Aguadulce: un cruce de caminos donde la democracia llegó donde “hacía falta lo más básico”

A una hora de Sevilla, a una hora de Córdoba y a una hora de Málaga. Es la suerte de la equidistancia que tiene Aguadulce, una localidad de la Sierra Sur sevillana a la que se accede desde la A-92, tras cruzar el río Blanco y seguir un paseo salpicado de palmeras, naranjos y sauces llorones. Hasta el siglo XVIII no era más que una cortijada en la que vivían 46 familias. Hoy tiene 2.026 habitantes. Quizás por ese origen cortijero, y tras una dictadura, siempre han votado a la izquierda desde las primeras elecciones municipales de 1979. Entre el PSOE e IU ha estado la alternancia política y quedando, cuando no había mayoría absoluta, a merced de la decisión de un PP que, con un escaso concejal, dos a lo sumo, ha tenido la llave del Gobierno local por la mala relación de las otras dos formaciones, entre las que el entendimiento siempre ha sido difícil.

De aquel primer mandato en el que estrenaron las urnas ya no vive ningún representante municipal, pero desde el segundo continúan al pie del cañón dos veteranos socialistas: Juan Manuel Rangel, que sigue como concejal, y José Cuervo, independiente que esta vez no ha salido por no ir en puestos de salida en la candidatura. Sin embargo, recuerdan aquellos primeros comicios. “En la dictadura, el alcalde era elegido a dedo y nadie sabía ni quiénes eran los concejales; quien mandaba era el secretario”, explica Rangel, que de inmediato señala al cura del pueblo como uno de los motores políticos de aquella época. “Eran unos curas obreros que movilizaron a la juventud y el cura de aquí promovió un club social, Acua, con el que logró unir a todos los jóvenes tanto de izquierdas como derechas, de clase alta, media o baja, estudiantes u obreros. Eso fue una revolución”, detalla Cuervo. Aquello sería el germen de los partidos políticos en Aguadulce.

“Hacía falta lo más básico”

En las segundas elecciones, los socialistas repetirían en el Gobierno y Cuervo y Rangel entraron como ediles. Miran 36 años atrás y no dan crédito a la transformación del pueblo. Hacía falta lo más elemental. “Teníamos agua corriente, pero la red de saneamiento era muy deficitaria. Muchas casas no tenían baño y a lo sumo tenían un cuarto en patios y corrales con una fosa séptica o un pozo. Se pusieron cañerías por todo el pueblo. Aún recuerdo a los niños cuando presumían de que en su casa habían hecho obras y ya tenían uno”, recuerda Cuervo. Ahora que el Ayuntamiento está a punto de embarcarse del cambio de iluminación con leds, Rangel hace hincapié en las calles apenas alumbradas por una farola.

Pero si hubo un cambio fue el del consultorio médico. Los aguadulceños tenían un médico que atendía en una sala “a la que se accedía a través de a la peluquería de la hija de Periquilla”, como puntualiza Rangel, y no fue hasta el año 85-86 cuando lograron inaugurar el consultorio. Un servicio que quedó años después completo con la inauguración del hospital de Osuna, a apenas un cuarto de hora en coche. Y a la vez que se mejoraban los servicios básicos, las infraestructuras sanitarias, educativas y deportivas, también hubo cambios sociales importantes. “Las mujeres quedaban fuera de poder cobrar el PER y, en el año 83, un grupo de 21 de ellas protestaron para que se les diera y de inmediato aquello se corrigió”, rememora Rangel.

Una arteria que cruzó Andalucía

Uno de los grandes motores del cambio, quizás el que más, y que propició un auge de esta localidad, fue la construcción de la autovía más larga del país, los más de 500 kilómetros de la A-92, la arteria que conecta Sevilla, Málaga, Granada y Almería, y que llega hasta Murcia. Los dos concejales señalan lo que se ganó en seguridad, tanto para el tráfico como para los vecinos, y cómo se reactivó la economía local con más comercios y establecimientos de restauración a pie de carretera. Los únicos que perdieron con la A-92 fueron los niños, que ya se quedaron sin poder jugar nunca más a las matrículas, un juego consistente en elegir la provincia de origen del vehículo y contar el número. Las matrículas con las iniciales SE de Sevilla eran las más codiciadas. Era una victoria segura.

