Isabel Bayón e Israel Galván enfadan al público del Teatro de la Maestranza
Quizás en el MOMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York), quizás en una galería, en una sala de teatro independiente, hubiera funcionado una apuesta que tenía mucho más de instalación, de acción y de performance, que de artes escénicas. Pero en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, coliseo lírico de la ciudad, no pudo ser. Hubo enfado. Enfado hasta la bronca. Con la reclamación de la devolución de las entradas, protestas que espetaban “quiero mi dinero, quiero mi dinero” y mucho alboroto en la sala, demasiado. Injustificable incluso por cuanto impidieron el disfrute de quienes querían seguir el espectáculo con interés.
Hablamos de 'Dju-dju' la nueva propuesta del inclasificable bailaor Israel Galván quien, asesorado una vez más por el artista plástico Pedro G. Romero, se ha puesto en esta ocasión en el rol de director artístico para volver como un calcetín la personalidad flamenca de Isabel Bayón, discípula de la Escuela Sevillana del Baile que, a pesar de que sus experiencias en solitario ya caminaban hacia apuestas dancísticas más ambiciosas -pero siempre preciosistas y de mucha calidad artística-, da aquí un salto sin red en una apuesta, a ratos difícil, a ratos imposible.
Partíamos de la base de que este espectáculo no iba a ser un recital flamenco al uso. Tampoco creo que lo esperara el público. La transgresión en este arte acaba siendo siempre bienvenida por parte del espectador cuando se vislumbran las costuras bien ribeteadas por el profundo conocimiento del flamenco y, en este caso, del baile. Pero aquí no hubo baile, ni danza, sea cual fuere su género: aquí hubo una acción paródica, una reflexión abstracta, conceptual hasta el extremo, de las obsesiones, manías y supersticiones de la bailaora, donde lo grotesco y un espíritu retrokitch, fagocitaron el resto de intenciones artísticas que, a buen seguro, tuviera este espectáculo sobre el papel.
Público dividido y bronca monumental
Pero en el escenario no. Y menos en el escenario del Teatro de la Maestranza, fuera de contexto absolutamente, no se adivinaba ninguna intención. El público se dividió enseguida entre los fieles más acérrimos a esta nueva corriente del baile que se ha abierto con la puerta del tándem Israel Galván-Pedro G.; y los muchos que empezaron a abandonar la sala, a vociferar improperios, a reclamar “algo de flamenco”, a manifestar, de manera poco elegante –justo es señalarlo- su monumental cabreo ante este “sinsentido” desde el punto de vista de las artes escénicas y musicales (quizás no desde el de las artes plásticas). Lo que me despierta la curiosidad es llegar a saber si no es precisamente esta reacción la que perseguían, e incluso satisfizo, a los responsables e ideólogos de este proyecto.
No obstante, volviendo a lo que allí ocurrió: Fue en lo musical donde 'Dju-dju' encontró cierta salvación, con el toque de Jesús Torres y la voz de David Lagos, que también atravesaron ese campo de tonos paródicos, lúgubres y kitch del show sin pisar ni una mina que los descalabrara.
Después de más de dos horas de puesta en escena, porque también quisieron poner a prueba al espectador en su capacidad de resistencia, el espectáculo se trasladó al patio de butacas y al hall del teatro. Incomprendidos contra ofendidos. Acabó la noche sin ganador.
Quizás en el MOMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York), quizás en una galería, en una sala de teatro independiente, hubiera funcionado una apuesta que tenía mucho más de instalación, de acción y de performance, que de artes escénicas. Pero en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, coliseo lírico de la ciudad, no pudo ser. Hubo enfado. Enfado hasta la bronca. Con la reclamación de la devolución de las entradas, protestas que espetaban “quiero mi dinero, quiero mi dinero” y mucho alboroto en la sala, demasiado. Injustificable incluso por cuanto impidieron el disfrute de quienes querían seguir el espectáculo con interés.
Hablamos de 'Dju-dju' la nueva propuesta del inclasificable bailaor Israel Galván quien, asesorado una vez más por el artista plástico Pedro G. Romero, se ha puesto en esta ocasión en el rol de director artístico para volver como un calcetín la personalidad flamenca de Isabel Bayón, discípula de la Escuela Sevillana del Baile que, a pesar de que sus experiencias en solitario ya caminaban hacia apuestas dancísticas más ambiciosas -pero siempre preciosistas y de mucha calidad artística-, da aquí un salto sin red en una apuesta, a ratos difícil, a ratos imposible.