La discreta pulsera blanca y verde que lleva en la muñeca le delata. Antonio Manuel Rodríguez, profesor de Derecho en la Universidad de Córdoba, es uno de los patronos de la Fundación Blas Infante y está vinculado a su figura y al andalucismo desde hace años. Candidato del PA al Congreso en 2011 y al Parlamento Andaluz en 2012, es presidente de los Ateneos de Andalucía y participó como ciudadano particular en pedir la separación de las elecciones andaluzas de las generales. Firme defensor del andalucismo como ideal que considera vigente y que impregna las causas sociales y la cultura de Andalucía, y no como patrimonio de ningún partido político, aboga por difundir el legado de Blas Infante como padre de la patria andaluza, cuando la próxima noche del 10 al 11 de agosto se cumplen 80 años de su asesinato en una cuneta de la antigua carretera de Carmona.
¿Dónde reside el andalucismo actualmente?
El andalucismo es un ideal, no es algo orgánico. De hecho, como todo lo orgánico, cuando se concentra en algo, acabaría pudriéndose. El andalucismo es un ideal que consiste en la defensa de la diversidad cultural andaluza y la defensa de su memoria. Y esa reivindicación, desde el punto de vista político, está viva y está al alcance de cualquier formación política. Lo que ocurre, es que el andalucismo y la defensa de lo social son hermanas siamesas. La vinculación de la defensa del andalucismo como ideal y la defensa de los más débiles es algo consustancial, de forma que, siendo un ideal, es verdad que ideológicamente está más ubicado en la izquierda, en el mensaje de la izquierda.
¿Cuáles son las causas del bajo perfil que tiene el andalucismo en la sociedad?
Creo que el andalucismo es un elemento más en el discurso político, esencial pero no exclusivo ni excluyente. Le ocurre algo parecido al ecologismo o al feminismo y lo que creo que ha pasado es que, en el momento en el que el andalucismo acaba siendo monopolizado por una marca -que además pierde todo su componente ideológico y que queda solo con el componente simbólico o testimonial de Andalucía-, los andaluces no acaban reflejándose ahí. El mensaje andalucista es la defensa de lo social y lo débil. Aquél que defienda la justicia social en Andalucía, verá cómo en ese momento es cuando el andaluz se siente identificado con esa causa. Desde ese punto de vista, no creo que el andalucismo como ideal haya perdido fuerza, sino justamente todo lo contrario. Yo creo que muchas de las causas sociales que se han defendido en los últimos años son esencialmente andaluzas y, lo que ocurre, es que el que no aparezca detrás una marca que lo monopolice, en absoluta lo desvirtúa.
¿Cuáles han sido los principales obstáculos que ha tenido el andalucismo a lo largo de su historia?
El andalucismo fue necesario, indispensable, para la consecución en su momento de la autonomía plena. En ese momento Rafael Escuredo -que es patrono de la Fundación Blas Infante-, tuvo la habilidad de dejar de ser un socialista andaluz para convertirse en un andaluz socialista y, de alguna manera, personalizó y fagocitó en él todo el proceso autonómico que pertenecía a la gente. Lo que ocurrió después es que el PSOE tuvo, además, la habilidad de integrar toda esa defensa en su acervo político en Andalucía y el resto de las formaciones políticas en general, abdicaron de alguna manera sobre la defensa del idealismo andaluz, especialmente el Partido Socialista de Andalucía, que al perder la S pierde el alma. Y desde entonces, es cuando se produce la confusión entre lo orgánico y lo ideológico. Hay factores internos, factores externos, que al final hacen que creer a los andaluces que el andalucismo pertenecía a una determinada marca o símbolo y eso es un gravísimo error.
Yo creo que actualmente el discurso andaluz está muy vivo, está defendido por gente muy joven, por movimientos sociales que a lo mejor no se dan cuenta incluso que lo están haciendo y sin embargo lo que defienden son causas netamente andaluzas: la defensa de Doñana, de Valdevaqueros, de la memoria de la Mezquita, de la vivienda especialmente en las corralas…todas esas son causas especialmente andalucistas. De ahí que crea que hoy no solamente el legado infantiano está vivo sino que el componente ideológico andaluz se hace completamente necesario para quien aspire a conseguir la representación política en Andalucía. Los andaluces necesitamos sentirnos representados, lo que ocurre es que a fecha de hoy probablemente ese espacio está invisible, pero no está huérfano. El reto está en hacerlo visible, porque en el momento en que lo sea no me cabe la menor duda de que la gente en Andalucía se identifica emocionalmente con él.
¿Qué análisis hace de la desaparición del Partido Andalucista y de la aparición este mismo año de tres movimientos andalucistas?
