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Cambiar en tiempos revueltos
Pudiera tratarse del título de un novelón con trama centroamericana, pero no lo es; tampoco el de un culebrón venezolano de quinientos capítulos y mucho menos aún el nombre de la canción de un rockero incombustible utilizada como bandera de un tiempo nuevo. “Cambiar en tiempos revueltos” podría ser el compendio de la profunda renovación, imparable y necesaria, que debe experimentar nuestro modo de vida si no queremos que se vaya al garete.
El profundísimo malestar en que vive la sociedad española desde el inicio de la crisis, acrecentado por el descubrimiento de las bochornosas conductas protagonizadas por quienes más ejemplo debían darnos, ha pasado de un estado latente a una eclosión de difícil marcha atrás.
El hecho de que los cambios estructurales en nuestro país se hayan producido desde hace 40 años, de forma controlada por las elites políticas, económicas y sociales y que ninguna de ellas parezca en condiciones de pilotar el actual estado de descontento ciudadano y las exigencias sociales de un tiempo nuevo, está sumiendo al establishment patrio en un estado de desconcierto que ni siquiera se produjo con la muerte de Franco.
Los resultados electorales del pasado 25 de mayo –incomprensibles para la clase dirigente de este país- y las reacciones espontáneas y fulminantes a la abdicación del Rey tienen sumido en el desconcierto más absoluto a quienes desde hace medio siglo se han atribuido –con la complicidad de nuestra docilidad bovina- la condición de líderes indiscutibles de nuestro destino.
La profundidad de la crisis ha hecho saltar por los aires la manta de ocultación que durante décadas ha cubierto a esas elites y, en mitad de la peor galerna padecida por la ciudadanía, hemos descubierto que el Rey, sus políticos, banqueros, sindicalistas y notables de todo pelaje y condición estaban completamente desnudos. No sólo eso, sino que estaban dejando desnudo al personal, para continuar con un estilo de vida, pública y privada, absolutamente deleznable.
Lo peor de todo es que lejos de hacer un esfuerzo por intentar entender qué les quieren decir los ciudadanos, nuestro búnker dirigente, se ha encastillado en una serie de mantras, poco o nada reconocibles para la gente de la calle.
Pese a perder millones de votos, PP y PSOE siguen enredados en “sus cosas”, que en modo alguno son las de la calle; la patronal continúa lanzando mensajes más propios de tiempos de la revolución industrial que del siglo XXI; los sindicatos han perdido definitivamente el oremus, entre EREs de Pin y Pon y cursos de la señorita Pepis; la Justicia está más próxima al “cachondeo”, donde la situó Pedro Pacheco, que al refugio de los derechos de la ciudadanía que se le supone; y Europa ha pasado de ser la madre amantísima y deseada, a la madrastra maléfica a la que le da un ardite el futuro de sus ciudadanos, mientras la deuda y la prima de riesgo sigan diciéndole que es la más hermosa de todo el Reino.
La muestra de que ese búnker vive en otro planeta la da el hecho de que, en un país, donde la desigualdad crece a pasos agigantados; donde la sanidad, educación y la dependencia están agonizantes; y donde el futuro para más de cinco millones de sus ciudadanos es una auténtica agonía, nuestro Gobierno saca pecho, anunciando que va a adelantar el pago del rescate bancario, causante de la ruina de este país, para mayor gloria del IBEX 35.
Si el guionista de Blade Runner, volviera a escribir aquello de: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser”, probablemente sería más creíble que los discursos de nuestros políticos o las posiciones aduladoras, melífluas, serviles y tiralevitas que los grupos de comunicación tradicionales están manteniendo en esos “Asuntos de Estado” que cada vez son más suyos y menos nuestros.
Pudiera tratarse del título de un novelón con trama centroamericana, pero no lo es; tampoco el de un culebrón venezolano de quinientos capítulos y mucho menos aún el nombre de la canción de un rockero incombustible utilizada como bandera de un tiempo nuevo. “Cambiar en tiempos revueltos” podría ser el compendio de la profunda renovación, imparable y necesaria, que debe experimentar nuestro modo de vida si no queremos que se vaya al garete.
El profundísimo malestar en que vive la sociedad española desde el inicio de la crisis, acrecentado por el descubrimiento de las bochornosas conductas protagonizadas por quienes más ejemplo debían darnos, ha pasado de un estado latente a una eclosión de difícil marcha atrás.