertido en un infierno para las personas que han huido de sus países. Y del infierno uno escapa en cuanto puede, aunque haya riesgo de naufragio.
“Hemos de tener claro que el efecto llamada existe”. Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior español.
“Nos llevaron a un lugar fuera de la ciudad, en el desierto, ataron a mi marido de pies y manos a un poste y me violaron en grupo delante de él. Eran 11 hombres en total”. En dos frases, una mujer nigeriana resume el horror que se vive en el territorio libio, en especial para aquellos que atraviesan el país con la esperanza de llegar a Europa. Según el ACNUR, cerca de 400 mil personas se habrían desplazado por este país en los últimos meses.