Un municipio que va a mejor

Aguadulce lo único que ha hecho desde 1979 es mejorar, según su recién reelegida alcaldesa, y de nuevo por mayoría absoluta, Estrella Montaño, que tiene claro que la cartera de servicios es tan completa que no tiene en absoluto nada que envidiar a la de una gran ciudad. Ni siquiera en infraestructuras deportivas. Cuentan con un pabellón cubierto, una piscina municipal y campo de fútbol de césped artificial junto a un olivar que podría ser objeto de deseo de cualquier otro alcalde capitalino. Tanto como la limpieza de sus calles, impecables salvo por las hojas de los árboles de un otoño que se acerca.

De hecho, una de las pocas cosas pendientes que había, quedó resuelta el pasado mandato. El cambio de las costumbres, en el que ya raramente se vela a los difuntos en casa, obligaba a desplazarse a los tanatorios de Estepa u Osuna, pero el Ayuntamiento asumió en solitario ese servicio, que ninguna empresa quería por ser deficitario, y asumió sus costes.

Sin embargo, aún quedan algunos retos por delante. Como explica Montaño, el más importante es la depuradora de agua que hay que adaptar a los parámetros que marca la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir. “Son los presupuestos de todo un año del municipio. A ver cómo lo hacemos”, cuestiona con inquietud y confiando en captar fondos por otras vías. También ambiciona para el pueblo un centro de formación y empleo para los jóvenes en situación de desempleo y la creación de una vía verde o un sendero en los terrenos de Adif que quedaron inutilizados tras las graves inundaciones de octubre del pasado año.

En lo que no ha cambiado nada Aguadulce, algo común en todos los pueblos, es que quien es alcalde lo es las 24 horas del día y los 365 días del año. “El equipo de gobierno y todo el personal del Ayuntamiento está pendiente absolutamente de todo”, explica Montaño, que aprovecha para ironizar sobre la habilidad de Rangel, concejal de Obras, para informarle hasta de cualquier losa que se ha movido del acerado. Pero ella no le va a la zaga: lejos de dejar las redes sociales del Ayuntamiento en manos de una empresa externa, es ella misma quien se encarga de gestionarlas. “Si estoy en la piscina municipal porque mis hijos están haciendo un curso de natación, pues hago una foto e informo a los vecinos de las actividades que hay en el polideportivo o de lo que sea necesario comunicar”, confiesa, mientras reconoce que todos sus vecinos saben que si se acercan al Ayuntamiento, no van a tener problemas en ser recibidos de inmediato. Si no, siempre quedará localizarla por la calle o por Whatsapp. “Y tengo el teléfono de casi todo el mundo en este pueblo”, asegura.

Estefanía Muñoz, concejal de Fiestas, la más joven del grupo municipal socialista, viene a corroborar cómo la implicación política en un pueblo pequeño alcanza otra dimensión. A unas horas de que arrancara la feria de Aguadulce, no dudó en comprar unas latas de pintura y pintar ella misma el fondo de la fuente que está frente al Ayuntamiento. “Un vecino me preguntó que si era una obra del PER”, cuenta entre risas, mientras la alcaldesa critica con sorna la conveniencia del color elegido por la concejal y cree que hubiera sido mejor el que estaba antes.

Comunidad británica

La calidad de los servicios públicos, las buenas comunicaciones y la proximidad de los aeropuertos de Sevilla y Málaga han hecho que en Aguadulce haya quien conduce por la derecha con el volante a la izquierda. Una importante comunidad inglesa está asentada en el municipio desde principios de milenio. La entrada en vigor del euro, el auge del sector inmobiliario y el buen precio de las viviendas atrajo a ciudadanos británicos que quisieron asentarse en esta localidad. Su integración es total, tal y como corroboran la alcaldesa y sus compañeros de partido. “Aquí no hay gente de boina grande, somos muy abiertos y solidarios”, defiende Rangel, aunque eso no evita ciertos choques culturales “como ver a alguien tomarse un café con una tapa de calamares y después un gin-tonic”, bromea Cuervo.