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PP y Cs aíslan a la Junta de Andalucía de sus batallas en otros gobiernos y se conjuran para agotar el mandato

Daniel Cela

10 de marzo de 2021 19:23 h

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Andalucía es “una isla rodeada de ruido”, “un oasis de estabilidad”, “un territorio encapsulado” y “protegido” del enjambre sísmico político en el que se ha metido España en las últimas 24 horas, en plena pandemia, en plena crisis económica con cuatro millones de parados. La relación de PP y Ciudadanos en el Gobierno andaluz, la primera y más estable coalición de ambos partidos en España, ha recibido este miércoles muchos epítetos, pero todos conducen al mismo mensaje: ni la moción de censura que amenaza al Gobierno de PP y Cs en Murcia y en Castilla y León, ni el adelanto electoral propiciado por la presidenta de la Comunidad de Madrid tienen traslación posible a Andalucía.

“Tenemos una hoja de ruta de modernización y reformas y nuestra aspiración es concluir los dos años que quedan de legislatura”, ha sentenciado el presidente Juan Manuel Moreno Bonilla, secundado por su vicepresidente y líder regional andaluz, Juan Marín, en una puesta en escena de unidad a las puertas del Parlamento. Ambos líderes se han desmarcado de los movimientos tácticos que sus formaciones han ejecutado en otros territorios, dejando claro que su Gobierno de coalición es “sólido, robusto, serio, estable y que goza de buena salud”.

Moreno no ha querido criticar la convocatoria electoral de su homóloga madrileña, pero ha remarcado que “la crisis sanitaria, económica y social sin precedentes nos obligan a atender a dos responsabilidades: proteger la salud y crear empleo para recuperar el tejido productivo perdido”. El presidente andaluz telefoneó por la mañana al líder nacional del PP, Pablo Casado, para un “contraste de opiniones sobre lo ocurrido, dentro de la normalidad”. Su relación no pasa por el mejor momento, desde que Génova empezó a maniobrar para colocar a sus afines en los congresos provinciales andaluces -especialmente el de Sevilla-, empujando al PP andaluz a “un pulso de poder incomprensible”, que ha sido visto como una “agresión” que ha puesto en riesgo la “estabilidad del Gobierno andaluz”.

En ese pulso, los populares andaluces señalan directamente al secretario general del partido, Teodoro García Egea (que negoció personalmente el pacto PP-Cs-Vox para la investidura de Moreno), al que ahora reprochan duramente que hace 48 horas estuviera maquinando para imponer a su candidato en el PP de Sevilla, mientras su territorio (Murcia) saltaba por los aires. Este cisma, más el intento de controlar Andalucía “por la puerta de atrás” -invirtiendo el orden natural de los congresos del PP: provinciales, autonómicos y nacional, en previsión de un mal resultado en las generales- confirma a los populares andaluces que García Egea “no tiene controlado el partido”.

En cuanto al vicepresidente andaluz, Marín ha garantizado que tiene “unidad” en su grupo parlamentario, al que ha reunido horas antes para consensuar un mensaje nítido de estabilidad. Cs Andalucía cuenta con 21 diputados de los que la mitad son críticos con Marín (la otra mitad estaba presente durante su comparecencia junto a Moreno en el patio de la Cámara). Los críticos, con los que el PSOE andaluz trata de reconstruir puentes, acusan al vicepresidente de no rentabilizar la acción de Gobierno para el partido, y de regalar todo su capital político al PP, que asciende disparado en las encuestas.

Este grupo, de una docena de parlamentarios, es el que potencialmente podría apoyar una moción de censura que devolviese el Gobierno andaluz al PSOE de Susana Díaz. Pero ese escenario es aritméticamente complejo, y políticamente alto improbable. Ni la socialista (ni Moncloa) han manejado nunca esa calculadora, ni los extraños compañeros de viaje de una moción de este tipo se sentarían en un autobús pilotado por Susana Díaz: un PSOE revuelto en líos internos que cuestiona el liderazgo de su jefa, un Cs roto en dos, seis diputados de IU, nueve parlamentarios no adscritos (Anticapitalistas) expulsados de Adelante Andalucía, otra parlamentaria no adscrita vinculada a Falange y el grupo de Vox.

Los socialistas tienen 33 escaños y para llegar a los 55 de la mayoría absoluta necesitarían un mapa, una brújula y la varita mágica de Harry Potter: IU tiene seis, Teresa Rodríguez y sus 11 afines se cortarían la mano antes que facilitar el Gobierno al partido que ha ejecutado su expulsión, y la mitad crítica de Cs no es tan crítica como para reconciliarse con el mismo PSOE con el que rompieron hace dos años. El mejor seguro de vida del Gobierno de Moreno Bonilla es que la derecha ha tardado casi cuatro décadas en llegar al poder en Andalucía -lo ha conseguido fragmentada en tres partidos- y ahora no va a devolvérselo a la izquierda en el primer lance político.

