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Las consecuencias

Pasar por la vida deja huella. Irremediablemente, y aunque haya quien se esfuerce por timidez, pudor o modestia, en hacerlo de puntillas, al final estamos hechos de carne, hueso y presencia. Como dice una amiga mía: donde está el cuerpo está el peligro.

Uno puede tomarse esto a la ligera, como ocurría en la comedia de ciencia ficción Regreso al Futuro, en la que Marty McFly-Michael J. Fox pasaba mil y una vicisitudes intentando corregir los desaguisados que, tras viajar al pasado, ocasionaba en el futuro sólo con su mera interacción y convivencia con los demás.

Aunque también puede uno ir de místico y comulgar con alguna de las muchas teorías que postulan una conexión energética y espiritual entre todas las personas del mundo.

Incluso, podría uno abrazar la ciencia y dar por cierta la típica parábola de la teoría del caos, la del efecto mariposa, según la cual el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo.

En todo caso, lo que a uno le queda claro es que todo en esta vida tiene una (o varias) causa y una (o varias) consecuencia.

Es 11 de marzo. 11M. Ya han pasado 10 años, qué barbaridad. 10 años del mayor atentado en la historia de nuestro país, en el que perdieron la vida 191 personas y resultaron heridas 1.858. Lo dicho, una barbaridad. 10 años desde aquel día y los siguientes, en los que un país de luto y cabreado tomaba las calles para decirle al gobierno del PP de entonces, vicepresidido por Mariano Rajoy hasta que fue designado candidato para las elecciones generales del 14 de marzo, que no, que no se creían que aquel horror tuviera el nombre de ETA.

Durante todo este tiempo ha habido quienes han intentado convencernos de que sí, de que ETA estaba detrás de aquella masacre, inspirados y alimentados por el goteo constante de la duda que ha ido vertiendo un diario de tirada nacional. Al principio, sus titulares apuntaban directamente a reforzar las tesis del gobierno (del PP) sobre la autoría del atentado: era ETA, sí o sí. Después, y conforme las investigaciones policiales, las sentencias judiciales y el sentido común le han ido dejando sin fuelle conspiratorio, ahora ya sólo se mantienen en sus trece sobre la “autoría intelectual”.

Y así están, más o menos, las cosas 10 años después: se han quedado solos en sus fabulaciones, pero como no pueden dar su brazo a torcer, pues esto sería como admitir abiertamente y sin ambages que mintieron, sobre todo se han quedado flotando en ese limbo del sí, pero no. Del vale, sin embargo. Del de acuerdo, tú ganas, pero yo no pierdo. Ayer mismo, sin ir más lejos, la secretaria general del PP y presidenta de Castilla-La Mancha, la de Cospedal, pidió en el Fórum Europa conocer “toda la verdad” sobre los atentados, pues no está “en condiciones de saber si se conoce toda la verdad”. Lo que hay que oír.

Y así nadie asume responsabilidades (algo que, por cierto, son ellos los primeros en exigir a los demás a la mínima de cambio). Y si no, que se lo digan a Adolfo Ruiz, quien aquel 11 de marzo de 2004 era el comisario de la policía del barrio de Vallecas y al que ciertas voces insinuantes e insidiosas le acusaron de haber falseado pruebas del atentado, la famosa mochila, con la intención de desviar la atención de ETA hacia Al-Qaeda.

Hoy ya sabemos que estas acusaciones eran mentira y que el comisario se limitó a cumplir en todo momento con su deber. Así lo han dictaminado los jueces. Lamentablemente, hoy también sabemos el calvario que este hombre tuvo que pasar: insultos y amenazas en la calle, entre sus mismos vecinos. También en la prensa, en la radio. Puesta en tela de jucio de toda su carrera. Inhabilitación. Prejubilación forzada. Y, lo más grave de todo, la caída en una grave depresión de su hija y de su mujer: la primera ya recuperada; la segunda, lamentablemente, no pudo aguantar la dolorosa situación y acabó suicidándose. En definitiva, al comisario Ruiz el atentado le arruinó la vida. Y no fueron las bombas, ni los terroristas. Fueron las palabras.

Las palabras también tienen sus consecuencias, por mínimas que sean. En este caso concreto, han sido terribles. ¿Asumirá alguien, en algún momento, la autoría? No me refiero a la autoría intelectual del atentado. Podemos esperar. Mejor sentados.

Pasar por la vida deja huella. Irremediablemente, y aunque haya quien se esfuerce por timidez, pudor o modestia, en hacerlo de puntillas, al final estamos hechos de carne, hueso y presencia. Como dice una amiga mía: donde está el cuerpo está el peligro.

Uno puede tomarse esto a la ligera, como ocurría en la comedia de ciencia ficción Regreso al Futuro, en la que Marty McFly-Michael J. Fox pasaba mil y una vicisitudes intentando corregir los desaguisados que, tras viajar al pasado, ocasionaba en el futuro sólo con su mera interacción y convivencia con los demás.