Antonio Maíllo (Lucena, Córdoba; 1966) ha vivido todas las vidas imaginadas de la izquierda democrática. Ha formado parte de un Gobierno de coalición con el PSOE en Andalucía [2012-2015], del que fue expulsado por Susana Díaz; resistió la irrupción del primer Podemos de Teresa Rodríguez en el Parlamento, salvando los cinco diputados necesarios para que IU no acabara orillada en el grupo mixto [2015]; firmó la primera confluencia electoral Podemos-IU de España –enfrentándose a Pablo Iglesias–, y la abandonó pocos minutos antes de que implosionara, fruto de las guerras internas que terminaron con la expulsión de Rodríguez y el nacimiento de otro Gobierno de coalición inédito en España –PSOE-Podemos-IU–, pilotado por Pedro Sánchez.
Parece un viaje circular, “el eterno retorno de lo mismo”, dice uno de sus allegados. Aunque en el camino haya visto consolidarse un Gobierno de mayoría absoluta del PP en Andalucía –otrora aldea irreductible de la izquierda– y el auge de la derecha y la extrema derecha en gran parte del país.
Maíllo abandonó la primera línea política hace casi cinco años y regresó hace unas semanas cuando temió que la formación en la que ha militado desde los 19 años, y de la que fue líder en Andalucía durante seis años, “podía irse por el sumidero de la historia”. La militancia de IU le ha elegido como coordinador federal frente a otras tres candidaturas, entre ellas, la de la ministra de Juventud e Infancia, Sira Rego.
Su intención es buscar una IU centrífuga. Redefinir la coalición de izquierdas desde los territorios, “sacarla del palacio”, que es como metafóricamente [y citando a Pasolini] se refiere a Madrid, la caja de resonancia de la política nacional. También en esto hay un cierto regreso circular al origen: IU nació en Andalucía antes que en Madrid, fue primero IU Convocatoria por Andalucía, de Julio Anguita (1984) y dos años después se constituiría la IU federal (1986).
Maíllo se marchó, no porque le noqueara el peso de la política, sino por un cáncer de estómago en plena campaña electoral. “Se puede luchar contra el sistema, pero no contra la biología”, le dijo a los suyos al despedirse en la sede del PCA de Sevilla, con una sonrisa de satisfacción en la cara. El dirigente cordobés volvió a impartir clases de Latín en un instituto de educación Secundaria de Aracena (Huelva), pero nunca se marchó del todo.
El partido le ha necesitado, le ha llamado, le ha propuesto cosas, y él ha ayudado desde la retaguardia. A veces le hicieron caso y otras no. A veces erró en el diagnóstico, a veces se equivocaron los otros. Mientras estaba en el aula declinando en latín, la política española se ha encanallado, la polarización se ha instalado en el debate público, la mentira y los bulos se han afianzado como herramienta de desgaste al adversario. “El nivel de estrés de la política actual es incompatible con la calidad de vida. Me voy porque no me la quiero jugar”, dejó dicho una mañana de junio de 2019.
Durante un tiempo se mudó a su casa en la sierra de Aracena huyendo del ruido de Sevilla. Cada día conducía una hora hasta la capital andaluza, donde estaba su actividad política, pero le “merecía la pena” el viaje para poder mantener distancias. Decía que allí “se oía el silencio” por las noches, que le costaba menos “concentrarse para leer a los clásicos”. Al final terminó echando de menos el ruido de la ciudad y la política. Superado ya el cáncer, ha decidido volver a “jugar”.
Profesor, militante, candidato
De Antonio Maíllo, dicen sus allegados que “piensa despacio, pero habla rápido”. Tiene una oratoria acelerada y una trayectoria igual de vertiginosa. Es afiliado de IU Andalucía desde su creación, en el 86; ayudó a fundar la coalición en su pueblo, Lucena, donde sus abuelos tenían una panadería, y diez años después se inscribió en el Partido Comunista de Andalucía (PCA).
Es profesor de Latín, aprobó las oposiciones con 23 años, ha ejercido la docencia en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), donde fue concejal; en Aracena (Huelva), donde se presentó dos veces sin éxito a la Alcaldía (2003 y 2007) y ahora ejerce en un instituto del barrio de Nervión, en Sevilla.
Maíllo ha reaparecido en la arena para pilotar un proceso de unidad en las primarias a liderar IU, pero terminó siendo uno de los cuatro candidatos en liza. El que más avales presentó, gracias a un apoyo superior al 80% de su federación -Andalucía-, que se ha demostrado clave en las alianzas con otros territorios significativos, como Asturias, y en la victoria final.
La militancia le ha elegido para suceder a Alberto Garzón, aquel joven activista del 15M del que primero se enamoró políticamente y luego se desenamoró del todo. “Es una contradicción brutal y una impugnación a la inicial trayectoria de aquel joven del 15M que nos encandiló a tantos”, escribió sobre el exministro de Consumo cuando amagó con fichar por la consultora del ex dirigente socialista José Blanco.
