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Déjame jugar contigo, Donald

Los expertos en psicología lo denominan “el triángulo del bullying”: los tres perfiles sobre los que se sostiene una situación de acoso. Está el acosador, está la víctima, y están los testigos. A primera vista estos últimos pueden parecer una figura menor en la historia, pero son en realidad la pieza maestra sin la cual el engranaje de la violencia no podría seguir en movimiento. Los psicólogos distinguen entre espectadores activos o reforzadores, que son los que jalean al abusón, le ríen las gracias, le justifican y en ocasiones pueden incluso imitar sus acciones. Y están los espectadores pasivos o ajenos, que observan, callan, se dan excusas para no actuar. Unas veces, por miedo a ponerse en la diana. Otras, porque la pertenencia al club de los fuertes les ofrece ventajas a las que no desean renunciar.

En su relación con el Bush de las armas de destrucción masiva, la 'Patriotic Act' y la apocalíptica invasión de Irak, José María Aznar se comportó como los primeros. Maravillado de ver sus propios zapatos sobre la mesa de los jefes, apoyó una guerra ilegal, propagó sin empacho la mentira de las armas y autorizó el paso por España de presos camino de Guantánamo. Todo para sentir sobre su hombro la mano de un Bush al que ahora algunos empiezan a recordar con inquietante ternura (lo cual demuestra que la historia se reescribe cada minuto y que no hay refrán más cierto que aquel que dice que “alguien llegará que bueno te hará”).

Mariano Rajoy, ya lo sabemos, no se parece Aznar. Pero el presidente también parece desear un hueco en la nueva foto de las Azores, aunque sea en una esquinita, aunque no sea esta vez su flequillo el que despeine el viento. Al menos eso puede interpretarse de su medrosa llamada telefónica de esta semana a un matón político como es Donald Trump.

Ni una palabra en defensa de México. Ni una palabra contra el antidemocrático veto migratorio. Una defensa muy tibia de la UE que ridiculiza el magnate. Y por medio, la oferta -cercana a lo ridículo- para que España sea interlocutora privilegiada de EEUU en su relación con Europa, América Latina, el Norte de África y Oriente Medio. Nada menos. Esto sí que es una conjunción planetaria.

A cambio, Trump ha hecho lo que hacen los abusones: quedarse con tu bocata de la merienda y dejarte con la cara de tonto. Es decir, reclamar que España multiplique su gasto militar, un detalle de la conversación que, por cierto, ha sido misteriosamente ocultado por Moncloa.

A esto lo llama Rajoy “prudencia” y “sentido común” y su ministro portavoz define como “defender las posiciones de España sin estridencias ni dar muchos gritos”. O dicho de otra manera, hablar bajito, no hacerse notar y ponerse de perfil. No vaya a ser que el matón se quede con nuestra cara.

Los expertos en psicología lo denominan “el triángulo del bullying”: los tres perfiles sobre los que se sostiene una situación de acoso. Está el acosador, está la víctima, y están los testigos. A primera vista estos últimos pueden parecer una figura menor en la historia, pero son en realidad la pieza maestra sin la cual el engranaje de la violencia no podría seguir en movimiento. Los psicólogos distinguen entre espectadores activos o reforzadores, que son los que jalean al abusón, le ríen las gracias, le justifican y en ocasiones pueden incluso imitar sus acciones. Y están los espectadores pasivos o ajenos, que observan, callan, se dan excusas para no actuar. Unas veces, por miedo a ponerse en la diana. Otras, porque la pertenencia al club de los fuertes les ofrece ventajas a las que no desean renunciar.

En su relación con el Bush de las armas de destrucción masiva, la 'Patriotic Act' y la apocalíptica invasión de Irak, José María Aznar se comportó como los primeros. Maravillado de ver sus propios zapatos sobre la mesa de los jefes, apoyó una guerra ilegal, propagó sin empacho la mentira de las armas y autorizó el paso por España de presos camino de Guantánamo. Todo para sentir sobre su hombro la mano de un Bush al que ahora algunos empiezan a recordar con inquietante ternura (lo cual demuestra que la historia se reescribe cada minuto y que no hay refrán más cierto que aquel que dice que “alguien llegará que bueno te hará”).