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Dios mío, dame paciencia (pero ya)

26 de diciembre de 2022 21:02 h

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“Haced política, porque si no la hacéis, alguien la hará por vosotros y, probablemente, contra vosotros”, decía Antonio Machado. El lector me concederá, sin embargo, que resulta cada vez más difícil hacer política, involucrarse mínimamente o incluso estar simplemente al día sin acabar siendo presa de la visceralidad. Sin pelearse con los amigos o familiares. Sin acabar zanjando apresuradamente la conversación antes de lanzarnos el postre a la cara. Pero qué le voy a contar yo al señor Machado, que tuvo que huir a Francia porque en este país dieron un golpe de estado unos fascistas que desaparecieron, como por arte de magia, en el año 1975.

Verán, la política me resulta irrespirable desde hace unos años, meses, semanas, días. No les estoy contando nada nuevo. El nivel de crispación, de gritos y de verdades a medias (cuando no mentiras) genera ruido. El ruido, a su vez, desentendimiento y falta de encuentro, desafección, odio.

A pesar de ello, hay mucho en juego. Y hay actitudes que ni a los amigos o familiares se les pueden tolerar. El nivel en que la irrupción de los cuatro claims de los neofacistas ha puesto de manifiesto lo permeable de la opinión pública es simplemente aterrador. Creíamos haber aprendido. Pero quizás no habíamos aprendido del todo. O quizás no todos aprendimos. Quizás el espejismo de la opulencia y de la globalización (y las ganas de olvidarnos cuanto antes del blanco y negro) nos hizo olvidar demasiado rápido y sin el debido luto los años oscuros del tirano y de sus adláteres, cuyos nietos, por cierto, copan hoy los consejos de administración de AZCA. Y no los señalamos, y no pagaron por lo que hicieron. Y el que era juez en el año 75 lo era también en el 80. Y lo que se robó no se devolvió.

Y de aquellos barros, estos lodos. Porque la reflexión general, la culpa y el arrepentimiento público es trabajo, por regla general, de los que pierden. Y en España ganaron los malos.

La forma en la que se ha permitido la creación de noticias falsas y su difusión consciente y diaria por los canales de televisión es vergonzante para la profesión periodística. Todo ha valido y aquí primero paz y después gloria

Una parte muy importante, fundamental, de la polarización y del incremento de la violencia verbal que sufrimos en estos días en el espectro político de nuestras vidas lo tiene una ultraderecha hecha a medida para gente con miedo, resentimiento y odio en el corazón a la que los medios de comunicación han dado la palabra normalizando su discurso e incluyéndolos en el abanico de los elegibles. Este nuevo fenómeno, encarnado en el partido de las tres letras, se arroga el haber superado el llamado “discurso único” o “de lo políticamente correcto” cuando en realidad no superan nada: la sarta de barbaridades racistas, homófobas y machistas que incluyen en su infantil pero peligrosa diatriba es muy antigua. Es política, o mejor dicho, antipolítica para bobos. Y lo siento por los bobos. Pero es mejor darse cuenta cuanto antes.

Por otro lado, la enorme irresponsabilidad de una derecha “liberal” o “cristiana” que se dice de Estado, pero que se ha echado en los brazos del discurso gañán de los ultras y que enseña la patita de que nunca tuvo una vocación realmente demócrata, y que no ve límite en su retórica con acusaciones de deslegitimidad o golpismo a un gobierno democráticamente elegido, tiene un tufo insoportable a los años treinta que yo prefiero no mirar muy de cerca para no sentir el miedo que sintió Machado.

Las palabras, sin ir más lejos, de Iván Espinosa de los Monteros sugiriendo que el ejército debía levantarse para expulsar a un presidente traidor y a un gobierno ilegítimo habrían supuesto la inhabilitación en cualquier democracia seria o incluso algo más grave. Por el contrario, resulta mucho más atractivo para los medios de comunicación dar a conocer la ubicación y los pormenores de la casa en la que reside Pablo Iglesias o los planes de verano con sus hijos. Una vergüenza mediática imputable a la saturación de disparates por minuto que sueltan esta pandilla que se compra las americanas con cuatro tallas menos. Porque, efectivamente, no a todo se le puede hacer caso, a cada bobada, a cada perogrullada, a cada fascistada. Pero la saturación no debe afectar a unos medios de comunicación y a unos partidos políticos, en su conjunto, que han conseguido que sea admisible incluso lo inadmisible. Es responsabilidad de unos por acción, y de los otros por omisión.