Por edad, Maíllo pertenece a la generación puente entre la vieja escuela de la izquierda ortodoxa y la llamada nueva política. Fue un entusiasta de esta última y de casi todos sus referentes -Garzón, Pablo Iglesias, Teresa Rodríguez-, que irrumpieron en la vida pública, ascendiendo desde las plazas hasta los cielos, logrando cimbrear la conciencia social y alterando para siempre el diccionario político de todo un pueblo, hastiado del bipartidismo. “PSOE-PP, la misma mierda es”, gritaban en las calles entonces.
En realidad, Maíllo no se desengaña con Garzón o con Teresa Rodríguez, su alter ego en la primera confluencia Podemos-IU que hubo en España, sino con aquella nueva política. “Los que iban a introducir elementos de organización y participación más democráticos no lo han conseguido”, se quejó recientemente en una entrevista, promulgando el regreso a las viejas formas orgánicas de su organización.
De modo que con el regreso de Maíllo también trata de regresar IU a sus esencias. También, le advierten los suyos, significa transitar por un campo de minas delimitado por los dos grandes riesgos que siempre han amenazado a esta coalición de izquierdas: por un lado, el abrazo del oso del PSOE –ahora cogobernando con Sumar–; por otro las luchas fratricidas propias de una organización donde cada coma se discute hasta la extenuación, en asambleas maratonianas donde siempre acecha el fantasma del cisma y la implosión.
Esta vez, el dirigente cordobés viene con los deberes aprendidos. “Curado de espanto”, bromean los suyos. El futuro inmediato de IU está ligado al del proyecto de Yolanda Díaz, pero ojo: Maíllo ha vivido el auge y la caída de una confluencia de izquierdas -Adelante Andalucía-; el pulso entre una dirección estatal centralista y los codazos de los territorios por ganarse la autonomía política y organizativa que sus jefes en Madrid les negaban [aquellas primeras fricciones entre Iglesias y Teresa Rodríguez].
Maíllo está vacunado contra los hiperliderazgos. Sintió el fogonazo, el “núcleo irradiador” de los Iglesias, Monedero, Errejón -con el que nunca llegó a conectar- y, sobre todo, Teresa Rodríguez. La gaditana estrenó la marca Podemos en España en las elecciones andaluzas de 2015, cuando los morados hacían campaña “no desde la izquierda, sino desde la centralidad”, y a punto estuvo de fagocitar a IU. Los comunistas, que venían de cogobernar con el PSOE de José Antonio Griñán y Susana Díaz, resistieron el impacto con cinco diputados [tenían 12], lo justo para mantener grupo propio en el Parlamento.
En el siguiente mandato se dio el acercamiento necesario entre IU y Podemos Andalucía, con Garzón a favor de la confluencia e Iglesias radicalmente en contra. Maíllo ligó su destino al de Teresa Rodríguez y los morados. Tuvo el respaldo mayoritario de su formación, aunque dejó a muchos dirigentes veteranos cabreados, vaticinando ya “la desaparición de IU del mapa político”. Antonio Rodrigo Torrijos, histórico teniente alcalde de Sevilla y referente de su organización, todavía se lo reprocha hoy, siendo número dos de la candidatura rival en las primarias encabezada por la ministra Sira Rego.
Su matrimonio político con Teresa Rodríguez se forjó sobre el rechazo visceral a pactar con el PSOE, su distanciamiento hasta alcanzar cotas irreconciliables se debe, en parte, al replanteamiento de esa posición inicial. Maíllo avala el Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos. La gaditana le afea “falta de coherencia”, y el profesor le reprocha un “puritanismo” ideológico tendente al aislacionismo, incapaz de calibrar el ascenso imparable de la ultraderecha.
Son las lecciones aprendidas que trae en la mochila este profesor, amante de los libros y de la conversación. La tarea de Maíllo al frente de IU tiene algo de redención de los tropiezos que lastraron aquella primera confluencia de izquierdas. No sólo pretende ahondar en el federalismo de su organización, dando más espacio y voz a los territorios para dialogar de tú a tú con Madrid.
El dirigente cordobés está profundamente convencido de que el futuro pasa por la unidad, por afianzar los lazos y las sinergias dentro de la plataforma Sumar, pero también en ese escenario tiene experiencia para corregir cosas. “Se podían haber hecho las cosas mejor”, barrunta sobre el modo en que Yolanda Díaz y su equipo han conformado la estructura de Sumar. IU ha jugado un papel relevante en la construcción de ese sujeto político.
Maíllo, con el respaldo del núcleo duro del PCE de Enrique Santiago, quiere hacer valer ese protagonismo desde la autonomía de su formación. No es un secreto que la vieja coalición de izquierdas se siente damnificada por el reparto de funciones dentro de Sumar, que ha quedado relegada frente a otros partidos de la coalición con más peso específico en sus territorios (Compromis en la Comunidad Valenciana, los Comuns en Cataluña...).
Paradójicamente, el mayor peso territorial de IU está en Andalucía, la federación que cuenta con casi la mitad de los afiliados del país, en torno a mil concejales, medio centenar de alcaldías... Es el territorio que avala a Maíllo y la comunidad, dicen, que más se parece a su formación política.