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Y sin embargo, más Europa
Al siempre mentado Winston Churchill le preguntaron una vez por la unidad de Europa. El sabio en otras cosas y regular profeta en ésta, respondió: es verdad, la unidad de los europeos sería algo muy positivo, únanse.
Acertó Churchill en parte, Europa, después de la salida del Reino Unido, que mantuvo una contumaz actitud cojonera desde su incorporación en 1973, empieza a estar más unida, sus últimos pasos demuestran una mayor consistencia y su federalismo práctico comienza a ser evidente.
Lo más llamativo ha sido, últimamente, la demostración de poderío logístico en la gestión de la vacuna del coronavirus, también, su alarde de fuerza y voluntad europeísta se ha mostrado en la firmeza en el alumbramiento de los fondos de recuperación y la aprobación de los presupuestos. En contra tenían, no solo la sombra del Brexit y la calamidad de la pandemia, había algo, quizá peor, la peste del auge del extremismo de las derechas, antieuropeo, con plazas conquistadas en Hungría y Polonia, y seguidores entusiastas hasta en la España que se decía moderada y europeísta. En entorno internacional liderado por un presidente, quizá demente -pendiente de diagnóstico- pero seguro ultraderechista, me refiero a Donald Trump, tampoco ayudaba.
Lo que no podía esperar Churchill es que el ejercicio de la nostalgia imperial de los isleños iba a acabar aislándolos y desmoronando su orgullo. La petición inmediata de la nacionalidad francesa por parte del padre de Boris Johnson casi es una inocentada pero otras consecuencias del Brexit efectivo, no lo son.
Un rotativo capitalino encabezaba una noticia afirmando que el gobierno nacionalista de Escocia empezaba a cortejar a la UE para su regreso. Llamar nacionalista al gobierno escocés sin no decir lo propio con el gobierno británico-inglés ya resulta llamativo, pero son cosas traídas al terreno propio con el uso de un término tan polisémico. Pero, no, no es un gobierno nacionalista, es independentista.
Es decir, que Nicola Sturgeon, primera ministra, cree, con su gobierno, y con la mayoría de los escoceses, si se repite un referéndum, que la manera de volver a la UE es mediante la independencia.
En Irlanda del Norte, nación constituyente del Reino Unido, como Escocia, no estaban dispuestos vía Brexit a volver a la casilla de salida previa a los Acuerdos del Viernes Santo. Nada de fronteras duras con la república irlandesa, hoy más europea que nunca. Nada de vislumbrar la violencia como camino hacia sus metas políticas.
A falta de comprobaciones electorales, Irlanda del Norte está mucho más cerca de la reunificación que de acompañar en su aislamiento a los ingleses de la Gran Bretaña. El largo brazo de los eurofóbicos extremistas no llegó a la otra isla. Los irlandeses del norte, católicos o no, dijeron sí a la UE y no quieren volver atrás.
Tampoco llegó la eurofobia a Gibraltar, ahora territorio británico de ultramar y, antes, en la UE, “territorio europeo cuyas relaciones exteriores corresponden a un estado miembro”. Los gibraltareños decidieron casi por unanimidad permanecer en la UE.
Ya acertó el Gobierno de España desligando toda decisión sobre el futuro de las relaciones de Gibraltar con la UE del acuerdo con el Reino Unido, con su última palabra como voto de oro. Los responsables políticos de Gibraltar, su ministro principal, Fabian Picardo y su gobierno, y el Gobierno de España siempre trabajaron en la línea de no perjudicar las relaciones entre las partes y, concepto renovado por la ministra de Asuntos Exteriores, González Laya, crear espacios de colaboración y progreso mutuo. El gobierno de Boris Johnson no ha tenido más remedio que acompañar en el camino y admitir el devenir de la realidad del Campo de Gibraltar.
La frontera y su símbolo de separación, la Verja, se han desvanecido. Gibraltar se queda pero para un británico isleño ya no será lo mismo venir a la UE y tampoco a Gibraltar. Gibraltar mirará a Europa y estará en ella a través de España. Tras la aplicación del Acuerdo de Schengen y su acervo en el Peñón, con la garantía del Reino de España, Gibraltar es más Europa que antes y el Reino Unido, menos Europa que nunca. El sueño de Churchill en parte se ha cumplido pero a costa de que el Reino Unido pueda resultar irreconocible .
Al siempre mentado Winston Churchill le preguntaron una vez por la unidad de Europa. El sabio en otras cosas y regular profeta en ésta, respondió: es verdad, la unidad de los europeos sería algo muy positivo, únanse.
Acertó Churchill en parte, Europa, después de la salida del Reino Unido, que mantuvo una contumaz actitud cojonera desde su incorporación en 1973, empieza a estar más unida, sus últimos pasos demuestran una mayor consistencia y su federalismo práctico comienza a ser evidente.