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Mi abuela, mi mejor enchufe

Claudia González Romero Moneo

14 de septiembre de 2022 20:50 h

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“Cada vez que pienso en la red de enchufismo laboral de este país, sonrío al darme cuenta de que en mi caso es mi abuela quien me ha abierto muchas puertas. Mi Rosita que, sin un duro y sin saber leer ni escribir, es respetada en Jerez por su bondad, su age y su empatía. La mejó”.

Esto lo escribí en Twitter el 27 de febrero de 2020. Dos años después, me sigo repitiendo lo mismo. Nadie de mi familia es periodista. Ni tienen contactos con el mundillo. Mi pare siempre soñó con ser locutor de radio. Pero nunca pensó en escribir. Redactar. Entrevistar… Él quería sé Matías Prats padre.

“Porque me gusta preguntar”, es lo que digo cada vez que me preguntan el porqué del periodismo. No tuve periodista referencial. De chica no leía periódicos. Y de hecho me avergüenzo de ello. Pero esto fue así. Y no voy a garabatear mi caminito ya andao.

Estudié la carrera en la Universidad pública de Sevilla; y en el verano de tercero a cuarto me emperré en hacer mis primeras prácticas. Cosa que conseguí. Me inicié en lavozdelsur.es, entonces un proyecto joven, casi recién estrenado, progresista, de reportajes currados, artículos bonitos y muy “glocal”. Me hicieron una pequeña entrevista, y al lío: siempre agradecida de que me dieran mi primera “oportunidá”. Esa que tanto cuesta “dá”. Nadie me conocía. Ninguno de los integrantes me conocía. Pero creo que mis ganas desbordantes de empezá a trabajá fueron mi mejor carta de recomendación.

A proponer temas, niña. Sacar jugo a la vida, al día a día, es complicao; pero, como diría mi abuela: PALANTE. Y así eché a rodá. Bebiendo siempre de lo que tenía cerca. Mi familia. Sobre todo ella: mi Rosa. Cada vez que estaba perdía me iba a la Plazuela y le preguntaba. “Llama a Manolo Jiménez el ditero”. “Ve a la Peña La Bulería y di que eres mi nieta…”.

Sin duda para mí lo más significativo fue un reportaje que hice de casas de vecinos (patrimonio arquitectónico característico del Sur que se encuentra casi obsoleto a causa de la gentrificación y turistificación). Me fui a la calle Sol y Empedrá (la paralela) buscando a familias que seguían viviendo en este tipo de complejos:

—Buenas, soy Claudia, periodista de lazvozdelsur.es. Estoy intentando hacer un reportaje sobre las casas de vecinos de aquí de San Miguel…

—No, gracias hija. Lo siento…

—Ay bueno. Soy nieta de la Rosa de la Plazuela…

—¡No me digas! ¡Pasa, pasa!

"De mucho conocimiento, pero pocas palabras". Así se define mi abuela. Y con esa sabiduría cosechá por está atenta, mi Rosa sigue abriéndome puertas... Y más en un mundo al que me invitaron a entrar sin que yo llamara al telefonillo

Mi abuela literalmente me abrió puertas. Porque ella nunca se la cerró a nadie. Y si hoy trabajo dentro del flamenco (en parte) también se lo debo a ella. A finales de agosto asistí a la jornada 'La lírica en la música' del festival Flamenco On Fire, en Pamplona, donde intervinieron el periodista Fermín Lobatón, la cantaora de Utrera Mari Peña y el guitarrista Antonio Moya. Este último comentó que “el 99% de las letras flamencas son de gente analfabeta; que llegan a hacer letras con una profundidad inexplicable, porque hablan de sus vivencias, de sus cosas”. Lo bello no viene del estudio, sino de lo sentío. Lo digerido. Lo vivido“.

Es ahí cuando me vino a la mente mi abuela. Sus cantes, sus frases hechas, sus refranes... Desconoce cómo se escribe, pero tampoco le hace falta. No orvía. Ella retiene como la que má y es capá de reproducí tó lo que vivió de chica. Tó lo que contempló hace años sigue hoy presente con ella. He ahí su genialidá. Su gracia y su habilidá. Vive el presente con tanta plenitú, que hace de su pasado y su futuro su continuo ser. Ella es igual que las grandes letristas. Esas que con poco dicen tanto.

“De mucho conocimiento, pero pocas palabras”. Así se define mi abuela. Y con esa sabiduría cosechá por está atenta, mi Rosa sigue abriéndome puertas... Y más en un mundo al que me invitaron a entrar sin que yo llamara al telefonillo. No hace falta que ella esté a mi vera. Es mentar su nombre, Rosa Moneo Vargas, y todos me acogen con otros ojos. Prima de Juan Labio, el apellido pesa. Da iguá que no tenga compás. Su nombre suena a hogar. Es el segundo año que trabajo dentro del equipo del Flamenco On Fire y, una vez más, se me saltan las lágrimas en el cuarto día recordándola: echándola en falta. Queriéndole contar todo lo que me pasa: los besitos que le manda Parrilla; que la Llergo la sigue en Instagram; que Lamarca fotografió a su sobrino El Torta; que mis amigos pamplonicas se acuerdan de ella y quieren que algún año suba… Los que me conocéis sabéis el orgullo que siento cada vez que hablo de ella — aunque sé que peco de jartible—. Pero lo que no sabéis es lo que lloro cada vez que alguna de mis tías me dice que va por la plaza o por la calle Porvení hablando de su nieta, “la periodista”, la que está tor día grabándola y metiéndola en mil fregaos. Quién quiere títulos o jurdeles teniendo el desparpajo de mi Rosa. Mi abuela, mi mejor “enchufe”.

“Cada vez que pienso en la red de enchufismo laboral de este país, sonrío al darme cuenta de que en mi caso es mi abuela quien me ha abierto muchas puertas. Mi Rosita que, sin un duro y sin saber leer ni escribir, es respetada en Jerez por su bondad, su age y su empatía. La mejó”.

Esto lo escribí en Twitter el 27 de febrero de 2020. Dos años después, me sigo repitiendo lo mismo. Nadie de mi familia es periodista. Ni tienen contactos con el mundillo. Mi pare siempre soñó con ser locutor de radio. Pero nunca pensó en escribir. Redactar. Entrevistar… Él quería sé Matías Prats padre.