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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Doñana es parte de nuestro territorio, de nuestro futuro

Que las personas quieran mejorar sus condiciones de vida es legítimo, es natural y nos honra. Si además, se sienten identificados con un territorio, y quieren que su progreso tenga un claro vínculo con la tierra, es digno de aplauso. Al contrario, cuando se producen trabas, impedimentos, frenos que dificultad el natural desarrollo de la vida y la mejora a la que todos aspiramos, aparecen los conflictos.

En torno al espacio natural de Doñana, viven más de 100.000 personas. Igual que todos, quieren vivir de manera digna y aspirar a que el futuro sea, cada vez, un poco mejor. En la medida en que el medio natural pueda convertirse en un factor limitante, una restricción, una traba, el equilibrio estará roto.

Si a las personas que viven en el entorno de Doñana no se les ofrece alternativas y soluciones, mirarán a la maravillosa playa que puede convertirse en una fantástica fuente de ingresos derivados del sol y el veraneo, lo primero que debemos es, pensar siempre en la gente del territorio. La agricultura y la ganadería ecológica es un modelo que da respuesta a estos retos, tenemos que ser capaces de desarrollar el sector de manera adecuada, es un modelo sostenible acorde a los valores naturales de Doñana.

El uso sostenible del territorio y su conservación es una responsabilidad de todos. Sin embargo, solemos, con un criterio irresponsable, delegar la tarea en los otros. En este caso, solicitamos a los habitantes del entorno de Doñana que lo cuiden y respeten a toda costa, sin considerar que eso supone unas restricciones en el uso de los recursos que los coloca en desventaja respecto a otros territorios. Porque las técnicas sostenibles requieren mayor esfuerzo para un menor rendimiento. Mientras no estemos dispuestos a considerar de forma especial los productos procedentes de los espacios naturales protegidos asumiendo el valor que de verdad tienen, no tendremos derechos a reprochar nada a nadie.

Doñana tiene un valor incalculable. Es cierto, es la joya de la corona, un paraíso natural. Como se ha demostrado en el importante movimiento social generado tras la catástrofe del incendio de Mazagón, todos la llevamos en el corazón y estamos dispuestos a movilizarnos por ella. Precisamente por eso debemos ser honestos y reconocer que a Doñana nunca van a faltarle recursos y manos de ayuda. Y eso, contrasta de manera poderosa con el llamativo olvido que tienen otras partes de nuestro territorio. En demasiadas ocasiones olvidados de propios y extraños.

Todo nuestro territorio es valioso, imprescindible para el futuro. La Tierra es un sistema orgánico en el que todo debe estar integrado. No funciona, no tiene sentido que se considere como sistemas estancos. Se ha evidenciado, por ejemplo en los últimos años, la importancia de los corredores naturales, de los proyectos de conservación centrados en el territorio más que en las especies.

Al otro lado de la alambrada

Considerar los espacios naturales como islas es un error estratégico de bulto. Sobre todo porque, de manera tácita, estamos renunciando a la conservación del resto del territorio. Y así nos va, parques naturales, parques nacionales, cercados mientras al otro lado de la alambrada proliferan polígonos industriales, pozos y actividades nocivas. El proceso de deterioro es continuo, se está evidenciando en Doñana y en el resto de espacios naturales protegidos. La presión aumenta y los riesgos de perderlos mediante vertidos, extracciones, incendios,…, crecen cada día. No podemos consentir que Doñana y otros lugares vivan pendientes continuamente de proyectos extractivos, egoístas, indignas; que usan el territorio y se llevan su riqueza y su beneficio lejos. Basta de amenazas gasísticas, urbanísticas, vampiras.

En la Fundación Savia que me honro en presidir hemos adoptado una decisión que considero clave. Nos personaremos en todas las posibles causas que se abran derivadas del reciente incendio de Doñana. Porque queremos estar informados, porque queremos que se oiga nuestra voz en los foros de mayor implicación social. Como miembros de la sociedad civil, pensamos que tenemos la obligación de comprometernos y dar el paso de estar presentes en las investigaciones, en las reflexiones, en las conclusiones. Más allá de la identificación y condena de los causantes materiales de este último episodio, que si se demuestra que fue intencionado, que caiga sobre ellos el máximo rigor de la justicia. Más allá de ello, queremos en la Fundación Savia y yo mismo, que busquemos, diseñemos y pongamos en marcha mecanismos que impidan que, episodios como este vuelvan a sucederse.

Las miles de hectáreas arrasadas en el espacio natural de Doñana es una terrible tragedia. Igual que si ocurriese en cualquier punto de nuestra geografía, igual. Por eso, nuestro trabajo tiene que centrarse en la prevención, en la concienciación, en el modelo de gestión del territorio, en las políticas medioambientales.

Nuestro esfuerzo tiene que llevarnos a que las personas que habitan y gestionan nuestro medio natural y rural puedan hacerlo de manera digna. De manera histórica han sido siempre los guardianes del territorio. Quien más valora y quiere al territorio es el que lo vive, lo pisa, lo huele cada día. La mejor manera de cuidar nuestro patrimonio natural es trabajar con la gente, hacerla partícipe. En ese caso, la administración pública sólo necesaria realizar tareas subsidiarias.

Desastres como el de los últimos días que nos encogen el corazón deben convertirse en resortes para que queden en nuestra conciencia y que trabajemos todos, de manera coordinada y eficiente, para que no vuelva a ocurrir. Doñana, ni ningún otro territorio puede seguir viviendo con las amenazas constantes de actividades que le son ajenas y la exprimen.

Que las personas quieran mejorar sus condiciones de vida es legítimo, es natural y nos honra. Si además, se sienten identificados con un territorio, y quieren que su progreso tenga un claro vínculo con la tierra, es digno de aplauso. Al contrario, cuando se producen trabas, impedimentos, frenos que dificultad el natural desarrollo de la vida y la mejora a la que todos aspiramos, aparecen los conflictos.

En torno al espacio natural de Doñana, viven más de 100.000 personas. Igual que todos, quieren vivir de manera digna y aspirar a que el futuro sea, cada vez, un poco mejor. En la medida en que el medio natural pueda convertirse en un factor limitante, una restricción, una traba, el equilibrio estará roto.