Marín ha dicho que no es el momento de “giros” ni de “poner en cuestión nada”. “Los ciudadanos piden soluciones, no que convoquen elecciones”, ha remarcado. Luego ha dejado entrever que mantendrá su fidelidad al Gobierno con el PP “tenga el coste político que tenga cuando lleguen las elecciones en 2022”, una frase que remite a todas las encuestas que dibujan a un Ciudadanos en claro retroceso.

Los populares y los naranjas han empezado a despedazarse en Murcia, Madrid y Castilla y León, las tres regiones que emularon el pacto andaluz de PP y Cs, sostenido por Vox, tras las elecciones de diciembre de 2018. Existe una evidente preocupación en el Gobierno de Moreno Bonilla porque el deterioro de esa relación -y la previsible campaña electoral madrileña a cara de perro- enturbie la sintonía de los socios en Andalucía cuando aún quedan dos años por delante hasta las elecciones. Tanto Vox como el PSOE van a aprovechar las turbulencias para tratar de desestabilizar al Ejecutivo autonómico.

El partido de Santiago Abascal ya ha retirado su apoyo parlamentario a la Junta de Andalucía y está instalado en una estrategia de confrontación preelectoral -sobre todo contra Cs-, que incluye la presentación de su futura candidata a las andaluzas -la portavoz en el Congreso, Macarena Olona-, el anuncio prematuro de que gobernarán con el PP la próxima legislatura y, desde hoy, la exigencia de un adelanto electoral (réplica de un tuit de Abascal). Pero todo esto es distópico y, en cierto modo, disparatado.

Primero, porque el Gobierno andaluz goza de estabilidad presupuestaria, dado que PP, Cs y Vox firmaron las cuentas de 2021 -40.200 millones de euros- hace menos de tres meses. Eso facilita el marco político fundamental hasta final de año y posteriormente permite prorrogar las cuentas hasta final de mandato. Segundo, porque la guerra civil entre PP y Cs en otros gobiernos de coalición no existe en Andalucía, al contrario, aquí se han mimetizado ambos partidos, esgrimen una sintonía en público y en privado, hasta el punto de que es recurrente en el debate político la idea de concurrir juntos en las próximas andaluzas (primero lo planteó Marín (lo descartó Inés Arrimadas) y ahora Moreno.

Y tercero, y quizá más importante, porque enfrente no hay una alternativa sólida. La izquierda está diseminada como concepto general y partido a partido. El pegamento que une a PP y Cs en Andalucía es el PSOE andaluz, con 37 años de gobierno ininterrumpidos a sus espaldas. Es la clave más potente para entender que lo que está pasando en Madrid o en Castilla y León no es extrapolable aquí. En cierto sentido, es el espejo cóncavo de Murcia, donde los gobiernos del PP se han prolongado 25 años. Los populares y los naranjas andaluces tienen sus roces y discrepancias, pero la crítica descarnada contra el PSOE “corrupto” les reconcilia del todo.

Este mismo miércoles, se debatía en el Pleno del Parlamento andaluz un proyecto de Ley contra el Fraude y la Corrupción -sin enmiendas en contra-, y el diputado de Cs, Fran Carrillo, uno de los oradores más violentos contra los socialistas, subía a la tribuna visiblemente molesto por el pacto de su partido con el PSOE en Murcia, y por el adelanto electoral en Madrid. “Estoy hasta los cojones de todos nosotros”, dijo, llamado al orden por la presidenta de la Cámara, Marta Bosquet (Cs). Carrillo se excusó diciendo que la frase la formuló en el Congreso el ex presidente de la I República, Estanislao Figueras. “Siento vergüenza de pertenecer a la clase política, por mí y por mi partido. La gente muere y nosotros hablando de mociones de censura, elecciones y conchaveo entre partidos”, recalcó.

Pero minutos antes, el portavoz de Vox en el debate había atizado duramente a Cs, acusándole de “traidor” por unirse a los socialistas y dejar caer el Gobierno de Murcia. Y en estas, Carrillo soltó toda su ira contra el PSOE, por si quedaba alguna duda de la difícil relación entre los naranjas y los de Susana Díaz, a quien sostenían en el Ejecutivo hace sólo dos años: “Abrir la puerta a los que han pudrido Andalucía es la muerte de Andalucía. No mientras esté Ciudadanos. No mientras tengamos 21 diputados. Aquí estaba Abderramán III y el PSOE ya estaba robando”, dijo.

Y minutos después el presidente y el vicepresidente bajaban juntos por la escalinata de mármol del Parlamento andaluz, conversando amigablemente, con una puesta en escena propia de grandes momentos de la legislatura. El patio repleto de periodistas y cámaras para recibir un mensaje que ambos líderes llevan repitiendo desde el día uno del mandato. “Sabemos que somos un Gobierno en minoría, lo somos desde hace dos años”, dice Marín, aunque ahora les falta el soporte de la ultraderecha, lo cual impide sacar adelante leyes, decretos y mociones en el Parlamento. “Tranquilidad, diálogo hasta la extenuación, serenidad y, sobre todo, estabilidad, el bien más ansiado”, ha insistido Moreno Bonilla a todos los portavoces del sector económico y social que hoy le han llamado “preocupados por la estabilidad del Gobierno andaluz”.

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