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Sobre este blog

ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

Emoción y sentido

Web Un Relato Andaluz (1)

Lidia Mora

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Siempre, desde pequeña, me han fascinado los porqués. Recuerdo que tenía un libro que se llamaba “El llibre dels perquès”, que me leía tropecientas veces para no olvidarme de las respuestas. Todo me parecía curioso e interesante, todo lo preguntaba. Sobre todo, me llamaba la atención el comportamiento humano, y seguramente ese interés fue el que me llevó a estudiar la carrera de Psicología, allá en 2016. Por aquél entonces yo ya llevaba dos años dedicándome al flamenco profesionalmente, concretamente a la disciplina del cante, y algunos años atrás siendo aficionadilla (en diminutivo porque era muy joven y conocía poco, pero ya estaba puesta en verea). Y fue en esos años, entre universidad y actuaciones, que surgió en mi vida un paradigma maravilloso: mientras la psicología me ayudaba a generar respuestas a mis porqués, el flamenco me generaba porqués nuevos a los que buscarles la respuesta. Y hoy, después de unos años viviendo dentro de ese bucle, quisiera aprovechar la oportunidad de escribir en este diario para describirlo. Es algo así como un vínculo bidireccional entre la emoción y el sentido. 

No es raro que después de alguna actuación, algunas personas se me acerquen y me pregunten que de dónde me viene el flamenco. Me hacen una retahíla de preguntas tipo “¿Tienes familia andaluza?” “¿Tienes familia gitana?” “¿Tus padres son artistas?”. A lo que siempre respondo lo mismo: “No a todo. Soy catalana, de padre catalán y madre manchega. Más paya que un olivo, cero por ciento aje”. La gente no lo entiende. Se quedan con una cara ambigua, sonriendo, pero no mucho. En ocasiones, lo siguiente es preguntarme: “Pero, ¿ni tus abuelos?”. A lo que respondo con guasa que, si les sirve, tengo una tía política que es de Cádiz. Cosa cierta, pero obviamente intentando provocar el cese de la búsqueda del sentido genético-geográfico de mi afición al flamenco. 

Es cierto que tantas veces me hicieron las mismas preguntas, que yo también me lo cuestioné; ¿por qué una música aparentemente tan ajena a mí me es tan necesaria? Es entonces cuando recuerdo una maravillosa ponencia de Francisco Mora sobre neuroeducación y la emoción en el aprendizaje. Lo importantísimo que es sentir emoción en el proceso de aprendizaje, y lo fácil que se abre la ventana de la curiosidad y del interés cuando esto se cumple. La cantidad de emociones que tiñen las melodías y letras flamencas fueron suficientes para atraparme por completo en ese momento de mi vida en el que, por ausencia de madurez, no sabía describir muchos de los sentimientos que me atravesaban cotidianamente.

Esas letras hablaban de realidades que yo no había experimentado, y de sentimientos que sí conocía pero nunca había podido describir; hablaban de unas fatigas que, desde mi situación de privilegio, no había conocido; hablaban de una forma de enamorarse y de sentir que me atravesaba por completo, desde las letras con las que se expresaban hasta las melodías de la guitarra; hablaban de lo gitano y lo payo, que muchas veces era mi contexto entre iguales; y también hablaban de lugares que nunca había visitado. De hecho, hablaban de los lugares con tal orgullo, ensalzamiento y respeto que en ocasiones no parecía que fueran lugares. Que si la tal Alameda, Paterna de la Rivera, el Altozano, el Albaicín, la Caleta… que si Sevilla es de chocolate y la Giralda es de piñonate… En fin, cosas que no entendía. No obstante, sin entender completamente la mitad de las cosas que escuchaba, el flamenco tuvo un impacto en mí sin precedentes. En otras palabras: el flamenco me emocionó cuando yo no podía darle, todavía, un sentido completo. 