Frente a la complacencia televisiva que se ha tenido con el mencionado partido del vicepresidente de comunidad sin competencias, de la arquitecta que firmaba obras sin licencia, del que se pone la camiseta de la legión pero no hizo la mili o de los que no pagaron la reforma de su casa, la persecución mediática que ha sufrido Podemos desde su fundación y que ha ido in crescendo desde hace cinco o seis años no tiene comparación en ningún registro previo. Nunca hemos vivido algo igual. Y para decir esto no hay que tener un carnet en el que ponga Podemos. Ni siquiera tiene que gustarte Podemos. La forma en la que se ha permitido la creación de noticias falsas y su difusión consciente y diaria por los canales de televisión es vergonzante para la profesión periodística. Todo ha valido y aquí primero paz y después gloria.

La verdad no importa. Al “redactor” le da lo mismo. Al lector, en muchos casos, también. Ancha es Castilla y el presidente un genocida. ¿A ustedes les parece eso normal?

Por otro lado pero siguiendo con este tema, la aparición de falsos medios de comunicación -en realidad panfletos digitales afines a la ultraderecha más casposa- cuya parrilla de contenidos está compuesta en su gran mayoría de mentiras e inventos, no ayuda a atemperar el debate y arrojar luz, como reivindicaba Carles Francino al recoger la semana pasada un premio a su trayectoria, sino más bien a hacerlo imposible llenándolo de cieno y embarrando así la agenda.

Estos casos me hace pensar que pagan, tristemente, justos por pecadores, porque la credibilidad diluida y que difícilmente volverá no es sólo de un medio en concreto sino que afecta, en mi opinión, a la percepción que una parte importante de la sociedad tiene del gremio en su conjunto. Y eso no solamente es triste sino que es injusto. Porque son muchos los periodistas, muy probablemente una mayoría, que sí se esfuerzan en hacer las cosas bien. Pero de injusticias está lleno el mundo y eso no las hace menos reales.

En definitiva, la serenidad, la templanza y la voluntad de encuentro se muestran como máximos hoy inalcanzables en el debate político. Mientras tanto, una inmensa mayoría de la sociedad agradecería poder escuchar un diálogo abierto sobre hechos que, simplemente, sean verdad. Y esto también se nos niega. Se nos niega a todos, pero especialmente a las almas cándidas que día tras día acuden a esos blogs de desinformación a por su dosis de bulos y trolas varias. Allí abrevan, a por su veneno del día, con la voluntad de saciar su apetito de embustes. Sabiendo, incluso, que lo que leen y que luego comparten es falso. La verdad no importa. Al “redactor” le da lo mismo. Al lector, en muchos casos, también. Ancha es Castilla y el presidente un genocida. ¿A ustedes les parece eso normal?

Por eso hay que hablar claro. No solo los partidos de este populismo ultraconservador tienen la culpa de la situación: también la gente que los vota y que milita en su órbita propagando su mensaje asume una importante carga de responsabilidad en el nivel de podredumbre de nuestra política.

Al final, como decía, todo se vuelve irrespirable. Hay gente a la que le gusta e incluso entretiene, por el puro espectáculo, estoy convencido, pero sospecho que a una mayoría nos resulta complicado ver destellos de luz en el lodazal en que se ha convertido el Congreso. Y me temo que muchas de las medidas llenas de cordura aprobadas por un gobierno progresista que se mantiene a flote en una espiral reaccionaria internacional queden empañadas por la verborrea infame de una legislatura de la que hay muchos que nos descolgamos hace tiempo.

La simplificación al absurdo de los mensajes, lo pueril de los argumentos y lo bronco del tono hacen que hasta la nada, esa nada de la hoy se habla a gritos, sea ensordecedora.

“Dios mío, dame paciencia… ¡pero ya!” contaba aquel trovador con gafas oscuras subido a un taburete. Con los años me voy pareciendo cada vez más al protagonista de los chistes de Eugenio. Porque necesito paciencia. Y la necesito ya.

Les deseo un feliz 2023. Cojan por la sombra.

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El artículo anterior de este autor ha sido rectificado a petición expresa de la familia de Juan Moneo “El Torta”. El autor reitera sus disculpas y les manda un saludo afectuoso.

“Haced política, porque si no la hacéis, alguien la hará por vosotros y, probablemente, contra vosotros”, decía Antonio Machado. El lector me concederá, sin embargo, que resulta cada vez más difícil hacer política, involucrarse mínimamente o incluso estar simplemente al día sin acabar siendo presa de la visceralidad. Sin pelearse con los amigos o familiares. Sin acabar zanjando apresuradamente la conversación antes de lanzarnos el postre a la cara. Pero qué le voy a contar yo al señor Machado, que tuvo que huir a Francia porque en este país dieron un golpe de estado unos fascistas que desaparecieron, como por arte de magia, en el año 1975.

Verán, la política me resulta irrespirable desde hace unos años, meses, semanas, días. No les estoy contando nada nuevo. El nivel de crispación, de gritos y de verdades a medias (cuando no mentiras) genera ruido. El ruido, a su vez, desentendimiento y falta de encuentro, desafección, odio.