La damnatio memoriae o condena de la memoria era la costumbre romana de castigar con el olvido a las personas a quienes se consideraba enemigo del pueblo. Ni los emperadores se libraban de correr tal suerte. Inscripciones, monumentos, textos, murales y estatuas eran eliminados para borrar por completo su paso por la historia. En 1979, recién estrenada la democracia local, como aquellos senadores romanos, los habitantes de Marinaleda (Sevilla) fueron pioneros al suprimir de su callejero todo lo que recordara la recién terminada dictadura franquista.
Mientras en otras ciudades y pueblos se limitaron a dar un barniz democrático poniendo una plaza, calle o avenida de la Constitución o de Andalucía, y decenios después aún siguen enfrascados en dar cumplimiento de la Ley andaluza de Memoria Democrática, los marinaleños se anticiparon en asamblea y, apenas cuatro meses después de aquellas primeras elecciones municipales, una veintena de calles del pueblo cambiaron sus nombres.
Así, nada más obtener su primera victoria la Candidatura Unitaria de Trabajadores (CUT) liderada por Juan Manuel Sánchez Gordillo, inalterada en estos 40 años transcurridos, brotaron en el nomenclátor la avenida de la Libertad o la plaza de Salvador Allende. Aquel cambio, como recogió la prensa en su momento, fue calificado por el alcalde de un acuerdo “muy sentío”, con el que se venía a pasar página de los errores pasados y avanzar hacia el futuro sin vencedores ni vencidos. Sus argumentos fueron definidos de “grotescos”, “ofensivos” e “indignantes” en editoriales de la época.
Poetas como Federico García Lorca, Miguel Hernández o Antonio Machado sustituyeron a los franquistas General Sansurjo, Varela o Castejón; la calle Queipo de Llano pasaría a ser de Mariana Pineda, y la del General Mola se sustituiría por Boabdil. Simbólicos también serían la aparición en el mapa de la calle Jornaleros (Castiella) o la plaza del Pueblo en lugar de la plaza de España, o las calles de la Solidaridad, la Fraternidad y de la Igualdad. También tuvo su espacio un político local. El último alcalde republicano, Vicente Cejas, que fue fusilado en una era de la vecina localidad de El Rubio, tuvo su homenaje al sustituirse con su nombre la calle dedicada hasta aquel momento al ministro Calvo Sotelo. La transformación del callejero, sin embargo, dejó fuera del proceso a las calles con nombres religiosos.
Nieto e hijo de carteros, Enrique Valderrama no esquivó este destino familiar y también ejerció como tal. Aquel cambio de calles le pilló justo en el paso de su niñez a la adolescencia. “Con diez u once años ya me recorría el pueblo en la bicicleta ayudando a mi padre. Mi hermano y yo repartíamos mientras mi padre hacía una parada en el bar El Churrío”, rememora. Es capaz de decir de carrerilla y sin fallar buena parte de las calles con sus dos denominaciones, la antigua y la nueva. Solo le entran dudas con la plaza de Blas Infante, se muestra absolutamente convencido de que se cambió antes que las demás, cuando aún no era alcalde Sánchez Gordillo, algo del todo imposible por ser el padre de la patria andaluza uno de los fusilados en la carretera de Carmona en el 36. Su mujer, María Jesús Porquera, que también ha trabajado para Correos en Estepa y está en su bolsa de trabajo, es unos años menor y aunque aquello le pilló siendo más pequeña, le corrige y le refresca la memoria: la plaza de Blas Infante fue antes la de la Victoria. Aún así, su marido sigue dudando.
Puertas abiertas
Enrique y María Jesús recuerdan cómo era el reparto de la correspondencia en una época en la que en Marinaleda siempre estaban las puertas abiertas. “Entrabas en las casas hasta el fondo buscando a quien tenías que entregar las cartas y si no estaban, ya volverías más tarde. Era lo normal. La gente se alegraba muchísimo de verte porque las cartas eran de la familia que estaba fuera o del hijo que estaba haciendo la mili. Ahora es distinto, ya sólo llegan del banco, Tráfico o Hacienda”, repasan los dos al alimón. “Hubo una época en la que fui cartero en Écija y me tocó un barrio no muy bueno. Había un gitano que siempre me decía: Cartero, te temo más que a la Guardia Civil”, dice Enrique entre risas.
