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Caillou y la falta de vitaminas
Ahora se lo atribuye a mi ritmo de mi vida pero, cuando aún vivía en su nido, mi madre asociaba todos mis problemillas de salud a la falta de vitaminas. Es que comes poca fruta, me decía. Mis hermanos y yo siempre hacíamos chistes con esto. Si te peleabas con tu novio era por tu falta de vitaminas; si tu mejor amiga te 'traicionaba' era que te faltaban vitaminas. Todo dependía en última instancia de la falta de estos compuestos. Se trata de otra de esas frases de madre que, de vez en cuando, dan para un hashtag en Twitter. De hecho, tengo que reconocer que ahora que soy madre me reconozco, valga la redundancia, en muchas de ellas. Tal vez cambio lo de “llévate la rebequita” por “llévate la sudadera”, sí, pero la esencia es la misma.
El caso es que muchos de nosostros hacemos chistes, con mucho cariño, eso sí, sobre las relaciones con nuestros progenitores, principalmente con las madres, pero también con los padres, hasta que pasamos a contar como anécdotas las tribulaciones que padecemos cuando tenemos hijos. Mi especial trauma como madre, irónicamente, claro, tiene nombre de niño: Caillou. Más concretamente, tiene nombre de película: Caillou y la navidad. Si no conocen la película o la serie de dibujos animados original, les hago un pequeño resumen: Caillou tiene casi 4 añitos y mucha imaginación. La serie trata sobre la vida de este niño y su entorno familiar. A mis dos hijos les encantaba de pequeños y yo, intentando ser una buena educadora para ellos, la soportaba con ellos porque la serie, aburrida hasta la saciedad para un adulto, tiene todos los ingredientes necesarios (o casi todos) para educar en valores a dos criaturas: Caillou es calvo (dicen que por representar a niños tratados con quimioterapia, aunque esto no está del todo claro), tiene una hermana, un gato, rabietas que no le permiten conseguir nada de sus papás, un amigo judío, una amiga negra, otra oriental... Hasta donde yo he visto, faltan, por ejemplo, un amigo cuyos padres sean homosexuales o algún amigo con discapacidad pero, en general, creo que cubren bastantes aspectos esenciales para la educación en valores de los niños. Eso sí, es aburrida como ella sola para alguien mayor de 8 años. Mis hijos me hiceron ver Caillou y la navidad, la película, ¡más de una hora!, no sé cuántas veces. Horrible, créanme. Por la noche siempre bromeaba con el padre de mis criaturas diciendo que grabaría todas estas 'torturas' (fiestas y reuniones de padres del cole incluídas) en un DVD para enviárselo a mis hijos el día que me abandonaran en una residencia.
Qué duro es ser hijo de una madre 'machacona' y padre de niños muy pequeños... Es un chiste, todo el mundo lo entiende, o casi todo el mundo. Pero, de pronto, un día, el 21 de septiembre, es el día mundial del Alzheimer y tu entorno de redes sociales se llena de alusiones a esta cruel enfermedad que nos roba a nuestros seres queridos. Y pienso que no quiero que mi madre olvide nunca recordarme que tengo que comer más fruta o que debo descansar más. O de pronto en Twitter te llega esto:
Y piensas que esa madre debería estar en su casa con su bebé en su regazo aguantando al niño canadiense buen rollito o a nuestro Pocoyó. Y entonces me siento mal por haber echado una bronca a mis hijos porque no han estirado bien el nórdico o por esa manía suya de quitarse los pantalones a la vez que los calzoncillos y echarlos así al cubo de la ropa sucia. Pienso en todos esos padres que no podrán nunca quejarse de estas cosas, pienso en esos niños que no están viendo Caillou, pienso en ese sobrino mío al que nunca le podré enseñar matemáticas y pienso en los padres de Andrea que pidieron que desconectaran a su hija. Y siento que todo es una mierda. Y al rato pienso que soy una persona afortunada por ser europea de nacimiento, poder enfadarme con mis hijos y por poder escuchar a mi madre recordándome que tengo que tengo que comer fruta y a mi padre diciéndome que revise la presión de los neumáticos del coche. Y sonrío durante un rato tragándome las lágrimas para poder seguir en este mundo de locos, injusto y cruel.
Ahora se lo atribuye a mi ritmo de mi vida pero, cuando aún vivía en su nido, mi madre asociaba todos mis problemillas de salud a la falta de vitaminas. Es que comes poca fruta, me decía. Mis hermanos y yo siempre hacíamos chistes con esto. Si te peleabas con tu novio era por tu falta de vitaminas; si tu mejor amiga te 'traicionaba' era que te faltaban vitaminas. Todo dependía en última instancia de la falta de estos compuestos. Se trata de otra de esas frases de madre que, de vez en cuando, dan para un hashtag en Twitter. De hecho, tengo que reconocer que ahora que soy madre me reconozco, valga la redundancia, en muchas de ellas. Tal vez cambio lo de “llévate la rebequita” por “llévate la sudadera”, sí, pero la esencia es la misma.
El caso es que muchos de nosostros hacemos chistes, con mucho cariño, eso sí, sobre las relaciones con nuestros progenitores, principalmente con las madres, pero también con los padres, hasta que pasamos a contar como anécdotas las tribulaciones que padecemos cuando tenemos hijos. Mi especial trauma como madre, irónicamente, claro, tiene nombre de niño: Caillou. Más concretamente, tiene nombre de película: Caillou y la navidad. Si no conocen la película o la serie de dibujos animados original, les hago un pequeño resumen: Caillou tiene casi 4 añitos y mucha imaginación. La serie trata sobre la vida de este niño y su entorno familiar. A mis dos hijos les encantaba de pequeños y yo, intentando ser una buena educadora para ellos, la soportaba con ellos porque la serie, aburrida hasta la saciedad para un adulto, tiene todos los ingredientes necesarios (o casi todos) para educar en valores a dos criaturas: Caillou es calvo (dicen que por representar a niños tratados con quimioterapia, aunque esto no está del todo claro), tiene una hermana, un gato, rabietas que no le permiten conseguir nada de sus papás, un amigo judío, una amiga negra, otra oriental... Hasta donde yo he visto, faltan, por ejemplo, un amigo cuyos padres sean homosexuales o algún amigo con discapacidad pero, en general, creo que cubren bastantes aspectos esenciales para la educación en valores de los niños. Eso sí, es aburrida como ella sola para alguien mayor de 8 años. Mis hijos me hiceron ver Caillou y la navidad, la película, ¡más de una hora!, no sé cuántas veces. Horrible, créanme. Por la noche siempre bromeaba con el padre de mis criaturas diciendo que grabaría todas estas 'torturas' (fiestas y reuniones de padres del cole incluídas) en un DVD para enviárselo a mis hijos el día que me abandonaran en una residencia.