Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar
¿Apoyo al emprendimiento o disimulo?
Si no tenemos la valentía suficiente de preguntarnos cuáles son los verdaderos problemas que lastran una adecuado desarrollo de la sociedad y la economía andaluza y española, tampoco seremos capaces de resolverlos, y repetiremos cansinamente recetas que cada día más, suenan a tópicos.
Porque es manoseado apelar ahora a las ventajas que ofrecía la devaluación de la moneda nacional y el aumento de la competitividad internacional que ello ofrecía; es un tópico pensar que llegarán nuevas tecnologías y nuevas demandas agregadas que activarán la producción, el empleo y florecerá la prosperidad; es un tópico retórico hablar de la necesidad de reformas estructurales del estado; son tópicos falaces considerar la profunda crisis de los últimos años como estrictamente financiera o acusar a los ciudadanos de haber vivido por encima de sus posibilidades.
Instituciones que retardan
La realidad constatada, de la que todos somos partícipes, es que no contamos con una adecuada calidad de las instituciones públicas, considerando una definición amplia de las mismas; es decir, las instituciones públicas como el conjunto de reglas y entidades que permiten el desenvolvimiento de la sociedad y la economía en un régimen democrático. Al contrario, tenemos hoy en Andalucía y en España instituciones públicas disfuncionales, porque retardan, entorpecen y desincentivan la iniciativa privada.
El modelo político actual, demasiado sesgado hacia la partitocracia, tampoco contribuye a la necesaria calidad institucional, ejerce una función perversa en el sistema pues impide una adecuada y oportuna toma de decisiones trascendentales en tiempo y forma.
Andalucía y España necesitan de la iniciativa privada, del fortalecimiento del tejido productivo. Necesitamos más y mejores empresas. Cada día somos más los que lo decimos, el siguiente paso es asumir sus implicaciones. Porque eso supondría poner en valor la figura del empresario, demasiado denostado en los medios públicos. El empresario es, tiene que ser, una persona, una entidad, comprometida con la tierra, con el empleo y con la generación de riqueza. El empresario es hoy, el agente social con mayor influencia de cambio. Asumir la relevancia del empresariado, requeriría que no tuviésemos que recurrir a recodos del lenguaje, hablando de emprendimiento cuando en realidad se quiere decir fomento empresarial. Requeriría que superemos el clientelismo y las subvenciones y dejemos paso a conceptos como los incentivos, la competitividad, la profesionalidad. También en el ámbito empresarial es necesaria la recuperación de principios y valores relacionados con el respeto y la honestidad.
Desde las administraciones públicas se despliegan medidas que animan al emprendimiento, más como vía de disimulo del desempleo que como una verdadera confianza y apuestapor la solidez del tejido empresarial. Muchos de los proyectos de emprendimiento subvencionados, hasta el 80%, desaparece en los dos primeros años de vida. Después de su creación, poco o nada se hace por afianzarlos, por estabilizarlos, por consolidar su apuesta de valor, justo cuando son las medianas empresas, las que irradian riqueza, apuestan por la innovación, generan empleo y se convierten en la práctica en motores de desarrollo.
Los empresarios lo saben, resulta tortuoso el recorrido por el mosaico de entidades y organismos públicos que, con un amplio reparto de competencias, interactúan con el mundo empresarial. Muchos organismos cuando aparece la necesidad de resolver problemas, se evidencian torpes, inoperativos, lentos, ineficaces. Por el camino se queda el tiempo, el dinero y las ilusiones de los ciudadanos. En la práctica, no existe una entidad responsable que tenga la obligación de acompañar, facilitar, potenciar los proyectos privados para que se afiancen, creen empleo y riqueza de manera estable y continuada. No tenemos una entidad pública que fomente lo que, justo, hoy más que nunca necesitamos en Andalucía, un tejido empresarial de calidad.
En esta segunda década del siglo XXI donde la tecnología, la incorporación a organismos internacionales, donde la globalización ha cambiado muchas reglas del juego, seguimos teniendo organismos públicos del siglo pasado, inoperantes, ineficientes y con una nula calidad institucional. Se han convertido en un lastre para la iniciativa privada. Es necesario, primero, asumir esa carencia y tener el suficiente coraje y valentía después, que permitana las administraciones públicas situarse en el papel deben jugar en este nuevo escenario, que pasa, fundamentalmente por ayudar, apoyar, acompañar, facilitar, ordenar la iniciativa privada, además, lógicamente de la necesaria tarea de vigilancia.
En este orden de cosas, la creación en Andalucía de una Consejería de Economía e Iniciativas puede convertirse en un hito en España. Una consejería creada y dedicada específicamente a facilitar, ayudar y potenciar la iniciativa privada como vehículo de desarrollo social y económico de manera sostenible. Una consejería que tenga esencialmente este objetivo, puede contribuir de manera decisiva a colocar a Andalucía en el lugar de relevancia internacional que le corresponde.
Si no tenemos la valentía suficiente de preguntarnos cuáles son los verdaderos problemas que lastran una adecuado desarrollo de la sociedad y la economía andaluza y española, tampoco seremos capaces de resolverlos, y repetiremos cansinamente recetas que cada día más, suenan a tópicos.
Porque es manoseado apelar ahora a las ventajas que ofrecía la devaluación de la moneda nacional y el aumento de la competitividad internacional que ello ofrecía; es un tópico pensar que llegarán nuevas tecnologías y nuevas demandas agregadas que activarán la producción, el empleo y florecerá la prosperidad; es un tópico retórico hablar de la necesidad de reformas estructurales del estado; son tópicos falaces considerar la profunda crisis de los últimos años como estrictamente financiera o acusar a los ciudadanos de haber vivido por encima de sus posibilidades.