Este matrimonio postal aguarda en la calle a que llegue su hija mayor con su nieto que apenas acaba de echar a andar. Un niño nacido en tiempos de la tecnología 5G y de lucha contra la brecha digital por lo que difícilmente podrá heredar la profesión de sus abuelos, su bisabuelo y su tatarabuelo.
Al anochecer, en Marinaleda se ven grupos de vecinos sentados charlando a las puertas de sus casas tomando el fresco. Algunos dicen recordar el cambio de las calles, pero no quieren ir más allá de que aquello sucedió hace mucho tiempo. Hay cierto hastío porque el nombre del pueblo siempre aparezca vinculado a Sánchez Gordillo y su forma de gobernar el municipio. En la esquina de la calle Antonio Machado, Isabel, una anciana que no quiere dar sus apellidos, asegura que aquello no fue del agrado de todo el mundo.
“A los mayores no les gustó mucho, además se puso nombres que aquí no se sabía quiénes eran como el Che Guevara. Pero yo me crié en la dictadura, nunca supe si mi padre era de izquierdas o de derechas porque de eso no se hablaba, así que ahora tampoco voy a hablar”, dice con una sonrisa amable. De lo que sí quiere hablar largo y tendido es de sus paseos disfrutando de la brisa nocturna que está ofreciendo este verano, no como las noches del año pasado que asegura que fueron asfixiantes.
El caso de Marinaleda no fue el único de la transición. Menos ríos de tinta hicieron correr los cambios en el callejero de La Campana, pese a duplicar en población a este pequeño municipio de la Sierra Sur sevillana (2.626 habitantes según el padrón de 2018). Tenía más tirón mediático la personalidad de Sánchez Gordillo que el ayuntamiento campanero en manos del PCA. Pero de las críticas tampoco se libró esa corporación municipal que quiso devolver a las calles su nombre original y que durante la dictadura fueron dedicadas al régimen. Las calles volvieron a ser del Médico, Nueva, Larga, o Palma, del Cine o Traviesa y no de los generales Franco, Moscardó o Sanjurjo. Sin embargo, la que más irritó a la prensa conservadora fue la supresión de la vía dedicada a los Hermanos Álvarez Quintero por llamarse a partir de ese momento la calle Katanga.
40 años de gobierno de la CUT
La revolución del callejero de Marinaleda fue uno de los primeros pasos de una corporación que lleva 40 años bajo el dominio de la CUT y de Sánchez Gordillo, que tiene entre sus logros ser el único alcalde sevillano y de los pocos del país que sigue en el poder desde 1979, además de reconocido por su largo historial político y mediático de lucha jornalera, ocupaciones de fincas y de una política de vivienda de la autoconstrucción y de creación de cooperativas enmarcado en un discurso utópico que a veces choca con sus formas y sobre todo, con la oposición.
Ha sido en estas últimaselecciones municipales de 2019 cuando se ha abierto una brecha y ha visto peligrar su hegemonía. Ahora que han concurrido bajo la marca Adelante Andalucía, el grupo local Avanza Marinaleda-Matarredonda le ha echado un pulso pero sin poder arrebatarle la mayoría absoluta por tan solo 44 votos. En estos últimos comicios, de los once concejales que están en juego en este ayuntamiento, 6 se quedaron en manos de la CUT, en el que ha sido su resultado más bajo hasta el momento.
La formación de Sánchez Gordillo, integrada en las siglas IULV-CA hasta febrero de 2015, tuvo su mejor resultado en 1983, cuando consiguió un pleno con once concejales. En las siguientes convocatorias municipales siempre ha oscilado entre los 8 y 9 ediles, dejando al PSOE en la oposición con 2 ó 3, salvo en 2007, cuando los socialistas lograron tener cuatro. La derecha, desde los dos sillones que obtuviera UCD en 1979, solo ha tenido un representante del PP en las elecciones de 1999.