La desaparición del PA era algo que hemos reivindicado muchos como necesario para el mantenimiento del ideal andalucista. El problema estaba en que al condensarse en una marca concreta parece que todo mensaje andalucista tiene que provenir de esa marca. El grave error o la anomalía que se produjo en Andalucía fue el intentar vender que esa defensa identitaria estaba concretamente en una marca. Y cuando eso ocurre es cuando se comete el error. El que ahora surjan plataformas o reductos de aquel antiguo PA me parece que es reproducir aquel antiguo error. Yo creo que la solución no pasa por ahí. La solución pasa por tener claro que estamos hablando de una ideología, una ideología además reivindicativa, vinculada a lo social, ecologista, universalista, feminista…eso ha sido siempre el andalucismo y ha sido siempre el pensamiento infantiano. Eso no debe estar nunca monopolizado por ninguna marca, porque en el momento en que eso ocurra y se le desprenda todo el componente ideológico de nuevo, Andalucía no se va a sentir identificada.
La percepción del nacionalismo catalán y vasco en Andalucía, ¿en qué ha perjudicado al andalucismo?
Lo ha perjudicado muchísimo, muchísimo. Porque hay palabras que enferman y una de ellas es nacionalismo. Nacionalismo se ha entendido como sinónimo de estatalismo, como reivindicación necesaria de un estado. Y nación y estado son dos conceptos que para nada tienen que ver. La nación es a estado lo que vientre a barriga. La nación es vida, viene del verbo nacer y una nación existe cuando un pueblo se postula políticamente. Andalucía se postula políticamente el 4 de diciembre de 1977. Desde entonces, podemos hablar sin ninguna duda de un momento histórico en el que el pueblo andaluz se reconoce y es reconocido como pueblo. Desde ese momento, podemos hablar sin tapujos de un concepto de nación andaluza. Ahora, que eso implique la reivindicación de un estado es un concepto radicalmente distinto, que sí está mucho más imbricado en el nacionalismo catalán o vasco. De hecho, Blas Infante se encontró con el enorme problema de no tener un concepto apropiado para llamar a eso e incluso llegó a decir que su nacionalismo era antinacionalista porque lo que quería decir es que creía en una sola humanidad pero con diversas culturas, defendía la diversidad cultural. En concreto, el componente andaluz de nuestra memoria no tiene por qué venir aparejado con la reivindicación de una estructura política fría como la de un estado. En consecuencia, creo que esa visión de los nacionalismos catalán y vasco entendidos como reivindicaciones excluyentes de un estado son agua y aceite con el nacionalismo andaluz.
¿Cómo debería entenderse desde los otros territorios del estado el andalucismo?
Debería entenderse como lo que es, no intentar buscar sinónimos. Entender que la realidad del estado español siempre fue muy compleja, que España es una noción y según la noción que se tenga de España unos u otros nos identificaremos alguna vez con ella. Pero está claro que en esa noción de España parece que Andalucía no existe. Aún más, se ha tomado Andalucía como paradigma de lo español hasta el extremo de que -como decía mi hermano José Luis Serrano-, España es Andalucía pero Andalucía pero Andalucía no es España. Se llega a las metáforas de utilizar en películas como ‘Ocho apellidos vascos’ a andaluces como paradigma de lo español frente a otras identidades como la vasca o la catalana. Yo creo que Andalucía debe ser entendida como un componente esencial en la historia de la península y por supuesto del mismo rango jurídico político y simbólico que Cataluña, Galicia y Euskadi, no por una cuestión solo de memoria, sino porque nos pertenece, porque lo hemos ganado, simplemente por respeto democrático. Andalucía consigue con el 4 de diciembre del 1977 y el 28 de febrero de 1980 ser como las que más dentro del estado. Eso es así, incuestionable. Cualquiera que intente derogar esa línea roja estará atentando contra la voluntad democrática del pueblo andaluz. Lo que sorprende es que el pueblo andaluz lo haya olvidado y que encima lo consienta.
¿Cómo encaja la necesidad del andalucismo en el mundo cada vez más globalizado y aparentemente homogéneo que tenemos?