Para mí nunca fue lo mismo cantar por alegrías antes que después de estar en la Caleta, ver las barcas al atardecer y el sol morir en el horizonte; o cantar letras de Granada sin imaginarme el último mandato del sultán Boabdil el Chico en el reino Nazarí del momento

Cuando la afición por algo se sostiene en el tiempo, una se vuelve más exigente consigo misma. Intentas saber más, intentas revolver en lo aprendido, y buscas nuevas fuentes de las que seguir bebiendo. Cuando pisé Andalucía por primera vez yo ya llevaba cantando flamenco varios años, y algunos más escuchándolo. La primera ciudad que pisé fue Sevilla, en 2018. Y no cabía en mí de la emoción cuando pensaba “¡Estoy en la tierra de Pastora y Pepe Pinto!” o “¡Quizá me encuentro a la Lole!”. Fui con un grupo de amigos aficionados y colegas del gremio, y estuvimos unos días entre Sevilla y Triana, hicimos una juerga en Los Martínez de la calle Betis, y nos fuimos a Córdoba para ver la Noche Blanca y conocer un poquito la ciudad. Conocí el puente de Triana, el Altozano, y a gente que conocía a Lole Montoya y que había conocido a Manuel Molina. Y no cabía en mí de la emoción. Tenía una efervescencia mental brutal, o como vulgarmente diría la Lidia de aquel momento, “me petaba la cabeza”. ¿Cómo puede ser tan natural conocer a dos genios como Lole y Manuel? ¿Qué tienen ese puente y ese río? ¿Qué sentimiento hay aquí entre los autóctonos que no entiendo, pero llega a acariciarme? Y fue en ese viaje cuando entendí lo que significaba la palabra arte fuera del arte. No se trataba de reducir aquel viaje al flamenco y lo flamenco… pero desde luego, dar con el flamenco y lo flamenco en Sevilla y Triana destapó una olla cuyo vapor contenía la sustancia que me faltaba. Y desde entonces busco beberme el contenido.  

Voy a Sevilla prácticamente cada año. He tenido la suerte de visitar Jerez, Cádiz y Granada, y tengo claras intenciones de seguir visitando Andalucía lo más asiduamente que pueda. Porque, además de todo lo destacable para esta catalana, como lo arquitectónico, histórico, gastronómico e idiosincrático, que es muchísimo, el poder caminar, respirar el aire, literal y simbólico, que corre por sus calles, o que envuelve a sus paisanos, me es necesario para terminar de colorear las letras que canto. Para mí nunca fue lo mismo cantar por alegrías antes que después de estar en la Caleta, ver las barcas al atardecer y el sol morir en el horizonte; o cantar letras de Granada sin imaginarme el último mandato del sultán Boabdil el Chico en el reino Nazarí del momento; ni me costó entender algunas expresiones o figuras retóricas que se utilizan en algunas canciones o letritas, después de hablar extendidamente con personas mayores que las utilizan, y que les pueden dar sentido. Esto son algunos ejemplos, pero podría nombrar muchísimos más. Y todos y cada uno de ellos han contribuido, para esta catalana, en poder colorear con el pincel del sentido, las letras que se esbozaron con la emoción. Y aunque nunca será un lienzo como el original, porque ni se puede ni se pretende, al menos tendrá una expresividad más consciente en su interpretación. 

Para mí, y más desde lo aprendido con el flamenco, es imprescindible valorar la idiosincrasia del contexto social que da lugar a una expresión cultural. Es lo que le dará sentido. Conocer y empaparte de sus paisajes, sus significados y su historia, y conocer las culturas que la conformaron, y siguen haciéndolo. Quiero pensar que el flamenco me emocionó porque fui sensible al contenido. Y ese contenido generó en mí una búsqueda incesante de sentido, el cual sigo construyendo en cada nuevo viaje a esta tierra que conocí tan tarde. Y eso, obviamente, me emociona mucho.

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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

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