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México: Disparar a los mensajeros nos dejará a todos a oscuras

Carlos K. Zazueta

Investigador Amnistía Internacional —

Las víctimas no eran señores de la droga armados de pistolas. Hasta ahora, las únicas víctimas identificadas por las autoridades son el fotoperiodista Rubén Espinosa Becerril, de 31 años, y la activista pro derechos humanos Nadia Dominique Vera Pérez, de 32. Ambos habían huido del estado oriental de Veracruz debido al acoso continuo que sufrían por su trabajo y a las críticas de las autoridades.

Sus muertes son sólo las últimas de una larga sucesión de asesinatos similares encaminados a silenciar a los periodistas y otras personas críticas. Veracruz destaca por su historia reciente de violencia sin precedentes contra los periodistas. Desde 2011, 14 periodistas han sido víctimas de homicidio en ese estado, tres de ellos este año sólo. Todos los casos están sin resolver. Las investigaciones están plagadas de insuficiencias, incluida la reticencia a reconocer siquiera que las víctimas eran periodistas y que su muerte violenta podría estar relacionada de algún modo con su trabajo.

Rodolfo Fernando Ríos Garza, procurador general de Justicia del Distrito Federal, confirmó a varias emisoras de radio que Rubén Espinosa, Nadia Vera y las otras víctimas recibieron disparos a quemarropa en la cabeza. Es lo que los programas de crímenes de la televisión llaman “estilo ejecución”. Hasta el momento, hay un sospechoso detenido, pendiente de más investigaciones.

Las autoridades deben investigar si alguna de estas cinco personas fueron abatidas a tiros para silenciar su trabajo periodístico o de defensa de los derechos humanos, e informar a la sociedad mexicana de sus conclusiones. Pero con independencia de si tenía como fin restringir la libertad de expresión o el trabajo de los defensores y defensoras de los derechos humanos, este crimen violento no puede quedar impune.

Este tipo de crímenes son endémicos en México. Según la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, en los últimos 15 años han muerto violentamente un centenar de periodistas. Mientras tanto, el alto comisionado de las Naciones Unidas para los derechos humanos informó de 245 atentados, 22 homicidios entre ellos, contra defensores de los derechos humanos entre 2006 y 2012.

Pese a la gravedad de esta crisis, las autoridades mexicanas siguen sin adoptar medidas concretas y eficaces para proteger a personas como Rubén Espinosa y Nadia Vera. En 2012, el Congreso mexicano aprobó por unanimidad la Ley para la Protección de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, que creó un mecanismo federal destinado a dicha protección. Aun así, la mayoría de quienes están en situación de mayor riesgo desconfía de este mecanismo porque ha resultado poco eficaz. Más de tres años después, el gobierno todavía no ha demostrado su voluntad de garantizar que se implementa efectivamente la ley.

Un mecanismo de protección no es la solución, pero es un comienzo. El Estado también debe contar con una política para prevenir y mitigar riesgos y con un plan claro para garantizar que la sociedad en general entiende y aprecia el trabajo, vital y legítimo, de periodistas y defensores de derechos humanos.

Del mismo modo, todos estos casos, incluido el de Rubén y Nadia, deben ser debidamente investigados por las autoridades civiles. La forma más eficaz de impedir que vuelvan a cometerse ataques similares es castigar a quienes sean declarados responsables y transmitir el claro mensaje de que no se tolerarán estos ataques.

Antes de su muerte, tanto Rubén Espinosa como Nadia Vera habían expresado públicamente su temor por lo que podría sucederles. En una entrevista con un medio online publicada unos días antes de su muerte, Rubén dijo que lo que lo había impulsado a trasladarse a la ciudad de México había sido la violencia contra los periodistas en Veracruz.

Tras la muerte de Nadia Vera, su madre —la poeta Mirtha Luz Pérez— le dedicó este poema:

No me dejes sin tus ojos

Ciega

No me dejes sin tu voz

Silente

No me dejes sin tu luz

A oscuras

Los mexicanos quieren ser libres para expresarse, para cuestionar, para ser creativos. Pero esto se vuelve imposible si se permite que cualquier discrepancia sea eliminada con la violencia. Matarlos o amedrentarlos para que callen sólo puede desembocar en un entorno sin periodistas independientes fiables ni defensores de los derechos humanos que informen a la sociedad e inciten al debate.

Este tipo de crimen nos entristece profundamente, pero, lo que es peor, siembra el miedo. Como ciudadanos mexicanos corrientes, nos merecemos algo mejor. Nos merecemos ver que se hace justicia. No nos van a dejar ciegos, silentes y a oscuras.

Las víctimas no eran señores de la droga armados de pistolas. Hasta ahora, las únicas víctimas identificadas por las autoridades son el fotoperiodista Rubén Espinosa Becerril, de 31 años, y la activista pro derechos humanos Nadia Dominique Vera Pérez, de 32. Ambos habían huido del estado oriental de Veracruz debido al acoso continuo que sufrían por su trabajo y a las críticas de las autoridades.

Sus muertes son sólo las últimas de una larga sucesión de asesinatos similares encaminados a silenciar a los periodistas y otras personas críticas. Veracruz destaca por su historia reciente de violencia sin precedentes contra los periodistas. Desde 2011, 14 periodistas han sido víctimas de homicidio en ese estado, tres de ellos este año sólo. Todos los casos están sin resolver. Las investigaciones están plagadas de insuficiencias, incluida la reticencia a reconocer siquiera que las víctimas eran periodistas y que su muerte violenta podría estar relacionada de algún modo con su trabajo.