Precisamente por eso, porque el andalucismo se llama así como podría llamarse de otra manera en cualquier otra parte del planeta que defienda la diversidad cultural frente a la homogeneización de esta segunda globalización que estamos padeciendo. Lo que siempre pidió Blas Infante y el andalucismo es que seamos iguales en derechos, no importa el lugar del planeta en que vivamos, pero desde el respeto a nuestra diversidad cultural. Lo que está ocurriendo en el siglo XXI es que cada vez somos más parecidos culturalmente y, sin embargo, más desiguales en derechos. La aspiración de refugiados y emigrantes de ser iguales a un primer mundo diferenciado es lo más antagónico al andalucismo. Infante llegaba a decir que en Andalucía no existen los extranjeros, no hay extranjeros, porque lo que intenta decir es que es una casa abierta donde la reivindicación principal es precisamente el respeto a nuestra diversidad cultural. En consecuencia, nunca más que ahora ese discurso es tan vanguardista y tan necesario.
¿Cómo se rescata el discurso de Blas Infante? ¿Cómo se le explica a un andaluz de hoy por qué es necesario recuperar ese legado?
A mí me emociona recordar cómo en la Transición democrática hay una imagen en la que una abuela tiene colgada en el balcón una bandera de Andalucía que pone Blas Infante. Estoy convencido de que esa abuela ni sabía concretamente qué era esa bandera ni por supuesto había leído una línea de Blas Infante, pero ella sabía que esos dos símbolos, la bandera y Blas Infante, eran emancipatorios, significaban empoderamiento ciudadano. En aquel momento era muy fácil, porque Andalucía reivindicaba libertad frente a la dictadura y reivindicaba Andalucía frente al centralismo que le había causado todos los males. Ese legado simbólico, emancipatorio, que significa la bandera andaluza y el nombre de Blas Infante, hoy está intacto, no ha cambiado nada. Ahora estamos hablando de una nueva recomposición del estado español y en ella nadie cuestiona que determinados territorios tengan un tratamiento diferenciado. La aspiración que siempre hemos tenido en Andalucía es: ‘concédeme las máximas competencias pero para ser igual a los demás’. Mientras Andalucía siga siendo subalterna económicamente y parasitaria políticamente, es muy difícil que seamos iguales a los demás. Ese legado infantiano no solamente está intacto sino que está más vigente que nunca porque casi de una forma visionaria intuyó esa homogeneización cultural en el contexto mundial, de una forma premonitoria anticipó que podríamos tener esos lazos de dependencia con un modelo europeo mecanicista y racionalista; y anticipó que era necesaria la reivindicación de Andalucía en ese contexto. Y no ha cambiado nada ni en el ámbito interno ni en el ámbito internacional.
En esa recuperación del legado, ¿qué papel juega la Fundación Blas Infante? ¿Cuáles son sus perspectivas para el futuro?
Creo que la Fundación Blas Infante ha cumplido hasta la fecha un papel esencial para recuperar la obra desconocida de Blas Infante y su perfil institucional que ahora nadie cuestiona, ni como padre de la patria andaluza ni como presidente de honor del Parlamento de Andalucía. La figura de Blas Infante está normalizada, sin embargo entiendo que a fecha de hoy sigue siendo un enorme desconocido en Andalucía. Yo creo que la Fundación Blas Infante debe aspirar, a partir de ahora, a que su legado sea un espejo donde los jóvenes deban mirarse, porque en efecto su actitud vital, su actitud política, su mensaje, es rabiosamente contemporáneo.
Blas Infante decía: ‘una única humanidad y diversas culturas’. Ese mensaje lo dice Zygmunt Bauman casi un siglo después. Cuestionó la representatividad de los parlamentos, dijo ‘este parlamento no nos representa’. Blas Infante dijo que la crisis de occidente no era política ni económica, era una crisis de humanidad. Todos esos discursos, los extrapolas a la fecha actual y es realmente sorprendente cómo su discurso ecologista radical demócrata no solamente está vigente sino que además es necesario. Andalucía necesita un faro en el que mirarse y ese faro debe ser Blas Infante. Y la fundación debe tener esa misión, que es la de prender esa llama para que pueda servir de referente moral e intelectual, especialmente para los más jóvenes.
En esa línea, ¿hay caldo de cultivo? ¿Hay interés en los jóvenes por descubrir quién es Blas Infante y por defender esos valores?
Yo creo que, sin son conocidos, acabarán enamorando. A mí me ocurrió, ¿por qué no le va a pasar a un joven estudiante de bachillerato? Lo que sí es cierto es que hay que adaptar el mensaje al nuevo receptor que es del siglo XXI. Está claro que de la misma manera que se han adaptado otros mensajes, tiene que ocurrir también con el ideal infantiano. Y ese es el reto que tiene la Fundación Blas Infante y otros sujetos culturales y sociales en Andalucía, no solamente la fundación. Creo que en el siglo XXI la Fundación tiene que actuar en red, tiene que actuar de forma colaborativa, con otras entidades públicas y privadas que tengan la misma finalidad que es la defensa del ideal andaluz en el siglo XXI.