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Un coño en el Congreso
Juan Luis, el sabio de Tarifa, tenía un genio especial. Esto no lo encontrarán en sus biografías. Me contó un tarifeño que Juan Luis abrió un negocio en una ensenada chiquitita que no diré dónde está. Se llama el paraje El Ombligo, y su bujío, El Coño. La gente estaba to loca por el nombre, pero él respondía con naturalidad: se llama El Coño porque está yendo abajo de El Ombligo. Es, podríamos decir, este del sabio tarifeño, un coño geolocalizable.
En política, el coño más sonoro fue el del guardia civil Tejero, un coño autoritario, golpista, con aires cuarteleros. El coronel no podía (no le daba) entrar con las Meditaciones de Marco Aurelio bajo el brazo y, por eso, entró en el Congreso a dar un golpe de Estado a coño limpio, decidido a que su firmeza golpista no fuera intelectual.
Hay coños de derechas y de izquierdas. De esta última condición es el Coño insumiso, un coño resistente y rebelde contra la opresión a la mujer. La gente bien y la derecha cristera se enfadó, y sigue enfadada, con este coño indomable. Las mujeres son las que mejor se expresan en estos territorios, aunque con un mejor repertorio. Mi mamá cuando se jartaba estaba “hasta er mismísimo jigo”. Siempre he sido devoto de esta expresión, pero no he alcanzado su plasticidad y firmeza expresiva.
Por tener, en España tenemos hasta un coño emérito, que según la RAE sería un coño “que había cumplido su tiempo de servicio y disfrutaba la recompensa debida a sus méritos”. Aunque sus recompensas están en litigio y, además, su solución se coñea de las propias miserias de la justicia y, sin excepción, de todas las instituciones democráticas.
La derecha bien, sin rastas, con modelitos y americanas de sus hermanos mayores, pierde pie. Introduce un lenguaje chabacano y cuenta mentiras a granel sin jáquima ni barbuquejo
Hay variantes, derivados, pero no es lo mismo. Solo pondré el ejemplo de Mariano Rajoy que, gubernamentalmente, definió los desfiles militares como un coñazo.
España es un país de coños, con muchísimos carajotes, no obstante; tanto que -volviendo al diccionario de la RAE- en algunos países latinoamericanos conocen y denominan a los españoles como coños.
Se considera una palabra soez pero todo está cambiando. En los barrios bien de las ciudades, bien se espera escuchar en sus desahogos cáspita, caramba, caray, diablos; pero, ahora, la expresión baja se está convirtiendo en el Bella Ciao de la derecha libertaria. Para poner firme al Gobierno de España y ponernos firmes a todos, si hiciese falta, no han tenido a bien mejor expresión y soporte los spinner de ultramar que un coño popular en la boca de Pablo Casado.
Pablo Casado, de formación dudosa, ha inaugurado una nueva etapa de su oposición: firmeza, dureza, con un coño en los labios, jaleado por los diputados y diputadas bien del Congreso de manera tumultuaria como si se encontraran en las andanadas taurinas de la patria coñera en riesgo.
Pablo Casado, que tampoco está muy suelto con las Meditaciones y otros clásicos, ha decidido que su firmeza opositora se fortalece con las expresiones más callejeras. Mirando de reojo a sus extremos, de bancada y de partido. La derecha bien, sin rastas, con modelitos y americanas de sus hermanos mayores, pierde pie. Introduce un lenguaje chabacano y cuenta mentiras a granel sin jáquima ni barbuquejo. Es la derecha que tenemos, la que hay, llena de repetidores, campilleros y raboneros, un auténtico Coño de la Bernarda.
Juan Luis, el sabio de Tarifa, tenía un genio especial. Esto no lo encontrarán en sus biografías. Me contó un tarifeño que Juan Luis abrió un negocio en una ensenada chiquitita que no diré dónde está. Se llama el paraje El Ombligo, y su bujío, El Coño. La gente estaba to loca por el nombre, pero él respondía con naturalidad: se llama El Coño porque está yendo abajo de El Ombligo. Es, podríamos decir, este del sabio tarifeño, un coño geolocalizable.
En política, el coño más sonoro fue el del guardia civil Tejero, un coño autoritario, golpista, con aires cuarteleros. El coronel no podía (no le daba) entrar con las Meditaciones de Marco Aurelio bajo el brazo y, por eso, entró en el Congreso a dar un golpe de Estado a coño limpio, decidido a que su firmeza golpista no fuera intelectual.