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Cuando 3+2 es mucho más que 4+1

A estas alturas de la película y conociendo como conocemos a nuestro iluminado ministro de Educación, Cultura y Deporte, nada debería sorprendernos. Pero ahí está la gracia del nota; cuando menos te lo esperas, aparece él y nos tiene un rato entretenidos hablando de su cartera. Esta vez toca, de nuevo, Educación.

Evidentemente, después de la aprobación en solitario y con el rodillo de la mayoría absoluta de la LOMCE, nadie esperaba que el señor Wert se sentara a escuchar a nadie antes de dar un nuevo paso en estos lares. Así que, siguiendo las más deseables costumbres democráticas, el sistemáticamente valorado como peor ministro de la democracia se ha sacado de la manga, de forma inesperada y sin consultar a ninguna de las partes implicadas, un decreto que abre la puerta a cambiar la estructura de las titulaciones universitarias.

Por si no conocen bien el tema, déjenme que les cuente un poco de historia.

Tradicionalmente en la universidad española la mayoría de las titulaciones eran de cinco años, aunque había titulaciones de tres años (arquitectura e ingeniería técnicas, enfermería, etc.) y de más de cinco (las ingenierías, arquitectura, medicina); en cualquier caso, una misma carrera siempre tenía la misma duración en cualquier universidad española aunque los programas podían diferir mucho entre sí, y de hecho, así era. En 1999 varios ministros europeos firmaron la Declaración de Bolonia por la que se comprometieron a crear el Espacio Europeo de Educación Superior; básicamente la idea era que lo que estudiara un alumno en una universidad europea tuviera validez si se trasladaba a otro país, cosa que parecía bastante razonable. En principio. Porque aunque lo natural era que, para ello, se llegara a una cierta unificación, la mayoría de las legislaciones no reglamentaron sobre contenidos o niveles mínimos de exigencia como parecería lógico sino sobre entes un tanto abstractos como el “esfuerzo necesario por un alumno medio medido en horas de trabajo”, lo que se vino a llamar el crédito ECTS.

En cualquier caso, fruto de ese proceso de convergencia, tuvimos que cambiar los planes de estudio y adaptarlos a una estructura de cuatro años para la mayoría de las titulaciones. Bueno, en realidad, se cuentan por el número de ECTS que cada universidad las desglosa de una manera llevando a interesantes contradicciones. Por ejemplo, mi departamento de la Universidad de Sevilla comparte varias asignaturas con el departamento correspondiente de la Universidad de Málaga en una institución llamada Andalucia Tech. Pues bien, los grupos que damos cada uno de nosotros (de las mismas asignaturas de la misma titulación) tienen distinto número de horas de clase porque, aunque tienen el mismo número de ECTS, en cada universidad se cuenta de forma distinta cómo se traduce ello en horas de clase. Toma convergencia. En fin. Sigo. Además, después del grado de cuatro años, existe un máster que, normalmente se puede realizar en un año: ese es el significado de 4+1.

Esta es la situación hasta ahora y, puesto que se implantó alrededor de 2010, en estos momentos están saliendo las primeras promociones de este sistema. Lo lógico, digo yo, sería evaluar cuál ha sido el resultado de estas primeras promociones y tratar de corregir las deficiencias que se observen. Por ejemplo, que la unificación pretendida no existe, puesto que el ECTS no es uniforme de una universidad a otra (su división en horas de asistencia a clase, estudio, etc.) o, simplemente, es un criterio absurdo como unidad de medida. Y esto, claro está, no garantiza que los grados de exigencia mínimos sean similares en las distintas universidades, aunque se estén expidiendo los mismos títulos. Esto parecería lógico...

Pues no, nuestro ministro no está preocupado con ese tipo de cosas. Él, sin esperar a ver si el sistema funciona o no, sin esperar los comentarios de los afectados, sin realizar evaluaciones externas, lo que hace es sacar un decreto que le da a las universidades la libertad de cambiar la estructura de 4+1 por una de 3+2, esto es: tres años de grado más dos de máster. No sé el lector, pero yo no termino de ver esta medida como un gran paso hacia la unificación, ya que algunas podrán seguir con el 4+1 y otras cambiarán al 3+2. ¿Qué pasa con la necesidad de unificar los títulos en Europa? Los hay que defienden la medida argumentando que así se da más libertad a las universidades, pero esto no deja de ser una falacia, ya que cuanto más heterogéneos sean los planes de estudios, menos libertad tendrán los alumnos para poderse producir intercambios entre universidades tal y como la Declaración de Bolonia exigía.

¿Entonces? ¿A qué se deberá el cambio? No quiero ser malpensada y creer que tiene que ver con que la matrícula cada año de máster cuesta el doble (euro arriba o abajo) que en el grado, con lo que una medida tan simple permite subir las tasas académicas un 17% de golpe. Naturalmente, las universidades privadas saludarán con alborozo esta noticia. Por lo tanto, la carrera universitaria se encarece y se aleja, aún más, de las clases menos pudientes. No, no es verdad como dice el ministro que esto abaratará los estudios porque los grados durarán un año menos, porque con un grado de 3 años y sin máster la probabilidad de que te contraten será muy cercana a cero. Y eso, Wert, lo sabe. O debería saberlo. Pero ya ven, entre tantos problemas que acucian a la universidad, el único que ve nuestro ministro es que todas las carreras duran lo mismo en todas las universidades.

A estas alturas de la película y conociendo como conocemos a nuestro iluminado ministro de Educación, Cultura y Deporte, nada debería sorprendernos. Pero ahí está la gracia del nota; cuando menos te lo esperas, aparece él y nos tiene un rato entretenidos hablando de su cartera. Esta vez toca, de nuevo, Educación.

Evidentemente, después de la aprobación en solitario y con el rodillo de la mayoría absoluta de la LOMCE, nadie esperaba que el señor Wert se sentara a escuchar a nadie antes de dar un nuevo paso en estos lares. Así que, siguiendo las más deseables costumbres democráticas, el sistemáticamente valorado como peor ministro de la democracia se ha sacado de la manga, de forma inesperada y sin consultar a ninguna de las partes implicadas, un decreto que abre la puerta a cambiar la estructura de las titulaciones universitarias.